El Último Vástago de los Djinn - Parte I

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ARTHUR LEYWIN

Cuando abrió los ojos no se esperó ver el rostro de su hermana menor —Eleanor— a escasos centímetros de su rostro. Sus ojos castaños, una herencia de su madre, cruzaron miradas con los de él. Algo tenía en mente.

"¿Qué?"

"Llevas así bastante tiempo, hermano." Dijo, estudiando las ojeras que Arthur tenía adornando la piel debajo de los párpados. "¿Qué te tiene tan perturbado?"

Arthur exhaló, casi gruñendo, mientras se recargaba en la silla de madera. Un pedazo de artesanía que los habitantes del Pueblo Fuegoscuro habían regalado a su padre hacía años atrás, cuando Reynolds Leywin seguía liderando la isla. Sus ojos azulados se fijaron, entonces, en la mesa de madera tallada delante de él; un mapa exacto del continente de Dicathen. Al Oeste estaba el reino humano de Sapin, al Norte Elenoir, y al Sur Darv, al Este las salvajes e inexploradas tierras que la gente de Dicathen llamaban Claros de Bestias.

Arthur suspiró. "Llegaron cuervos de Dicathen y Alacrya."

Eleanor apretó los labios. El tono que Arthur había usado dejó en claro que había algo más que palabras simples escritas con tinta negra. La respuesta a sus demandas, muy probablemente, no dio los frutos que ellos esperaban.

"¿Qué decían?" Ella preguntó.

Arthur, de pronto, se levantó de la silla con una mirada afilada. Él caminó unos lentos pasos hacia donde la pequeña hoguera ardía, inundando el pequeño salón con el ruido de la madera crujiendo y el fuego chasqueando. Hubo un silencio que Arthur aprovechó para pensar. Él nunca tuvo la esperanza de que los demás reinos accedieran a lo que él demandaba, mucho menos cuando se trataba de una carta enviada a través de cuervos mensajeros en vez de los costosos medios mágicos que la mayoría usaba para las comunicaciones en este mundo. Mirando el las lenguas hambrientas del fuego consumir la leña, Arthur frunció el ceño pensando en lo que el maestre Rickon le comunicó hace unas horas.

"Se negaron." Meditó lo que diría un segundo, aun con la espalda a su hermana. "Elenoir, fue simple en su respuesta. Darv no envió ningún mensaje, pero es entendible su respuesta. Pero, Sapin... Sapin fue diferente. Ellos han amenazado con muerte."

"¿Muerte?" Oyó a Eleanor caminar hasta él, luego sintió una pequeña mano sobre su hombro. "¿Han amenazado con matarnos?" Preguntó más sorprendida que asustada.

Arthur sonrió, sintiendo la misma sorpresa que Eleanor.

"Algo así... De acuerdo a sus palabras: 'Si nos atrevemos a pisar el suelo de Dicathen enfrentaríamos su furia'."

Eleanor bufó, divertida.

"¿Es eso una amenaza? Yo lo llamaría un chiste... y uno muy malo."

"Concuerdo."

Eleanor suspiró y se alejó, para después tomar asiento en una de las sillas alrededor de la mesa tallada. Con una mano alzada, de manera aburrida, encendió una pequeña flama sobre su dedo índice. El fuego anaranjado se tornó azulado de un momento a otro, indicando la maestría que ella poseía sobre el elemento mágico. Y con una mirada aburrida, analizó el mapa de Dicathen.

"Fuego y sangre." Dijo lentamente. "¿Qué es lo que haremos, Art?"

"Lo que teniamos planeado." Respondió al girarse, su mirada fijándose rápidamente en el mapa.

"Alacrya es vieja, no me importa que conexión tengan con nuestro pasado. Dicathen está fresco, rebosante de oportunidades y futuros prometedores. Aunque su tierra esté plagada de guerras y constantes luchas, es, sin dudas, mucho mejor que Alacrya." Arthur se acercó a la mesa y, la daga que había desenvainado en ese momento, clavó en la capital de Elenoir la hoja. "Si queremos traer paz a estas tierras y un mejor futuro debemos empezar con los elfos."

Eleanor miró con una ceja arqueada cómo la daga se balanceaba antes de detenerse. "¿Por qué Elenoir?"

Arthur se sentó y miró a su hermana con una sonrisa.

"Los elfos poseen una extraordinaria magia que nos puede ayudar contra Sapin. No pienso arriesgar la vida de mis hombres en un enfrentamiento en campo abierto, si puedo evitarlo—"

"Magia de plantas." Interrumpió Eleanor con una expresión cercana a la sorpresa.

"Exacto," respondió Arthur. "En la última guerra entre humanos y elfos, los elfos detuvieron el avance de Sapin con magia de plantas y esa misteriosa neblina que rodea los bosques de Elshire. Quiero saber sus secretos y usarlos. Elenoir. Ese será nuestro objetivo." Dijo Arthur con un tono afirmante.

"Pero, será igual de riesgoso ir contra Elenoir. Como tú dices, la neblina alrededor de los bosques hace imposible la navegación y ni hablar de las bestias de maná que merodean en sus interiores." Instó Eleanor. Arthur le echó una mirada juzgona y antes de poder abir la boca para refutar, Eleanor siguió. "Debemos conseguir algo o alguien que sepa navegar esos lugares."

La Conquista de ArthurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora