—¿Qué está ocurriendo? —preguntó el niño agarrándose fuertemente a la cintura de la mujer que debía de ser su madre.
—Calla Ruan—ordenó la mujer—¿Hay peligro? —miró al hombre con la mirada fija en el exterior del carro.
—Sí—soltó el trozo de tela y se llevó la mano a la espada que portada consigo—. Quedaos dentro, no salgáis si no os lo ordeno, y si os digo que corráis hacedlo.
La tensión aumentó tras aquellas palabras. La mirada de la mujer se nubló y se preparó para salir huyendo si era necesario. Agarró con una de sus manos a Ruan mientras posaba la otra en la manecilla de la puerta lista para abrirla y huir.
—Peter, prepárate— ordenó el hombre— Yo iré por la derecha, tú ocúpate del otro lado.
—De acuerdo—respondió.
—¡Por los Tir! —gritaron los dos hombres antes de salir del carruaje listos para la batalla.
Peter se dirigió por el lado al que le habían ordenado ir. Había desenvainado sus dos dagas incluso antes de que Cedric, su oficial al cargo, le ordenase pelear. Vislumbró a un par de hombres completamente cubiertos de negro, uno de ellos se abalanzó sobre él con una velocidad increíble. Peter cayó al suelo junto con su atacante y, girando sobre si mismo para separarse del enemigo, se levantó con agilidad. Ambos hombres se quedaron observándose durante unos instantes. El enemigo seguía en el suelo, arrodillado frente a Peter, con la espada alzada listo para atacar.
En el otro lado del campo de batalla, Cedric blandía su arma con extrema ferocidad. La sangre había empapado sus botas y el cadáver de uno de los atacantes yacía en sus pies. Calculó erróneamente el número de enemigos que había. Creyó que habría menos del triple de enemigos de los que había visto tras la ventana, y también había creído que, al menos, más de un par habrían sido derrotados por sus soldados. Eran fuertes y hábiles, no había duda.
—¡Peter! —chilló Cedric—¡Posición de defensa!
Peter apretó el mandoble de sus dagas y dio varios pasos hacia atrás antes de detenerse en seco. No podía moverse sin que su atacante aprovechara la oportunidad para derribarle de nuevo.
—¡Estoy ocupado con uno!
Cedric bufó. La situación no estaba yendo como se esperaba. Eran solo seis hombres y, ya fuera por el cansancio del viaje, por la lesión de su rodilla o por la gran habilidad de sus enemigos, asumió que la victoria no sería sencilla.
Peter era rápido y tenía voluntad para los enfrentamientos, pero la falta de experiencia en el campo de batalla podría llegar a ser letal para él.
Cedric se vio rodeado por cuatro de los hombres restantes. Peter decidió contratacar. Avanzó rápidamente contra su enemigo levantando ambas dagas en el aire. El atacante se colocó en posición de defensa y se echó hacia atrás. Peter se agachó para atacar por el flanco inferior e, impulsándose hacia adelante, clavó una de las anchas dagas en el costado del enemigo mientras, con la otra, apartaba la espada enemiga.
El hombre de negro saltó hacia atrás y apoyando su espada en el camino de arena se llevó la mano a la herida. La sangre cubría por completo la daga de Peter y una astuta mirada se dibujo en su rostro antes de relajar sus músculos y dar la espalda al atacante.
—Buena suerte si crees que aún puedes hacer algo contra mí. —dijo caminado hacia donde Cedric se encontraba.
El enemigo destapó la herida y se concentró en la sangre que manchaba la palma de su mano. Se quedó sorprendido del comportamiento de Peter y, como si supiera perfectamente qué debía de hacer en aquel momento, sacó de uno de sus bolsillos un pequeño tarro de cristal. La cabeza comenzaba a darle vueltas y las náuseas crecían a cada segundo que tardaba en tomarse el contenido de aquel frasco. Le habían envenenado, pero estaba preparado para ello.
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El Octavo Dios
FantasiEn un mundo dividido por dos naciones, Lafcadio, junto a su compañera felina Whyna, deberán infiltrarse en la casa de los Da'Relva en busca de una fuente de inmenso poder. Mientras tanto Trixia, la hija del Duque Da'Relva y Lihdrian, su sirviente y...