Flashbacks de Uzbekistán

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Detención.
La maldita detención. Mierda, mierda y más mierda.
Milagros, como siempre, se encontraba a lo más atrás del salón, explayada en tres asientos frente a sus correspondientes pupitres.
-Muy bien chicas. Sigan escribiendo el ensayo. Iré un segundo al aparcamiento
para revisar si alguién más -enfatizó en el más- tuvó la mágica idea de rayar mi auto.
-Ya le dije que yo no tuve nada que ver con eso- dijo con su suave tono de voz, más parecido a un susurro, la chica silenciosa y morena. Como siempre, al menos desde el día en que llegó, vestía sus prendas Uzbekas. Un colorido poncho de lana y un velo que remarcaba su natividad y se hacía notar con sus frondosos pompones colgantes. Usaba largas trenzas negras, que a simple vista se veían como rastas. Era como si Uzbekistan se personificará como toda una mujer.
Una mujer llamada Samudia Adbullayeva
-Señorita Adbullayeva- Dijo con voz seria el maestro de matemáticas, el señor Meyer- ya le recomendé que deje de gastar saliva en negarlo, quiere?- Dicho eso, Meyer agarró la taza de café situada sobre su escritorio y se retiró del salon.

-El maestro tiene razón, señorita Adbullayeva, deje de gastar saliva y guardela para otras cosas, ¿quiere?- Dijo milagros con un tono sarcástico y cautivador.
-¿Quieres callarte? Sabes perfectamente que estuve en el momento y lugar equivocados. Fue pura casualidad que nos vieramos mientras hacías otras de tus travesuras de chica rebelde.
-¿Casualidad? Yo diria que fue en realidad el destino, ¿sabes? Fue una romántica forma de conocernos.
-Fue literalmente la primera y peor impresión que pude tener de esta ahmoq escuela y de sus esi pasts alumnos.
-Disculpa, no hablo parsel o lo que sea...bastante sexy, en todo caso. No me molestaría que hables así con migo.
-Y esa es otra cosa- respondió Samudia parándose de golpe y acercandose a Milgros- deja de hacerte la coqueta con migo. Ya te dije que no me interesan las chicas, ni mucho menos una ahmoq promedio como tú- decía al compás de señalarla amenazantemente con el dedo- ¿Oíste bien? No soy una esi lesbiana como tú, no me interesa siquiera acercarme a gente como tú. Me dan asco. Son enfermos, son sadicos y todos ustedes son entidades malignas y pervertidas.
Milagros empezó a reir, mientras se ponía de pie y se situaba frente a la Uzbeka.
-¿Cual es tu problema?- Escupió Samudia.
-Nunca dije que fueras lesbiana- dijo Milagros, acercandose cada vez más a la chica- Nisiquiera se me pasó por la cabeza.
De pronto Samudia empezó a respirar con un aire nervioso. Estaba aguantando sus jadeos, estaba casi transpirando. Mientras más se alejaba de Milagros, más cerca estaba de la pared.
-A menos que...a ti se te pasara por la cabeza- Milagros se había acercado tanto a Samudia, acorralandola contra la pared. Su mano apollada en las blancas y frías valdosas, justo a la derecha de la cabeza de Samudia. Su otra mano acariciando el cabello por detrás de la ardiente oreja de la chica.
Sus respiraciones chocaban y la tensión aumentaba con cada suspiro.
-Alejate, asquerosa tulki -dijo con voz temblorosa- alejate, te estoy diciendo que te alejes.
-Vaya, Sammy, no me esperaba que fueras tan dominante- dijo a manera en que esbozaba una retorcida pero sexy sonrisa.
Samudia no daba más. Sus piernas temblaban como las torres gemelas. Como un niño asustadizo escondiendose de un tiroteo.
No había escapatoria.
Había perdido la cabeza apenas la rebelde y sórdida Milagros la había acorralado con sus fogosos ojos y deslizado su mano desde la baldosa a su pecho izquierdo.
Nisiquiera se percató del momento en que sus labios comenzaron a chocarse, tragandose el uno al otro con una pasión que nunca antes había experimentado. Una pasión naciente de un odio contenido.
Milagros agarró el lanoso poncho y se lo arrancó cual leona le arranca la piel a su presa. Tomó con fuerza los colgantes pompones y le arrancó su velo. Luego ella misma se quito la polera. Ambos sujetadores se habían perdido en el revoltijo de todas sus ropas que de un segundo a otro yacieron en el suelo. Milagros apretó las nalgas de la Uzbeka con fuerza, levantandola, y esta enredó sus piernas entre las ardientes caderas de su cazadora.
Posó denuevo su mano en el pecho izquierdo de la chica morena, mientras acariciaba y apretaba el pezón suavemente con la punta de sus finos dedos. Empezó a mover lentamente sus caderas adelante y atras. Sus partes íntimas chocaban la una a la otra. Se hundían y unían, volviéndose una sola. Comenzó a aumentar la velocidad. Era demasiado. Samudia era inzapaz de contener sus gemidos.
-¿Te gusta?
-Mhhhh- gimió agudamente la morena. No podía verbalizar nada en ese momento.
La velocidad de las caderas aumentaba cada vez más. Ambas chicas gemían como tigresas en celo. Las paredes temblaban y los orgasmos venían uno tras otro como si fueran regalos de Navidad. Samudia se sentía cada vez más cerca del cielo.
La pasión era demasiada. La calentura y el placer eran más que suficientes, casi imposibles de colmar aún más.
Fue un buen momento. Un buen momento que pasó a ser un buen recuerdo.
Un recuerdo que comenzaba a difuminarse en la actual Milagros mientras la trasladaba nuevamente al presente.

La Historia Entre NosotrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora