II Parte: El comienzo del fin

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- ¡Por Dios Anya! ¿Cómo puede ser que Nathan no te interese? - le dijo casi gritando su amiga y compañera de trabajo.
- ¿Acaso no viste lo que es ese hombre? ¡Daría mi brazo derecho por tener una mínima oportunidad con él! - siguió con su discurso lascivo.
- Pues has lo que quieras con él - bufó fastidiada Anya - no me interesa tener  contacto alguno con nadie del otro sexo. Lo que me hizo Roman no tiene perdón.
Odio seguir atada a él... pero mi corazón no me permite soltarlo. No soy capaz de amar a alguien más como amo a ese imbécil.
La muchacha se hundió en los recuerdos que habían quedado grabados en su mente y que la torturaban día a día. La frustración por tratar de entender qué error había cometido como para que el ¿amor de su vida? la dejase sin algún remordimiento la empujaban a llorar sin límite todas las noches.
Quizas era cierto lo que decía su compañera de trabajo: Nathan era un hombre atractivo; un poco extraño y parco según su perspectiva, pero había algo en él, tal vez en esa oscuridad, que la hacía sentir tan igual a él.
"Puede que él también haya sido rechazado o condenado por algo por lo que no merecía pasar", pensó detenidamente Anya "puede que, al final, tengamos mucho en común". "Quizás él también perdió algo muy importante"... "quizas, solo quizas pueda él ser la solución a mi tormento... y yo la de Nathan".
En ese momento, Anya creyó encontrar la respuesta para terminar por un instante con su agonía. Nathan se había mostrado solícito con ella desde que se conocieron: la ayudaba en sus tareas, escuchaba sus ideas y propuestas; hasta le había proferido palabras de aliento cuando la veía abatida. Él jamás le preguntó los motivos de su tristeza. Eso no la enojaba, al contrario, sentía como si él supiese de su dolor y la comprendiese.
"Si solo Roman hubiera sido así, todo  habría marchado distinto", pensaba absorta mientras tecleaba la computadora.
Tan ensimismada estaba en sus cavilaciones que no notó cuando Nathan se acercó, dejando en su escritorio una pequeña caja con chocolates y una nota. Un momento después, Anya se percartó del encantador obsequio. Mientras mordía lentamente un dulce, leía con especial atención lo que rezaba la nota:
Linda Any:
¿quieres salir conmigo este sábado? 
Si aún no te sientes en condiciones sabré entender. Lo único que quiero es que estés bien.
   Un beso. Nathan

Anya se replanteó la propuesta del muchacho. No tenia nada que perder... ya había perdido demasiado. Considerar, acaso,  que Nathan podría ayudarla a sonreír otra vez.
Se acercó al lugar del muchacho dejandole un mensaje escrito, esta vez, por ella:

¡Hey! ¡De verdad me sorprendiste! ¡Gracias por tu presente! Y... ¡si! Acepto tu invitación.
Otro beso para ti. Anya

El chico leyó satisfecho el escrito. Experimentó una suerte de estallido en su mente y su pecho: estaba a pasos de lograr su cometido y gracias a esa ilusa niña... ¿acaso había remordimiento en sus actos? Ni siquiera se detuvo a considerar esa posibilidad... ni siquiera le importaba.
Anya, en tanto, sopesaba la idea de intentar aplicar la vieja frase: "un clavo saca a otro": dejaría entrar a escena a su nuevo compañero, aunque... quizas... solo quizas... este juego que ella pensaba poder controlar sería su propia perdición... Nathan se erijía en su verdugo... Anya estaba dejando ingresar inconscientemente en su círculo vital a quien marcaría su fin.

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