Poco antes del atardecer ya nos encontrábamos a las afueras de Perth. Los edificios empezaban a ser consumidos por la oscuridad. Los caminos, lejos de sucumbir ante la penumbra, combatían las sombras al reflejar la escaza luz de día que quedaba. Antes de entrar a la aldea bajé de mi caballo, los demás hicieron lo mismo. Busqué a Mara con la mirada, se encontraba unos pasos detrás de mí, miraba el suelo mientras me seguía. Por su expresión intuí que su cabeza estaba inundada de pensamientos.
Antes de salir de la capital la aparté del grupo. Su rostro se ensombreció cuando terminé de ponerla al tanto de lo que estaba pasando con las runas. Su mirada se clavó en mí por un segundo, un brillo de molestia inundaba sus ojos. No dijo nada, solo volteó y caminó hacia donde estaban los demás. Decidí darle su espacio por el momento, necesitaba que se enfocara más en la misión que en su enojo, hablaría con ella después.
Entramos a la calle principal tras atar a los caballos al lado de una pequeña casa. Al avanzar unos cuantos pasos pude sentir que algo andaba mal, el pueblo se sentía vacío, el sonido metálico que emitían nuestras armaduras al movernos era lo único que llenaba el vacío dejado por el silencio. Si bien era un poco tarde, no era normal que un pueblo estuviera tan tranquilo a estas horas. Me detuve, puse la mano en el puño de mi espada y volteé a ver a los demás.
—Mara, revisa la parte este. Yasha, Tabita, vayan con ella —los tres asintieron al instante y empezaron a caminar en la dirección que les indiqué. Antes de que se alejara más sujeté el hombro de Mara y me acerqué a ella, hablé en un susurro—. Tengan cuidado, si ven a alguien no lo enfrenten directamente, tampoco lo dejen usar runas, y en caso de que veas algo extraño, trata de que Tabita y Yasha no lo noten —su mandíbula se tensó, asintió sutilmente y se fue tras los otros dos.
Volteé a ver a Elia y le hice una seña con la cabeza para que me siguiera. Caminé en dirección contraria a la que se habían ido los demás. Miré a mi alrededor tratando de buscar cualquier cosa inusual, aparte del obvio vacío no pude encontrar nada. Habíamos avanzado apenas un par de pasos cuando Elia rompió el silencio.
—Mara ha estado actuando raro desde que salimos de la capital —como iba detrás de mí no podía ver su rostro, pero sentía su mirada clavada en mi espalda—, se ve molesta —claro que ella lo notaría, Mara podía actuar todo lo que quisiera, pero Elia siempre notaba cuando algo andaba mal.
—Sí, es un poco mi culpa, ya se le pasará —me encogí de hombros.
—Tiene que ver con la misión a la que fueron hace casi un mes ¿cierto? —alenté mi paso para poder caminar a su lado.
—Lo siento, pequeña, no puedo hablar de eso.
—Entonces sí tiene que ver con ese viaje —me quedé callada, ella finalmente separó su mirada de mí—. Está bien, sé que me dirás de que se trata cuando llegue el momento.
Nos acercamos a la primera casa. La oscuridad ya se había apoderado de la aldea, pero aun podíamos ver bien por donde íbamos. Llamé a la puerta con mi puño, el sonido del metal golpeando la madera hizo eco en el ambiente. Pasó un momento y nadie salió así que golpeé una vez más. Nada. Puse mi mano en la manija de la puerta y empujé, se abrió sin esfuerzo. Dentro de la casa tampoco había nadie. Revisamos todas las habitaciones, de no ser por unas pocas pertenencias que quedaban en la casa habría pensado que nadie vivía ahí.
—Vamos, hay que revisar la siguiente.
Pero en la siguiente nos encontramos lo mismo. Ya habíamos revisado por lo menos unas 5 casas y todas estaban igual de vacías. Al llegar a la sexta pude notar algo diferente. Para empezar, estaba más oscura que las demás, por las ventanas no entraba ni un rayo de la luz de la luna. Entré yo primero, cuidando mis pasos para no tropezar. Mi mano nunca soltó mi espada. Podía escuchar los movimientos de Elia detrás de mí. Tras adentrarme un poco más sentí mi pie chocar con algo, bajé la mirada, pero no pude ver que era.
—Ten cuidado, aquí hay algo tapando el paso.
Con mi mano libre empecé a tantear la pared y seguí avanzando. Tras cruzar un pequeño pasillo llegué a lo que parecía ser un almacén de leña. Toqué alrededor en busca de algo para encender una antorcha. Logré armar una y la encendí. La repentina luz me cegó por un momento. En cuanto recobré la vista me percaté de algo extraño. El fuego de la antorcha era intenso, pero la iluminación que emitía era casi imperceptible. Era como si la oscuridad de la casa se tragara cualquier rastro de luz presente.
—Que carajo, ¿por qué alumbra tan poco?
—No lo sé, enciende una y quédate cerca.
Como pudimos recorrimos uno a uno los cuartos de la casa, pero, una vez más, no encontramos nada. Caminamos hacía la salida, mi pie chocó una vez más con el objeto delsuelo. Me agaché para poder iluminarlo. Pude ver la mano de Elia temblar bajo la escasa luz que nos cubría. Bajé la mirada, solo pude concentrarme en las líneas rojas que cruzaban sus brazos. A su lado, con las mismas líneas rojas decorando su centro, se encontraba una runa.
ESTÁS LEYENDO
Las runas de Nefinta
FantasyEl mundo ha vivido miles de años en paz bajo el mando de los Nozomi, pero la aparición de extrañas runas en la región de Nefinta amenazan con destruir su legado. Las runas se extienden con rapidez por el mundo. No se sabe de dónde vienen o quien la...