Capitulo treinta y dos

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Chase.

La llave gira alrededor de mi dedo, brillando contra la luz nocturna que entra por el tragaluz.
La duda carcome mis entrañas.

—¿Crees que la cagué?

Monserrat alza el rostro, se mantiene en silencio, observándome desde abajo, con sus manos entre los pliegues de su vestido sucio.

Espero su respuesta mientras el metal tintinea. Finalmente ella niega.

— ¿Desde cuándo te importa la opinión de alguien?

— Nunca. — Admito — No hay nada que cambiaría.

— Nunca me escuchaste, Chase. Te advertí que cometías un error.

— Tú no podías ofrecerme una mejor solución. — Apoyé el hombro contra los barrotes. — ¿Que esperaba que hiciera?.

— Muchachito, te advertí que no era buena idea. — La bruja se puso de pie, tomando entre sus manos los barrotes. — Es un trato sin sentido, solo tú pierdes, ¿Que no ves que no hay nada de Carmín en ella?

— Sigues sin darme una mejor solución.

—Tengo una ¡Acepta tus errores y toma tus consecuencias!

— Eso haré, siempre que ella esté en contra de la primera opción.

Monserrat dió un manotazo al barrote, haciéndolo vibrar.

—¿Aún crees que lo hará? Hijo, pierdes el tiempo.

— Siempre fuiste una pésima consejera y también una mala protectora. — sus cejas se apretaron. — Tú juramentaste total lealtad a mí y no estás cumpliendo con eso.

— Me he mantenido a tu lado a pesar de tus errores, Chase. Aún cuando sabía que tus actos atentaban contra tu propia especie y mis valores personales, jamás actué en tu contra. — La bruja señaló.

— ¿Por que hacerlo ahora, entonces? — Cuestioné.

— Ian podría estar muerto ¡Por el amor de tu diosa! ¿No ves que solo quiere ayudarlo?

— Estuviste presente en cada mierda que Alec hizo. Cada vez que le arranqué la vida a alguien estuviste a mi lado. — Le recordé. — No me vengas con esa mierda, a ninguno le importó nunca la vida de un tercero, tampoco te preocupa Marlene o su futuro.

— ¡No me señales!.

— Estás tan loca como Alicia, Monserrat. — Su rostro enrojeció, más que furiosa. — Estás aquí por Gabriela, por nadie más.

— Te he querido como a un hijo. — Sollozó, sus ojos están húmedos pero lo único que hay en ellos es cólera. — Eres cruel y a pesar de todo me quedé y serví tus necesidades sin cuestionar. Te vi traer a esa chiquilla aquí sin mostrar escrúpulos y no dije nada.

— También viste a mi padre ser un maldito, también dejaste atrás a tus hijos por servir a mi familia y no fue por devoción desmedida. — Tomé los mismos barrotes que ella sostiene, observando sus ojos cristalinos. — Estamos medidos con la misma vara mi especie y la tuya.

— Tu padre es estoico, pero él nunca hizo cosa parecida a lo que tú has hecho.

— No ha hecho nada, ese es el detalle. Ganó enemigos sin tener la capacidad de moverse en una guerra y cuando estuvo al borde del colapso dejó a un pendejo de diecisiete años a cargo y desapareció.

— ¡Tu madre se lo llevó!

Ella gritó y sonreí.
Supe siempre que su insistencia por quedarse y servir a mi manada no era precisamente un acto de lealtad desmedida o cariño, no hacia mí.

— ¿A que has venido?

— Solo vine a informarte que pronto nuestro juramento estará roto y será tu hermana quién tome tu lugar.

— Eso es imposible, un juramento solo se rompe si una de las partes muere.

— Precisamente. — Le dediqué una última sonrisa antes de buscar la verdadera razón de mi visita.

Me asegure de dejarlas a metros de distancia.
Gabriela se encuentra de pie frente a la reja, cerca de los barrotes pero sin llegar a tocarlos.

— ¿Que quieres? — Ladró.

— Saber sobre mi beta.

—¿Ahora te importa? — Gritó. — No seas hipócrita, por favor.

—¿Donde está, Gabriela?

— Tú sabes dónde está.

—¿Por que volviste? Porqué ese discurso solo te lo cree ella.

— Tú no sabes eso, solo estoy arrepentida. — Dijo y sus ojos se aguaron — Sé que dije cosas fuera de lugar.

— Atentaste contra ella, físicamente.

— Solo quería ayudar a Ian.

— Conozco tus patrañas, Gabriela. Crecimos juntos. — Le recordé casi a gritos. — Buscas algo, por eso estás aquí.

—¡Ella nos está destruyendo! ¿Que no lo ves? — Gritó, intentó golpear con su puño los barrotes pero rápidamente retrocedió, con la piel de sus nudillos quemada. — ¿Cuantos más deben morir por ella para que lo entiendas? ¿Quienes?

— Solo un par más.

— Chase déjala ir, puedes olvidarla. — susurró, yendo hasta el colchón desgastado y sentándose en él. — La vida antes de ella era buena, tú eras diferente.

— No quiero hacerlo.

— ¿Por que? Ella ni siquiera es Carmín.

—¡Yo sé eso, no soy imbécil Gabriela!

— Entonces dime ¿Por que?

— No tengo que dar explicaciones.

— Ian va a morir.

— Dime lo que buscas.

Su labio tiembla entre sus dientes, ella negó, se acostó y rodó, dándome la espalda.
La rabia me recorrió las venas, sin embargo lo permití y me marché, dejando atrás el olor a óxido. 

Nuestra Luna De Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora