Kathleen abrió sus ojos de repente, sintiéndose agitada y sin aliento. No recordaba lo que había estado soñando, pero por el palpitar acelerado y la transpiración cayendo a gotas gordas por las cienes, supuso que no era nada bueno. De hecho, hace mucho tiempo no tenía un sueño bonito. O alguno que recordara. Solo oía chillidos procedentes de la nada. Cuando se despertaba, la garganta le picaba como si hubiera estado gritando mientras dormía, pero cuando la memoria los volvía a evocar en sus oídos, aquella voz bramando no se parecía en nada a la suya. Era más gruesa y desgarradora; era su madre.
Suspiró entre dientes y se acurrucó sobre un costado, con la manta aquella que olía a polvo y mugre tapándole el cuerpo.
Lo odiaba todo.
No le gustaba que su mejilla rozara el suelo ni que sus huesos parecieran de goma al despertarse por el frío pasado. No le gustaba que, al querer respirar hondo, el olor putrefacto de aquella frazada llegara a sus fosas nasales y le cortara toda relajación que podría haber encontrado. Pero no se quejaba. No podía. Su hermana nunca se tapaba. Empezaba abrigada junto a ella, abrazándola y acaparando su merecida mitad del abrigo, pero cuando Kathleen volvía a despertar en la noche, ella estaba bastante más lejos, a veces vigilando y otras veces abrazando su torso mientras volutas de vapor salían de su boca. Pasaba frío, aunque nunca dejaba que su hermana pequeña lo supiera. Y eso era otra cosa que Kathleen odiaba. No quería ser tratada como niña pequeña, no quería que su hermana le diera comida de más o que pareciera que ella era quien, si llegara el momento, salvaría su vida dejándola que escape sin más. Ella quería ser quien la protegiera también, quería darle provisiones, quería ponerse delante de todo aquel que quisiera hacerle daño. Incluso si toda esa relación que compartían se hubiera apagado un poco.
No culpaba a Wylla de lo sucedido, sabía que no debía. Su madre ya no era su madre, ni su hogar lo era ya. No debía culparla, no debía, no debía...
La observó bajo la tenue luz de la luna que golpeaba su rostro. Tenía los ojos cerrados, pero parecía no dormir tranquilamente. Grandes ojeras sobresalían bajo el revoltijo de sus largas pestañas, y su piel, antes delicada y suave, tenía pinta de ser más áspera, más tosca; sus labios eran más grandes, su piel más morena. Toda ella era parecida en desmesura a su padre, tanto como Kathleen era la viva imagen de su madre.
Recordaba vagamente a Baruch y la mezcla que tenía en él de todos. Ojos azules y cabello castaño; piel clara y la misma complexión delgada y robusta de su padre. Pero no estaba segura de cómo era su voz, o si sus pestañas eran largas como su madre o si sus labios eran gruesos como los de su padre. No recordaba si era amable o tímido, simpático o silencioso. Remotamente tenía la imagen de su sonrisa, pero nunca podía escuchar su sonido. Wylla nunca hablaba de él.
Volvió a suspirar, pero esa vez solo por la nariz, lo que logró al aroma penetrar su olfato.
Se sacó de encima aquella asquerosa frazada que solo apenas la cubría y se levantó. El sol ni siquiera había salido del todo y la frescura del aire era cruda, no obstante no desagradable. Subió el cierre de su sudadera hasta que estuvo bien arriba y se colocó la capucha. Alzó la cabeza al cielo y dejó al vapor emanar de su aliento. Recordaba jugar con eso junto a Erika, la niña que vivía al lado de su casa y que siempre tenía peinados muy raros. Ambas ponían dos dedos en los labios, el índice y el medio, e intentaban imitar a sus padres entre risas cuando éstos fumaban cigarrillos. Siempre era divertido, hasta que el padre de Kathleen falleció de cáncer pulmonar; la risa se había desvanecido a partir de entonces.
Se preguntó cómo estaría ella, si su familia habría escapado, si no estarían muertos ya. U ocupados. O sin alma. O Como sea.
Caminó de vuelta a donde su hermana estaba acostada, removiéndose en aquel sueño inquieto. Decidió no despertarla. Puede que estuviera soñando feo, pero al menos estaba durmiendo. Había perdido la cuenta luego de la tercera noche que se quedó haciendo vigilancia. Estaba agotada, las ojeras y los ojos rojos la delataban. Pero seguía moviéndose cuando despertaba, seguía obligando a Kathleen a viajar incluso si sus huesos se volvieran polvo con cada paso.
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The host: Stay human
FanfictionEn el mundo de Wanderer: "The host", un grupo de humanos intenta sobrevivir.