Jean

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Esperanzado, abrí la puerta, con los ojos levemente abiertos y haciendo que todo mi cuerpo esté en posición de ataque. Esto duró muy pocos segundos, porque luego de encontrarme totalmente a salvo en mi escritorio de siempre, me sentí triunfante, como la mejor persona del mundo capaz de hacer cualquier cosa que se proponga. Me dirigí a mi asiento, que se encontraba tan acomodado como siempre, lo moví lentamente hacia atrás, calculando demasiado cada movimiento que hacía para esto, y finalmente me senté, estando al tanto de cada tacto nuevo que pasaba al apoyar todo mi cuerpo en la espumosa silla. Una vez ahí, quedé quieto, como si estuviera procesando todo pero, en realidad, no pensaba en nada. Mi mente era blanco total. Ni siquiera era capaz de escuchar los típicos sonidos de mi alrededor, se sentía vacío, como si todos se hubieran ido o como si no me conociera nadie en la faz de la Tierra. El frío sudor que ya abundaba en todo mi cuerpo era más penetrante y era lo único que pude tomar en cuenta en ese momento. Sentimientos: ninguno, nada, inexistentes. De hecho, de seguro en algún momento me pregunté qué era eso. ¿Cómo se siente? ¿Acaso todo esto es real? ¿Será necesario sentir? Pensamientos repentinamente inundaban mi cabeza, todas marcadas con letras rojas, extremadamente rojas, que eran capaces de nublarme la vista casi por completo, creyendo que me quedaría ciego para siempre. Para siempre.

El despacio sonido de la puerta abriéndose tímidamente me distrajo de todo aquel lío extraño en el que me estaba desenvolviendo. En vez de mirar al frente para saber de quién se trataba, miré el suelo, y así saberlo mediante sus zapatos. Eran tacones, de... No lo sé. Era Jean, mi secretaria, que estaba enamorada de mí.

– ¿Estás mejor? – saca una voz seria, distinta a la de siempre. Esto me hace querer subir la cabeza para mirar su expresión. En cualquier momento se pondría a sollozar y no tenía ni idea de qué hacer al respecto. Me muevo descontrolado, intentando sentarme de la manera más adecuada posible, haciendo que se me viera como un profesional. La observo a los ojos, recordándome que debo parpadear cada cierto momento para no parecer el lunático que soy.

– Bien, Jean. Lo de antes fue un simple... Un ataque de ansiedad, lo que es normal hoy en día.

Sonrío impacientemente y al levantar mis manos para ponerlas encima del escritorio, noto que estaban temblando exageradamente. Estoy seguro que lo vio, y lo ignoro.

– Me gustaría que cancelaras todas las citas. No necesito ninguna. Y ya sabes qué decir. – digo, por mientras abro un cajón que se situaba al lado mío y, sin haberlo esperado, saltar luego de haber escuchado un fuerte golpe. Mi secretaria había cerrado la puerta con un golpe brusco. Quedo mirándola impactado, con la boca media abierta y esperando a que diera explicaciones.

– Patrick, tengo una duda. – se queda en el puesto, queriendo moverse pero estando demasiado nerviosa como para poder hacerlo. Deja sus manos a los lados y el cuello tenso, haciéndola ver ridícula con los hombros tan arriba, como si fuera un robot. – Cuando me invitaste a...

– ¡Lo había olvidado! – la interrumpo casi por reflejo, mostrando una sonrisa con el ceño fruncido – Quería hablarte de eso.

Ella se muestra expectante, calmando un poco sus hombros y siguiendo sin mover ninguna parte de su cuerpo. Mi mente seguía creando cosas, muchas cosas por segundo, lo que me distraía demasiado.

– Escucha, Jean, me gustaría darte una disculpa. He estado... – Jean tenía clavos en ambos ojos, llenos de sangre y heridas recién abiertas. No dejo de apartar la vista. – frustrado por... el trabajo y muchas otras cosas más. Es algo demasiado... – Debajo de sus pies descansaba un pilar de tripas tanto rojas como azules, como si alguien las hubiera puesto allí cuidadosamente. – muy difícil de explicar. Aquel día no debí invitarte. – Sus extremidades se salían de su puesto como si un ser inferior lo estuviera haciendo en ese mismo instante. Moví los ojos de forma exagerada para dejar de mirarla, cerrándolos. Hacía un calor infernal. Me ordené el cabello repetidas veces, gimiendo del calor.

Mi Mundo (Patrick Bateman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora