No le gustaba el día de los esclavos, es más, lo odiaba. Odiaba tener que ponerse aquellas ropas que le picaban, recogerse el pelo con cintas, lavarse a conciencia la cara y comportarse "como una señorita". No quería oler a perfume y jabón, ella quería oler a tierra, a bosque, a plantas y a veces a sudor y lágrimas. Porque claro, las lágrimas también olían, y su olor era muy parecido a la tristeza que suponía caerse de un árbol que había pasado escalando toda la mañana. En definitiva, no quería celebrar el día de los esclavos.
Pero no importaba lo que ella quisiera. Su madre la cogía de la mano y la arrastraba hasta la entrada del Pequeño Palacio, la mayor casa del pueblo, la que pertenecía a la familia Abatangelo, le dirigía una mirada severa y le decía: "Debetta pórtate bien". Siempre le pareció extraño que la reprendiera cuando todavía no había hecho nada. "Sí, señorita", respondía ella, porque a su madre nunca le había gustado que la llamara "mamá", decía que ella era demasiado joven para ser madre, por lo que la niña se había acostumbrado a llamarla "señorita". Entonces entraban en la casa que hacía honor a su nombre.
Todos los años era igual, un montón de gente se reunía el día de los esclavos en la casa Abatangelo, sin embargo por lo general solo conocían a unas pocas familias, por lo que las presentaciones se hacían interminables. Y cuanto más tiempo pasaba, más se aburría y peor se portaba. Así que además, tenía que soportar las continuas quejas de su madre:"Debetta, sonríe. Debetta, saluda. Debetta no toques eso. No hagas aquello. Debetta, Debetta... ¡Debetta, ¿me estás escuchando?!" Cuando eso sucedía solía pedirle permiso a su madre para irse a jugar con los otros niños, y si lo conseguía salía corriendo hacia el jardín trasero, para después escabullirse hacia la plaza del pueblo. Siempre se reía de que nadie se hubiera dado cuenta de ello, ni siquiera su madre.
El día de los esclavos los niños se reunían en la plaza para jugar a "Margalís". Ella solía verlos desde lejos, sentada a la sombra de un árbol, tratando de entender el juego. Alguno de los muchachos mayores, el que hacía de Margalís, se colocaba en medio de la plaza con los ojos cerrados y cantaba: "Margalís mató un niño. Un niño gris de un sol ojo...". Al terminar gritaba: "¡Margalís ya no es un niño!" antes de salir corriendo, buscando a los que se habían escondido. Cuando los encontraba los cogía y les preguntaba: "¿Eres un elemento?", si el niño no lo era se cogía de su cintura y seguían buscando al resto, alargando cada vez más la fila. Si el niño hacía el papel de uno de los cuatro elementos entonces se convertía también en Margalís y salía a buscar a los otros jugadores, haciendo más difícil el juego. La diversión terminaba cuando todos los participantes, excepto el que hacía de niño, se encontraban unidos en alguna de las filas. El jugador que hacía de niño era el único que no debía ser apresado, su misión consistía en liberar a sus compañeros, pero solo podía ayudar a aquellos que se encontrasen en el último puesto de la fila. Si el que hacía de Margalís se equivocaba y capturaba al niño, toda la cola se separaba y había que empezar de nuevo.
Debetta reía mucho viéndolos jugar, aunque no llegaba a entender del todo el juego. A veces imaginaba que se divertía con ellos, sentada desde el rincón más apartado. Pero sabía demasiado bien que ni ellos la dejarían jugar, ni los adultos lo verían con buena cara. Así que se conformaba con mirarlos.
Al llegar la tarde regresaba rápidamente a su lugar y buscaba a su madre entre la gente, lista para marcharse a casa. "Este ha sido el mejor año, Debetta", decía siempre ella con la mirada brillante de emoción. Sin embargo aquel día no había sentimiento alguno en sus ojos cuando la pequeña llegó hasta ella, en cambio le dijo: "Tenemos que hablar, Debetta". No le gustaban aquellas palabras.
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Capere Ventus
Fantasy"Margalís mató un niño. Un niño gris de un solo ojo. El aire escuchó su lamento y Margalís apresó el viento. La roca protegió su cuerpo y Margalís destruyó la tierra. La llama revivió su alma y Margalís apagó el fuego. La gota contó su historia y Ma...