Historia de amor (O algo parecido)

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Vicente, parado frente al sol, vio morir infinidad de atardeceres, esperando a unamujer que no regresaría. 

Dentro de la casa, su padre, un monstruo de alcohol como cualquier otro,golpeaba el televisor para que funcionara. Había construido una madriguera conbotellas vacías, y volcaba su odio en Vicente, estampando la frase «Se largó portu culpa», en los oídos del chico. Él se llevó los puñetazos y patadas que ya no letocaron a ella, él soportó los episodios violentos de borrachera que aún restaban.

 Agazapado en su habitación, Vicente se imaginaba a sí mismo convertido enroca, una que resistiera el impacto, una que pudiera devolver el ataque. 

Recordaba todo en color y forma: una noche de luna somnolienta, su madre saliócautelosamente de la casa, como si temiese molestar al silencio con el sonido desus zapatos. No volteó a mirarlo, las sombras no lo permitieron. El chico quisocreer que ella regresaría en un momento, pero los años avanzaron sin gracia, y elrostro de su madre se convirtió en un recuerdo deshilachado. 

La luna solía decirle: «Vive un poco más, chico. Deja que tus puños y brazosganen fuerza. Deja que la furia encuentre una válvula de escape»

Carolina le ayudaba a su madre a cubrir los moretones. También la asistía en lacocina, el platillo debía ser espléndido para que él no se pusiera de malas. 

Carolina, sin tantos años en la espalda, veía a su madre como a una niñaencaprichada con un cretino. Escuchó pasmada mil confrontaciones, discusionesy bofetadas. Algunas noches, desde su habitación, oía los gritos y rugidos, yafuesen de pasión o de odio. Él no era su padre, y en cierto modo, lo agradecía. 

Pasó desapercibida para él hasta el día que necesitó un sostén, cuando suspiernas y caderas despertaron, cuando su mirada ya no proyectaba a una niña,sino a una mujer. 

Su madre no quiso creerle. Su madre, más que de tristeza, lloró de celos. Laabofeteó engañándose a sí misma. En realidad no le reprochaba una supuestamentira, le reprochaba el hecho de haber crecido. Carolina lo entendió despuésde un tiempo: su madre no iba a reaccionar. Y aunque las manos y lujuria deaquel hombre todavía no habían logrado su cometido, era sólo cuestión detiempo. 

En el tren número cuatro, Carolina caminaba buscando un asiento. Con cadapaso hacia adelante iba tirando recuerdos. El rostro furioso de su madre parecíadibujarse en las ventanas, y aunque el coraje bloqueaba la ruta del llanto, eradifícil seguir aguantando. Su vida y su mundo colapsarían en cuanto el tren dieramarcha, en cuanto ella dejara atrás su pueblo natal.

Encontró un asiento disponible, y ese resultó ser un momento de lo másabrumador. La inquietó reconocer su propia mirada en aquel chico conmoretones, sentado en la butaca contigua. El mismo fuego en las pupilas querevela tener una misión, esa expresión que proclamaba que algún día regresaríaal lugar que estaba abandonando en ese momento.

 Durante el viaje, Carolina intentó abrir una ventana, pero Vicente se le adelantó.Fue así como se inició una conversación casual y un tanto ácida, la cual se fueintensificando conforme el tren avanzaba. Los secretos y penas de ambos se ibanescapando por las diminutas rendijas que dejaban en sus palabras.

Y ahí estaban ellos: dos balas perdidas, que se acababan de encontrar...

Cuentos para Monstruos  ~(Santiago Pedraza)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora