ll

34 9 4
                                    

Una copa de algún licor ámbar bailotea entre sus dedos. Lo más probable es que se trate de un buen whisky, pues aunque en un principio –cuando era más joven e inexperto– cualquiera que fuera el licor le servía para ahogar sus penas, con el paso del tiempo ha aprendido a disfrutar de los matices que esa dulce bebida posée.

Sentado en el salón de su normalucho apartamento, en la tranquilidad que el juego de luces y sombras poveniente del ventanal le induce, el aletargamiento de toda una jornada de trabajo que recién llega a su fin –por el momento, pues todavía tiene unos documentos que entregar antes de la noche– juega com su mente cansada como si de un tonto juguete se tratara.

Agradece al cielo y a todos los que en él habitan que su pequeño hijo no haya puesto resistencia alguna y haya caído rendido a los brazos de morfeo incluso antes de llegar a su cama, de otra forma no sabe que habría sido de él a esas alturas de la tarde y con todo el trabajo que todavía le queda pendiente.

Lleva su mirada hasta el reloj brillante que adorna su muñeca, ese de oro del que nunca se separa y que en su reverso lleva el nombre de ella grabado junto a la fecha de su boda. Restan diez minutos para las ocho de la tarde, todavía tiene algo de tiempo. Relaja su cuerpo dejando salir el aire de sus pulmones en un suspiro largo que se pierde en el aire, recostando su espalda contra el mullido sillón de cuero desgastado que lo recibe entre crujidos de disgusto. Van siendo horas de renovar este antiguo y asqueroso mueble, se dice, aunque sabe que no lo hará por el momento.

Apenas y tiene tiempo de llevar la copa hasta sus labios y dar un pequeño sorbo a esa bebida tan cotizada cuando el timbre resuena en la estancia. Un vago pensamiento cruza por su mente, uno que le alienta a ignorar ese sonido y continuar con su tranquila velada en solitario, mas termina por reprocharse a sí mismo por ello antes de dejar –no muy convencido todavía– ese vaso en la mesita de centro y caminar a pasos pesados hasta la puerta de la entrada. Puerta que por cierto no ha vuelto a sonar a pesar del tiempo que le ha llevado decidirse a ir, permanece en un silencio tan sepulcral que por una milésima de segundo se ha preguntado si la persona que se encontraba al otro lado de esta se ha echado atrás y se ha ido. Eso sería algo que le jodería bastante si tiene que ser completamente sincero.

Para su sorpresa, un joven espera paciente al otro lado. A ojos de Conway apenas y sobrepasa la mayoría de edad, vestido con ropa cómoda y juvenil de esa que le hubiera gustado llevar él mismo; con cabello claro del que no se atreve a señalar el tono debido a las luces amarillentas que se reflejan en su contra, despistado, con la mirada puesta en algún punto del pasillo del edificio y alguna clase de tic nervioso en su mano izquierda que tamborilea sus dígitos freneticamente contra la carpeta azul marino entre sus brazos. Tienen que pasar unos escuetos segundos para que ese chiquillo se sobresalte al ser consciente de la situación que está ocurriendo, acto que divierte al mayor, y entonces puede verlo en su totalidad. Esos orbes que son invierno y verano a la par llaman cuanto menos la atención, más cuando son remarcados por pestañas claras y largas, piel perlada y mejillas levemente sonrojadas.

—B-buenas tardes –lo escucha decir. Nervioso, lo que él decía–. ¿Es..aquí donde tengo una entrevista?

Conway alza una de sus oscuras cejas mitad incrédulo mitad divertido. ¿Acaso no ha investigado el lugar con anterioridad? Mira de nuevo el reloj, todavía restan cinco minutos para la hora acordada, podría haberlo hecho en lugar de lanzarse al vacío sin una cuerda de seguridad.

—Llegas temprano. –le dice, y es consciente de la reacción que su tono serio y fuerte causa en el otro.– Pasa.

El chico parece dudar por un instante. Pasea sus claros ojos por la figura del imponente hombre que se encuentra frente a él, trata de escudriñar a sus espaldas por si por alguna tonta razón fuera a encontrar algo sospechoso dentro de esas cuatro paredes que le haga huír despavorido –cosa que no ocurre, pues apenas y logra ver algo por el escaso hueco que el otro le concede– y, finalmente, decide que es buena idea adentrarse a ese lugar desconocido. O eso, o la curiosidad se hace con el control de su cuerpo, esa es otra opción viable.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 15, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

For the love of my lifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora