Capítulo 2

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La alarma sonó a las siete y media de la mañana.

Era muy temprano, pero me encantaba salir a correr cuando todo el mundo estaba aún dormido.

Solo a ti se te ocurre salir a correr en vez de dormir.

Verdad, conciencia.

Me puse mis mallas cortas y un sujetador deportivo con una camiseta blanca encima. Fui a la cocina a por una botella de agua y salí por la puerta sin hacer ruido, no quería despertar a Eliza y a Gia.

Bajé las escaleras poniéndome los airpods y dándole al play a mi playlist para salir a correr. En la recepción no había nadie, ni siquiera la señora Laurent.

Qué raros son los franceses, ¿a qué hora se despertarán?

La rara aquí eres tú, un sábado despertándote a las siete.

Salí por el portal y sonreí al ver que habían algunas chicas y chicos corriendo por el parque que había enfrente. Genial, tal vez conocería a alguien que no pensase que estoy loca por salir a correr.

Eché a correr colgándome el teléfono al cuello.
En mi primera parada vi a una chica descansando en un banco, así que me senté con ella. Me recosté en el respaldo del banco y la chica me miró.

–Hola –dijo en inglés con un acento francés.

–Hola –contesté.

–¿Cómo te llamas? Nunca te había visto por el parque –sonrió.

–Soy Clarise, pero puedes llamarme Clair. Acabo de llegar con mis amigas al piso de la calle casi enfrente del Sena.

–Ahhh, qué bien. Yo me llamo Rebeca. ¿Te gusta salir a correr?

–Sí, lo hago en Londres y la verdad quiero seguir haciéndolo aquí.

–A mí también me gusta –bebió agua–. ¿Eres de Londres? Yo fui una vez, es precioso.

–Es genial, salvo por la lluvia trescientos sesenta días al año –reímos–. ¿Tú de dónde eres?

–De aquí, París. Aunque me encanta viajar.

–Eso es increíble.

–¿Tú de dónde eres? Es decir, hablas inglés perfectamente pero no se te ve Inglesa.

–Italia –bebí agua.

–¡Me encantaría ir a Italia algún día! –sonrió–. ¿Te apetece salir algún día a tomar café? No hay italianas muy majas por aquí –hizo una mueca–, ni francesas –reí.

–Claro –le enseñé mi teléfono con el número.

–Te mando un mensaje para que me añadas –dijo toqueteando su teléfono.

–Okey.

–Un placer, Clair. Voy a seguir corriendo –se levantó.

–Encantada. Espero ese café –reí despidiéndome.

Apenas se había ido y yo estaba sentada con los ojos cerrados intentando regular todavía la respiración.

Cuando noté que una presencia se sentaba a mi lado.

–Buenos días vecinita –dijo una voz que no había salido de mi cabeza en toda la mañana. Abrí los ojos asustada.

–¿Eh? –ahogué un gritito al ver unos ojos azules que me miraban con intensidad.

–Es de mala educación no saludar ¿sabías? –rió el castaño.

–Es de mala educación asustar así a las personas ¿sabías? –contesté con las cejas enarcadas, aún asustada.

Perfecta casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora