La Muralla

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Tan natural que pareciera, caminábamos hacia lo que mis padres prometían era una playa impresionante, que podría caber entre los sueños, pues como la describían era tan fascinante que era más posible que los elefantes rosas gobernaran el mundo a que personas creyeran que cabría la posibilidad de que existiera tal extensión de agua, pero en realidad era así, tan fácil, tan real.

Pocas personas conocían aquel lugar. Se me hacía tan extraño que si pudiera ser tan extraordinaria casi nadie la conocíera.

-Oye madre, ¿y cómo es que tú y mis tíos saben de su existencia?

Al formular aquella pregunta se me hizo muy inteligente de mi parte, al igual que esperaba una respuesta tan normal para comprenderla. Mientras recorríamos grandes parcelas de pasto muy verde, mis padres y sus hermanos juntos con sus hijos (mis primos), nadie hablaba, y apuesto que más de una persona esperaba ansiosamente la contestación de mi madre.

-Tus abuelos nos traían a mí y a tus tíos cuando éramos pequeñas personas que no sabían lo impresionante que podría ser la vida, después de venir aquí, pensé que esto lo era todo, pero conforme fui creciendo, me di cuenta que la vida puede estar muy conectada a nuestra cabeza.- no paraba de hablar mientras pasábamos aquellas parcelas tan preciosas que hacían que su color me ilusionara más y más.

Más de un tío miraba a mi madre con una grande línea curva sobre sus labios, tal vez solo recordaban su pasado, debió ser asombroso.

-Queremos que conozcan la playa, pero que les quede muy claro que esta no es una playa normal, es muy hermosa y misteriosa, tan impresionante y poderosa...- miró hacia el horizonte -. Créanme.

Todas aquellas palabras las dirigía a mis primos y a mí.

-Tía, dígame una razón de por qué está playa es tan sorprendente, no creo que sea tan mística.

Samuel, hijo de Susan y Marco, siempre había sido tan realista. Nunca creía en las historias que contaba mamá.

-Fácil, tus abuelos crearon esta playa!

-!Eso es imposible!- fue la primera impresión de mi primo.

-¿Así? ya lo verás- las palabras de mi madre me convencían al cien porciento, jamás dudaba sobre lo que decía.

El atardecer hacía su presencia en cima de nosotros, todos admiraban los colores que nos saludaban y daban advertencia sobre que pronto vendría la oscura y fría noche.

Se me hizo raro que nos aventuremos en una playa a estas horas de la tarde, no disfrutaríamos nada del agua antes de regresar.

-Ya casi llegamos- anunció mi tío José, apuntando con su dedo índice a una barda de piedra que se extendía hacia a lo alto, no podría saber con exactitud lo alto que era esa barda, parecía creada por lo mismo que una montaña, había ramas que sobre salían en la piedra.

En el horizonte la barda recorría varios kilómetros, y tal vez... también en su altura. No era una barda, era una muralla.

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