9

229 35 17
                                    

Murata comenzaba a cuestionar su suerte y si la vida realmente lo quería vivo. Pensando que sería una buena noche para visitar a Tomioka se topo con un Pilar en el camino, uno muy alto que lo hostigo sobre a qué iba. No tenía un rango muy alto y claramente estaba muy lejos de ser Pilar pero podía persivir cierta incomodidad en el Pilar del sonido, pensó que sería por ir a su paso pero de vez en cuando lo veía vigilar el alrededor como si se sintiera asechado, claro que el también miro alrededor pero no encontró nada, solo oscuridad. El instinto le gritaba huir cuando muy, muy a lo lejos distinguio al Pilar del fuego a fuera de la finca del agua caminando en círculos.

—¿Te han echado? ¿Pero que le has echo al pobre de Tomioka? —Uzui grito a una distancia prudente. Rengoku detuvo sus vueltas para verlo bastante molesto.

Por si le saltaba encima, Murata se le alejo. Desgraciadamente la atención del Pilar del fuego se fijo en su pequeña persona.

—¡Murata! —Grito y no supo si era advertencia o llamado más no sé movió porque se paralizó del miedo. Le rezo al de arriba cuando se dirigio hacia él y cerro los ojos esperando su fin. —¡Habla con Tomioka! ¡No me quiere dejar entrar!

Uzui se rió sin pena. Iba a otra cosa pero decidió hacer de espectador. Rengoku lo jalo hacia la puerta de la finca.

—¡Abre los ojos! —Lo regañó porque seguía sin abrir los ojos. Y al abrirlos se topo con agua en el suelo, estática que llegaba hasta la entrada. Si mal no recordaba, el agua era la habilidad de Tomioka. —Entra y habla con él. —No conforme, Rengoku lo empujó de la espalda. El agua hizo una camino para Murata y temblando de dirigio a la puerta, sus sentidos le gritaba que el agua era peligrosa y al ver mejor el suelo y partes de la entrada quemadas de manera irregular entendió que tenía la propia de ácido.

Uzui chiflo por los daños en la entrada, no se acercó porque el mimos dedujo que aria esa agua. Con una sonrisa malvada se paró a lado del rubio y comenzó a molestarlo.

Murata se sintió abandonado por Dios. La entrada estaba oscura, demasiada oscura. Se quitó el calzado pero no sé atrevio a dar un paso más.

—¿Tomioka? —Se atrevió a llamarlo. —A fuera esta el Pilar del fuego. —Obvio que lo sabía pero no sabía que decir. Un murmullo lo obligó a caminar más, se disculpó por entrar de esa manera, paso de la cocina vacía hasta la habitación donde un sonido muy leve se escapaba. No se atrevío a entrar.

—¿El te envío? —Su voz era muy tranquila.

—Eh, no. Pero me ha pedido que hablara con usted.

—Pasa.

A pesar de la oscuridad Murata distinguio un llamativo ramo de flores. Tomioka estaba sentado y admiraba un girasol, el sonido de como acariciaba los pétalos era lo que escucho hace unos momentos.

—¿No le molesta la oscuridad? —Murata vigilo sus pasos. Se sentó en frente de él y miro las flores.

—Si prendo aunque sea una vela él podrá entrar o escuchar. —Respondio Tomioka. Murata entendió.

—Son hermosas. —Señalo las flores.

—Si que lo son.

Silencio. No por sentir presión, que si la tenía de cierto Pilar, si no porque se distrajo con los ojos de Tomioka. Cómo dos diamantes azules sobresalían en la oscuridad, lejos de dar miedo se ganaron su admiración.

—¿Esta molesto con el Pilar del fuego? —Tenia que hacer de medium por su propio bien.

—Un poco.

—¿Un poco? —Repitio Murata recordando las quemaduras de ácido en la entrada.

—Quiero pensar en silencio. ¿Podrías acompañarme?

EL HOMBRE QUE ALGUNA VEZ FUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora