¿Dónde Dormiremos?

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    De pronto todo regresó como era antes de las campanadas, la ola se volvió a formar y quedarse sin hacer ningún movimiento.  La oscuridad se alimentó del atardecer para inundar el cielo en la penumbra completa. Ya era tarde, demasiado tarde para regresar, no sabía que hacer ni a dónde voltear, solo  visualizaba pequeñas sombras escurriéndose por la oscuridad.

 -Madre, ¿regresaremos ya? yo no quiero- las palabras salieron de mi boca para acertar en los oído correctos.

 -No, mi pequeño hijo, no es muy temprano para regresar a nuestro hogar. En las noches, cuando ni un rayo de sol toca el bosque de fuera de la barda, las criaturas con grandes cuernos y patas peludas se encomiendan en su misión de cuidar esta playa y los secretos que contienen.

 -¿Criaturas? cuéntame más sobre ellos- rogué para saber más sobre nuestros guardianes.

 -Espera a la hora de dormir, tengo muchas historias que contarles a tus primos y a ti, ¿va?- una pequeña risa dulce se le escapó.

-Pero... ¿dónde dormiremos? la arena no es un buen lugar, madre, hay animales debajo de ella, además cada vez que la ola reviente, nos llenará de aquella agua salada para despertarnos de los hermosos sueños que tendríamos.

 La risa de mi madre resonó de nuevo, cada vez más delicada.

-Dormiremos en un lugar muy especial, pues tus abuelos lo crearon para aquellos que deseasen descansar en una noche como esta, hermosa y tranquilla. Pero más que nada para sus descendientes.

 Yo no veía nada. Ningún lugar dónde descasar, solo una acantilado a mí espalda y el mar a mi frente.

-Linda- gritó mi tío José a mi madre-. todo listo.

 ¿Listo?

Cómo la ves de las campanadas, todo empezó a  temblar de una manera muy aturdidora, yo seguía arriba de la piedra de caracol, y escuchaba los mormullos de mis primos acobijados por los brazos de  mis tíos. Se oyeron piedras sueltas caer limpiamente a la arena, me asusté, tal vez el acantilado se estaba derrumbando.

Pronto las manos de mi madre me abrazaron, ella siempre está conmigo, y pienso que siempre así estará, sentada a mi lado esperando que no tuviera miedo de tan escalofriantes sonidos. Los movimientos cesaron, y mi corazón dejó de latir a tanta velocidad. La noche fue iluminada gracias a una llama que bailaba sobre la punta de una antorcha, la cual estaba en la pared del acantilado, pero ya no era una, sino dos antorchas que aluzaban una puerta. La entrada parecía de madera, y era muy angosta al igual que alta.

Algo me decía que allí es dónde dormiríamos.


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