Cuatro: un beso al estilo francés, baboso y lujurioso.

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Capítulo cuatro

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Capítulo cuatro. 

Arianna Beckett
7 de febrero, 2017

Apenas entro al hospital las miradas se dirigen hacia mi persona, como si tuvieran un detector, el cual les avisara que me encuentro en el lugar. Sonrió sin esquivar ninguna de las miradas que me dirigen; no me gustan ser el centro de atención, pero no me incomodan que hablan de mi o me sigan en cada lugar donde voy. No será la primera, ni la última vez que suceda. Doy pasos cortos y cansados hacia la cafetería, el camino se siente aún más largo esta madrugada, las luces son tenues y a menos que me esfuerce en cerrar y enfocar a las personas que tengo delante, no sabría quién es con seguridad.

—Buenos días—interrumpe una voz masculina y calmada, casi llena de energía. Alzo la cabeza dejando salir un pequeño bostezo y una lagrima se derrama de uno de los ojos, por el cansancio. Frunzo el ceño ante el vaso de café que se posa delante de mí. —Es un regalo, Arianna—asegura la voz de Andrew dejando la bebida con cafeína en mi mano.

El olor es fuerte, e inmunda mi nariz con rapidez, lleno los pulmones con el delicioso aroma y siento que he vuelto a la vida con solo sentirlo. Sonrió hacia el cirujano y mi novio falso, Andrew luce apenado y con un leve tono rojo en las mejillas. Doy un trago del café, dejando salir un jadeo bajo de felicidad, Andrew es un ángel. Un jodido ángel enviado del cielo.

—Sabes, ya me estoy acostumbrando a esto—doy un sorbo pequeño al café—igual de delicioso que siempre—ahogo un gemido—gracias Andrew—agradezco dejándolo solo.

El turno de hoy es largo y cansado, así que decido comenzar con los expedientes y los pacientes de ayer. Andrew se despide y se dirige hacer su trabajo o irse del hospital, realmente no conozco su horario. Las mañanas siempre son lo peor, me cuesta abrir los ojos y salir de la cama; lo peor es cuando el clima es frio y hay neblina. Odio madrugar, bostezo leyendo el primer nombre del paciente y la habitación en la que se encuentra.

Giro hacia la derecha, deteniéndome en la esquina cuando veo la usual coleta de Alaska, la rubia avanza por el pasillo con una energía desbordante y positiva, el cabello rubio se mueve de un lado hacia el otro, marcando un perfecto semi arco. Me escondo entre la pared y una puerta, desapareciendo del rango de visión de Alaska, es demasiado temprano para tener un charla innecesariamente largo y extenuante.

—Buenos días, señora Martha—saludo entrando a la habitación de una mujer mayor, quien me sonríe y alarga su mano sujetando una de las mías, dándome una enorme sonrisa de abuela— ¿Cómo se encuentra hoy?

—Me encuentro de maravilla, Doctora Beckett—responde sin borrar su sonrisa amable.

—Me alegro mucho, señora Martha, dentro de unos días le daremos el alta—informo—si tiene algún síntoma, hágaselo saber enseguida a la enfermera, no espere que sea insoportable—ella acepta asegurándome que no se quedara callada como las otras veces.

Los intocables Nothwert (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora