El Ultimo Vástago de los Djinn - Parte II

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ELEANOR LEYWIN:

Caminar por los pasillos de la fortaleza de su familia era, como siempre, una experiencia que Eleanor degustaba cuando no se encontraba ocupada en el Salón del Mapa —el mismo salón que Arthur solía utilizar para tener sus audiencias con la gente de los pueblos en la isla.

Eleanor se detuvo, meditando internamente mientras veía los exquisitos recuadros que su familia había elaborado con el paso del tiempo. Cada generación de los Leywin, desde su tatarabuela —Jenna Leywin— habían sido los herederos de la familia de Brillo del Sol —la hija de Nacido de las Estrellas—, el único Mago Antiguo que había sobrevivido a la purga causada por los Asuras.

Aunque las leyendas que los pueblerinos relataban a sus hijos prometían que Nacido de las Estrellas llegó a esta remota isla con la idea de enriquecer y compartir sus conocimientos mágicos a toda la gente, la verdad, es que su antepasado sólo había llegado para refugiarse y esconderse. Eleanor solía leer sobre su pasado, pues era su pasatiempo favorito. Y en ninguno de los incontables libros que su familia había escrito describían a Nacido de las Estrellas como un ser caritativo que quisiera regalar su magia a cualquiera; esa había sido la tarea de su descendiente Crepúsculo Carmesí, quien se casaría con el hijo del anciano del pueblo Fuegoscuro, Jonathan Leywin; el padre de Jenna Leywin, quien obtendría el título de Señor de la isla luego de la muerte de Crepúsculo Carmesí.

Sí. Los Djinn habían desaparecido por completo, pero Eleanor no podía evitar sentirse orgullosa de su pasado; de su antepasado Nacido de las Estrellas, quien a pesar de no haber compartido su mágico conocimiento, fue la piedra angular de lo que sería la —ahora— Roca de la Vigilia, el último bastión de los descendientes directos de los Antiguos Magos.

Eleanor miró con detenimiento el cuadro de su tatarabuela Jenna y rezó un corto rezo, deseando paz a sus antepasados y pidiendo las fuerzas necesarias para seguir con lo que Arthur tenía en mente.

"Gracias por todo su esfuerzo." Musitó Eleanor y, luego de una pequeña reverencia a la anterior Señora de Roca de la Vigilia, siguió su camino.

Aunque para Arthur, era Jonathan Leywin el verdadero responsable de la grandeza que poseían, para ella siempre sería Jenna.

Su paseo a través de los solitarios pasillos de la fortaleza fue breve, Eleanor se sentía más tranquila y con un poco de hambre. Con la idea de saciar su deseo por algo dulce, la joven doncella tomó otra ruta hacia los pasillos al este.

       "Doncella Leywin," —se detuvo al oír esa voz— "¡Gracias a los cielos que la encuentro! La Señora Leywin ha solicitado su presencia en la Sala Principal."

Eleanor refunfuñó entre dientes, sabiendo que su plan por ir a la cocina por algún postre había sido arruinado por la Cabecilla de las Sirvientas, Sarah Arenas. Dando una media vuelta lentamente, Eleanor se dirigió a la sirvienta.

      "¿Tiene que ser ahora, Sarah?" Sonrió tiernamente, esperando que con eso fuera suficiente para persuadir a la sirvienta.

      "Así lo instruyó su Señora Madre." Asintió Sarah.

Eleanor apretó los labios, disolviendo la sonrisa en una delgada línea rosa que se volvía casi blanca. Canalizó su frustración en un sonoro refunfuño y finalmente sonrió con desgano.

    "Llevame a ella, Sarah." Gruñó Eleanor.

Sarah, aún con el rostro entumecido en una delicada sonrisa, asintió extendiendo un brazo que apuntaba por el camino opuesto a la cocina.

     "Por aquí, Doncella Leywin. Su Madre está impaciente." Su sonrisa permaneció.

