Corríamos al lado del tren, no tardé mucho en subir y Rake venía tras de mí.
-Solo hacen falta tres meses para las pruebas de aptitud- dije mientras ayudaba a Rake a subir. Él estaba jadeando, nunca había sido bueno en eso, pero era mejor que yo al bajar-.
Rake, con ojos azules, piel aceitunada y cabello castaño, era mi mejor amigo. Ambos vivíamos en el mismo lugar, cerca de donde hacen los tatuajes. Y ese lugar era objeto de nuestras aventuras y risas.
Nos sentamos cerca de la orilla, le ofrecí una gomita de fresa. El la tomo y se la llevo a la boca.
-Ya lo sé Nat ¿Estas nerviosa?
Yo negué con la cabeza.
-No, en realidad no lo estoy-me lleve una gomita a la boca-. De hecho, ni si quiera estoy confundida.
-Que bien- vi en su expresión que había encontrado algo en su bolsillo y lo saco con cuidado-. Casi lo olvidaba- me entregó un bultito y lo abrí-. Feliz cumpleaños dieciséis adelantado.
En el bultito había un collar con una piedra azul, era perfecta.
-Gracias Rake- volteé y lo vi con ternura-. Pero mi cumpleaños es en dos meses.
-Por eso es adelantado Nat-dijo mientras volteaba los ojos.
-Está bien -dije con una sonrisa y le abracé fuertemente.
En el trayecto, Rake empezó a hablar sobre los maestros sabiduría. A mí me parecían los más vanidosos y superficiales. Pero en cambio, él los encontraba misteriosos e interesantes.
-Está bien Rake, te apoyo con que son “misteriosos e interesantes”-le dije mientras fruncía el ceño.- Pero no me gusta que busquen el poder y estén en contra abnegación.
Yo encontraba algo en los abnegación que me reconfortaba, quizás era que, ayudaban a todo el mundo. Ellos tenían en las manos el poder del gobierno, y lo hacían bien, ya que al ser abnegación, nunca tenían ansias de poder. En cambio, sabiduría quería que el poder fuera suyo, para poder hacer crecer a nuestra sociedad.
-No están en contra de abnegación Nat- contraataco Rake-. Solo buscan que nuestra sociedad mejore. Y acéptalo, con ellos nunca llegaremos más lejos. Ellos solo buscan que nuestro gobierno sea equitativo y justo.
-Bueno, eso es bueno, pero ya basta de esta platica-me levante y me sacudí el polvo mientras me dirigía al borde-. Hemos llegado y tenemos que bajar con estilo.
Rake dio una carcajada y se acercó al borde conmigo.
-¿Qué tipo de estilo quieres? ¿De caballero o de hada?- preguntó con una sonrisa-. Bueno no importa a las tres ¿vale?
Asentí.
-Bueno… ¡Tres!
Salté después de él, yo aterricé y corrí para equilibrarme. Pero él aterrizó con estilo de caballero que da vueltas por el piso. Y eso me hizo soltar una carcajada.
-¡Valla estilo, Rake!
-Oh, calla-dijo mientras se levantaba-. Y anda, tenemos que correr. Ya casi se pone el sol.
Y era cierto, las nubes ya estaban iluminadas con el sol y los rayos rojos las atravesaban. Teníamos que apresurarnos si queríamos llegar.
Mientras corríamos pude distinguir al mounstro de acero que se alzaba frente a nosotros, agrandándose mientras más nos acercábamos. Y cuando al fin llegamos, la pintura blanca se veía rojiza, iluminada por los rayos del sol.
Empezamos a escalar.
-No sé porque te gusta este lugar Nat- volteé a verlo y tenía la cara roja por el esfuerzo. Él era más fuerte que yo, pero se le dificultaba escalar, en cambio yo tenía práctica y era ligera y ágil-. A mi honestamente, me da escalofríos, y a veces hasta me entran ganas de vomitar.
Una vez, habíamos ido ahí un día antes de mi cumpleaños, le pedí que se subiera en un carrito conmigo, y así fue. Pero entonces yo comencé a columpiarme y él tenía una cara de pavor y parecía que tenía la piel de un color verdoso, en ese entonces yo solo no paraba de reír y desde aquel día, el nunca volvió a acceder a sentarse en un carrito conmigo.
Reí ante el recuerdo de verlo a punto de vomitar.
-Ay Rake, ese momento fue como para enmarcarlo.
-A mí no me pareció así Natalie-respondió entre dientes, cosa que me hizo reír aún más.
-Ah vamos Rake, no te molestes. Además- escale los últimos tubos y me encontré frente a un carrito-. Ya llegamos.
Subí en el carrito de siempre y Rake uno adelante del mío. Y observe como el sol se escondía.
Habíamos llegado justo a tiempo, y ese momento era perfecto.
Los últimos destellos del sol salían por todos lados e iluminaban partes de la ciudad, y así como se iba escondiendo el sol, las luces de la ciudad empezaban a encenderse.
-¿Es hermoso no crees?- pregunté.
-Lo es, Nat.
Y ahí nos quedamos, hasta que la última gota de luz se hubo derramado, y las luces de la ciudad se hubiesen prendido completamente.