Capítulo Tres.

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Anahí miró el perfil de Alfonso. Estaban sentados al lado del arroyo y acababan de terminar el almuerzo. Pensó que él era uno de los hombres más atractivos que había conocido y no entendía cómo había tardado tanto tiempo en darse cuenta.

Él tenía todos los atributos que ella quería para su hijo, y no podía ni contemplar la idea de pedirle eso a ningún otro de sus conocidos. No se fiaba de ningún hombre como de Alfonso y no podía imaginarse a nadie más como padre de su hijo.

–¿Has pensado ya si me vas a ayudar? –preguntó por fin.

–Casi no he pensado en otra cosa –confesó él–. No todos los días me pide de pronto una mujer que la deje embarazada –su expresión no traslucía nada y ella no podía saber lo que pensaba.

–Como ya te dije anoche, tú no tendrías obligaciones –comentó–. Yo me responsabilizaré de todo. Tú ni siquiera tendrías que hacer público que has sido el donante.

–En otras palabras, no quieres que participe de ningún modo en la vida de mi hijo –respondió él. Movió la cabeza–. Tú precisamente deberías saber que yo no soy así.

La fiera determinación que había en su voz la pilló por sorpresa.

–Yo... bueno... no había pensado que querrías... Él alzó una mano.

–Vamos a retroceder un poco. Ya nos ocuparemos más tarde de lo que ocurrirá cuando te quedes embarazada. Por el momento hay algunas cosas que quiero saber –la miró a los ojos–. ¿Por qué yo?

–Tú tienes todas las cualidades que me gustaría traspasar a un hijo mío – contestó ella, sin vacilar–. Eres sano, estás en buena forma física y me gusta tu manera de pensar. Eres sincero, leal y eres el hombre más de fiar que he conocido, después de mi padre.

–Hablas como si fuera un semental que alguien quisiera para cubrir a sus yeguas –él movió la cabeza con incredulidad–. ¿Cuánto tiempo llevas pensando en esto?

–Unos seis meses –confesó ella. Aquello no iba como esperaba. Él no parecía mostrarse muy receptivo–. Pero no pensé seriamente en pedírtelo hasta hace un par de semanas.

Alfonso asintió con la cabeza y fijó la vista en la distancia.

–Anoche dijiste que no querías esperar a ver si cambiabas de idea sobre lo de conocer a un hombre con el que te apetezca formar una familia.

–Así es –confirmó ella–. No tengo intención de casarme nunca.

–¿Por qué?

–Como sabes, soy bastante independiente –repuso ella, recitando la respuesta que había ensayado–. No quiero perder eso. No quiero depender de un hombre ni darle a nadie ese tipo de control sobre mí.

Él frunció el ceño.


NOCHES APASIONADASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora