En el olvido quedó el significado ambiguo de ser un hidalgo español. Ni nobles, ni campesinos, pero sí con una posición privilegiada en las pequeñas poblaciones que se extendían por el país.
Desde una de las aldeas de pequeños pastizales, encallada en un rincón de Orduña, dos hermanos que con fuerza y gallardía fungían como caballeros defensores de la corona, terminaron embarcados hacia el nuevo mundo.
Como muchos otros, Agustín y Juan llegaron con el nombre de su aldea, se dejaron conquistar por las nuevas tierras del otro lado del Atlántico, dominaron a los nativos y se instalaron para ocupar una mejor posición social.
Así fue como los hermanos de Londoño y Trasmiera, dos hidalgos vestidos de caballeros terminaron en El Nuevo Reino de Granada, Agustín en Bogotá y Juan en Cartagena.
Con el peso de la viudez y el dolor profundo que solo puede provocar el luto, Juan lo dejó todo hasta llegar a la tierra de los aburráes, esos nativos fuertes que vivían en la ribera del río, y a quienes el poderío español logró replegar hasta las montañas para así, apoderarse del valle que recordaba tanto a las aldeas de pequeñas planicies en la región norte española.
Pero ser hidalgos y caballeros no duraría para siempre. Las nuevas generaciones ven el mundo con ojos diferentes y fue una de sus hijas, Javiera, quien pusiera un muro entre el nuevo valle y España.
Las haciendas llenas de esclavos sucumbieron ante el corazón noble e intrépido de la joven que decidió entregarse con ellos por lo que llaman libertad.
Y es ese sentimiento el que, con los años, terminó por abrir un hueco grande en la capa hidalga. Ese mismo sentimiento que llevó a los descendientes de los hermanos Londoño y Trasmiera a recorrer las montañas a lomo de mula, con machete y peinilla, carriel y sombrero, pero, sobre todo, con la ruana, residuo de la capa castellana.
Hoy en España los pequeños pastizales que sirvieron para marcar su descendencia están llenos de casas y edificaciones bajo el borde de la montaña que cobija a la pequeña ciudad de Vizcaya.
Mientras que, al otro lado del Atlántico, sin que el mundo se entere, existe un Londoño para quien la letra de una de esas canciones, que solo le empezaron a gustar después de alcanzar la adultez, nunca tuvo más sentido.
Y es que sí, después de sentarse a escuchar las palabras de la tía abuela entendió que la capa del viejo hidalgo, en su caso y en el de toda su familia, realmente, y como dice la canción, se rompió para hacer una ruana.
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El roto de la capa del viejo hidalgo
Non-FictionMi origen convertido en relato... Porque nuestras raíces también son fuente de inspiración...