***

Habían transcurrido horas desde que había visto a su madre, la Señora de Roca de la Vigilia. Específicamente hablando, desde el desayuno que compartieron con la presencia de Arthur y de nadie más. Un desayuno que había resultado más blando y carente del típico convivio que solían tener hacia un tiempo.

Eleanor apretó la mandíbula y sacudió la cabeza. Fuera, lejos... No quería tener esos pensamientos rondando en su cabeza.

Tomando un profundo respiro para calmar su mente atormentada y su acelerado corazón, Eleanor dio un paso a la vez que Sarah abría la gruesa puerta de madera con relativa facilidad.

     "—Esas no son buenas noticias, hijo."

Oyó la tranquila voz de su madre, suave y serena, a pesar de la negatividad con la que expresó aquellas palabras. Eleanor se detuvo un momento y miró por encima de su hombro a Sarah, recibiendo un ademán de que continuara. Inspirando hondo, Eleanor erguió su espina dorsal y encajonó la barbilla, lista para ver a su madre.

     "Lo sé," —Arthur, notó ella, suspiró. "Pero fueron claras sus intenciones desde que descubrieron por accidente este lugar—"

    Eleanor parpadeó lentamente y respiró. "—Y seguirán así hasta que hayan obtenido lo que quieren." —Arthur sonrió levemente y su madre sólo asintio con pereza— "Sus mensajes han sido constantes a lo largo de los años y, en ocasiones, han intentado venir a la fuerza. Dicathen busca expandir su dominio; quiere obtener nuestras islas."

Ella miró, sus ojos castaños fijos en cómo reaccionarían los dos. Para su nula sorpresa, ninguno se inmutó.

     "Ellie tiene razón, Madre." Admitió Arthur antes de mirar a su hermana. "Aunque Alacrya se mantiene al margen con respecto a nosotros gracias a nuestro acuerdo con Agrona; Dicathen es una historia totalmente diferente."

Su madre, de pronto, se levantó de la silla de madera en la que había estado comodamente escuchándolos. Entrelazó los dedos de sus manos y dio un pequeño recorrido a su habitación —a la habitación que Eleanor prontó reconoció. Era la habitación que su madre y su padre habían compartido en sus años de matrimonio. Era la misma habitación en la que su padre había dado su último aliento; había muerto el Señor de Roca de la Vigilia a causa de una herida causada por un enfrentamiento entre un arrivo inesperado de bandidos provenientes de Dicathen y de la guardia local.

Ellie tragó amargo, pero el torbellino de emociones cesó cuando escuchó a su madre aclarar la garganta.

     "Dicathen. Alacrya." —comenzó ella antes de detenerse enfrente de la hoguera— "¿Qué es lo que quieren qué piense en estos momentos? Ustedes no hablan más que de planes e ideales que no sirven. Discuten sobre un pasado que está lejos de nuestro alcance. Sueñan con un futuro. Pero, ¿por qué?"

Ambos se miraron. Eleanor tuvo que darle crédito a Arthur esta vez, pues había logrado mantener su estoica expresión a pesar de las palabras de su madre.

     "Porqué es nuestro destino." Arthur respondió. "Este lugar —esta prisión de roca y oceanos— me enferma, madre. ¿Cómo es que pudimos vivir así durante tantos años, encerrados entre islas y escondiendonos del mundo cuando hay un mundo de posibilidades ahí afuera, esperandonos?"

Un momento de silencio inundó la habitación, aunque el sonido del fuego consumiendo la madera hizo un contrabalance.

     "Esto es por nosotros," susurró Arthur, acercándose a su madre por detrás. "Esto es por él."

Y con esas palabras, Eleanor miró cómo los hombros de su madre se tensaron, pero Arthur reaccionó rápido y envolvió a su madre en un fuerte, pero reconfortante, abrazo que alivió el corazón de su madre. Eleanor apartó la mirada, sintiendo un familiar ardor molesto en sus ojos, y con el dorso de la mano trató de quitarse esa molestia —sólo para sentir humedad.

     "Estaremos juntos. Siempre."

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⏰ Última actualización: Feb 28, 2023 ⏰

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