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La nieve caía lentamente mientras el sol brillaba con intensidad en la capital. Era la primera vez en Shiarty que su población veía la nieve en sus propios dominios. Nunca nadie habría imaginado que tras aquella tormenta el cielo se despejaría y las temperaturas descenderían como para que nevase. Un chiquillo de unos dieciséis años corría por las calles abarrotadas de la ciudad. Era el momento del año en el que más ventas se llevaban a cabo, y el tiempo no iba a destrozar aquello. Los comercios abrían sus puertas de par en par y los tenderetes se comían el poco espacio que quedaba en la calle para los transeúntes.

El chico se chocó numerosas veces contra la gente que cargaba con sus compras. Descendió por una de las calles más empinadas que había y se coló por una pequeña entrada que daba a una especie de caverna abarrotada de gente. El Ardiente aquel día servía las consumiciones a una velocidad increíble. El niño avanzó hacia la barra y posó sobre ella un pequeño pero pesado saco.

—¡Aquí está todo Masa! — gritó llamando la atención de una mujer bajita y ya mayor que se encontraba sirviendo. Dejó las jarras que tenía encima de la mesa y con mucha habilidad le entregó la bandeja a una chica bastante más joven que pasaba por allí.

—Ocúpate de las mesas de fuera, cuando acabes limpia las de dentro y ve preparando más estofado.

El chaval se frotó las manos por el frio y se revolvió con la mano el cabello, y pequeños cúmulos de nieve y gotitas de agua salieron disparadas de su cabeza.

—¡No me ensucies el suelo chico! —ordenó Masa—Luego soy yo la que lo tiene que limpiar— agarró con la mano el saco y lo abrió—. Cincuenta, cien, doscientos...

—Está todo, ¿no?

—¡Quinientas monedas de plata! —chilló avariciosamente—Hay más de lo normal, ¿queréis al menos otra docena de botellas?

—Exacto, este año el ducado de Da'Relva celebrará una subasta en palacio, y mañana de noche habrá una cena de bienvenida para los principales pujadores.

—¡Vaya cómo se lo montan esos ricos! —rio Masa. Hizo un gesto a la chica joven que ya se encontraba limpiando las mesas para que se acercara— Encárgate con Daniel de cargar las botellas—miró a la joven— está misma noche estarán todas en la residencia.

—Pero señora, no doy abasto con las mesas y si usted se queda en la barra no habrá nadie que las atienda...—comentó miedosa.

Masa bufó y miró la estancia. El Ardiente se llena cada viernes, y los encargos de aquel calibre no solían coincidir en los mismos días. Maldita subasta, ya no había tiempo para todo.

—Puedo ocuparme yo de cargar las botellas con Daniel, no tengo más tareas hasta la cena.

—¿Estás seguro? —Masa miró al niño de abajo a arriba. Las ropas que llevaba eran sin duda las de un sirviente, pero el tamaño no era para nada el apropiado, parecían viejas y bastantes sucias, debía de ser la única ropa de abrigo que tenía.

—Sí, sin problema, — sonrió—, además hace días que no veo a Daniel.

Masa asintió y dejó que el chiquillo se ocupase. Antes de que se fuera, le detuvo con la mano y le indicó que esperara. Desapareció por una de las puertas y volvió al cabo de un rato con una bufanda tejida a mano, era vieja y se le notaba mucho el paso del tiempo. Masa se la colocó por encima de los hombros y la enrolló sobre el cuello.

—Quédatela, como agradecimiento por tu trabajo, y cuando acabes pídele a Gisella que te de algo de comida.

—¡Muchas gracias!

El chico avanzó por detrás de la barra y abrió la puerta opuesta por la que había salido Masa con la bufanda. Salió de la taberna y el frio le inundo de nuevo el cuerpo. Se subió más la bufanda, tapando así la mitad de su rostro lleno de pecas. La nieve comenzaba a caer más deprisa y, aunque, debido a la lluvia de la tormenta no estuviera calando correctamente, parecía que en unas horas el nivel de nieve aumentaría.

El Octavo DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora