Castigada

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Milagros caminaba con paso decidido. Cualquiera en su lugar sentiría remordimiento, vergüenza quizás, pero ella no. Era una chica intrépida, decidida y tenaz. Era encantadora a simple vista, eso era indudable. Era
de esas personas cuyo filtro prácticamente no existe.
Llegó a la oficina del inspector, el profesor Richard. Era un hombre moreno, completamente calvo y cabe destacar que bastante religioso. Tocó la puerta y esperó de lo más tranquila a que este le abriera.
-Señorita Simonds...no le voy a mentir, no me sorprende en absoluto que usted sea la primera persona del año en venir. ¿Qué pasó ahora?
-Mh, la verdad nada nuevo, Richie.
-Profesor Richard, Milagros...necesito que me expliques, aunque por anticipado ya sé que tienes detención para hoy en la tarde.
-Oh, Richie...-De pronto, algo en el tono de Milagros cambió seductoramente.
Se sintió como si una fiera hubiera emergido de sí y se acercara lentamente a la trampa mortal del cazador.
-Jesu...¡Jesucristo! Señorita Simonds...
-Calla, Richie. Ambos sabemos que tu no quieres darme una aburrida detención...¿porqué no...me das otro tipo de castigo?-Dijo a medida que se apoyaba con sus codos en el escritorio del maestro, no sin antes haber
desabrochado los primeros botones de su blusa y dejando a la vista sus generosos senos.
-Oh vaya...-Suspiró el maestro de unos cuarenta y tantos años.
-Que dice, profesor, ¿quiere que sea su gatita traviesa?
-Si..¡si! Por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, ¡si!
Milagros lo miró con unos ojos prendidos en fuego. Se agachó y gateó como una cría de leona bajo el escritorio. Los pantalones estaban reventando con esa enorme verga, impaciente y hambrienta de deseo. Milagros le puso las manos en sus muslos ardientes y con sus dientes de muñeca casi le arranca la cremayera. El maestro jadeaba como si estuviera corriendo un triatlón.
-¿Quiere que coma de su carne, profesor? ¡Soy toda una tigresa hambrienta!
-Oh si, tigresa, ¡soy todo carnada para ti!
Milagros arqueó la lengua y comenzó a acariciarle suavemente la punta de su venoso miembro mientras masturbaba el resto.
-¡Oh si! ¡Si! Quiero más...¡Quiero más!
Milagros aumentó la velocidad y se la metió toda en la boca. La leche chorreaba por todas partes y Richie se agitaba como si sufriera una convulsión.
-¡Oh, Jonás!-gimió con toda su testosterona-¡Oh, dios, sí! ¡Luego te abriré las nalgas como Moises abrió las aguas!
Mientras más aumentaba la potencia de los gemidos, más recuerdos se interponían en la mente de la sórdida Milagros.
Recuerdos del año pasado.
Recuerdos de ella.

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