I. Mariposa roja. Segunda parte: Peligro

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Charles era uno de los hombres de confianza de su... propietario. ¡Cómo odiaba esa palabra! Zaphire solía llevarse mejor con él que con los demás gorilas, quizá porque no resultaba tan tosco y bruto como los otros; incluso parecía tener un poco de sentido del humor, escondido muy en el fondo.  

El hombre apenas había entrado a la veintena cuando lo conoció, a sus quince años. Su jefe la había adquirido como si de un objeto de tratase y, al principio, solo la exhibía cual fenómeno extraordinario, para lucrarse con ella; cuando tuvo edad suficiente, la introdujo de lleno a trabajar como bailarina en el club. 

¿Quién no iba a querer deleitarse con una criatura como ella? El dinero no importaba para los que frecuentaban aquel lugar. La belleza de Zaphire resultaba extraordinaria y sus movimientos eran sublimes; si tenían suerte, incluso podrían llegar a ver cómo desplegaba sus brillantes alas rojas. 

—¿A qué se debe? 

La masculina voz de Charles interrumpió sus pensamientos mientras caminaban a través de las solitarias y poco iluminadas calles. 

—¿Mmm? 

Sin embargo, no emitió nada más que eso. 

—Este... paseo nocturno. 

Zaphire no pudo evitar removerse con ligereza, inquieta, al mismo tiempo en que escondía las manos en los bolsillos de sus pantalones. 

Charles la miró de soslayo, se hallaba a su lado. 

—Creo que... 

¿Qué iba a decir? No lograba hilar sus propios pensamientos. Después de todo, ni siquiera entendía por completo lo que la motivó a salir. 

—Yo... 

El hombre de cabello castaño hizo una mueca con sus labios. 

Siempre se sentía asfixiada en esas cuatro paredes, la opresión en su pecho nunca desaparecía. No obstante, en esta ocasión había sido diferente: realmente tuvo la necesidad de alejarse de lo que sea que le estaba alterando los nervios. 

—Necesitaba un respiro —concluyó, encogiéndose de hombros. 

En definitiva, no le creía ni un ápice, pero prefirió hacer caso omiso.

La brisa gélida chocó de lleno contra su rostro y meció su melena color flama. Justo en ese momento, Zaphire alzó el rostro y fijó la mirada en la redonda luna. 

Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza y sus pasos se detuvieron en seco. 

—¿Qué sucede? —preguntó Charles, volteando en su dirección. 

Ella no respondió.

Sus pies parecieron haberse clavado al piso, su respiración se aceleró y sus ojos azules se posaron en el rostro de Charles por apenas un par de segundos. 

—¿Zaphire...?

Después de escuchar su nombre, la pelirroja creyó percibir una presencia a sus espaldas. Incapaz de girarse, se limitó a tragar saliva con pesadez. 

—¿No sientes eso? 

Las pobladas cejas de Charles se fruncieron.

—¿Qué?

Zaphire miró a su izquierda y luego a su derecha, con la vaga idea de que eso giraba a su alrededor. De un instante a otro, experimentó el peligro como si fuese inminente.

—Zaphire... ¿Estás bien? 

Charles dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos. 

—Creo que... —intentó decir, mas se quedó muda.

«Creo que alguien nos sigue», pensó, incapaz de exteriorizar tales palabras. 

El viento sopló de nuevo y los vellos de su nuca se erizaron. 

—Si esto es una broma, no me parece gr... —Charles no consiguió terminar de hablar, puesto que un aullido lo interrumpió.

Inoportunamente, uno que otro farol se apagó de forma abrupta; en consecuencia, la oscuridad se acrecentó.

En cuestión de un parpadeo, una ensombrecida criatura apareció de la nada, cubierta por una suerte de abrigo negro con capucha. Sus movimientos fueron tan ágiles y veloces, que Zaphire tan solo pudo exhalar en el instante en que un certero golpe bajo el mentón dejó inconsciente al hombre. 

Charles se desplomó y Zaphire miró con horror la resplandeciente iris ambarina que se cruzó con sus ojos celestes. 

El corazón comenzó a bombearle de forma irrefrenable, al punto de hacerle pensar que podría salirse por su boca; su estómago se comprimió y las náuseas no se hicieron esperar, atorándose en su garganta. 

Cuando aquel individuo mostró intenciones de aproximarse a ella, por instinto, retrocedió un paso tras otro; su mandíbula estaba tensa, al igual que la mayoría de sus músculos, y un ligero temblor se apropió de su cuerpo entero a continuación. 

Los acontecimientos se desarrollaban en cámara lenta; el desconocido se acercaba peligrosamente y ella no podía siquiera pestañear con normalidad, hasta que percibió el calor abrumante que emanaba su ser y todas sus alarmas se activaron. 

El par de ojos azules se desviaron hacia el cuerpo inconsciente de Charles y, al notar que el hombre no daba muestras de despertar, la chica se recriminó por lo que pasaba por su mente: su primera y única reacción fue echarse a correr tan rápido como sus piernas se lo permitieran. 

—¡Tsk...!

Logró escuchar antes de emprender su huida a través de las solitarias calles. Por fortuna, su condición física era buena; no se jactaba de ella, pero confiaba en que podía usarla a su favor para alejarse del peligro. 

Conforme corría a través de la acera, se negaba a perder el tiempo mirando atrás. Pronto, la fachada del establecimiento en el que había permanecido por largos años se mostró frente a ella; tanto su respiración como su ritmo cardíaco se aceleraron aún más, de golpe. 

—¡Mierda, mierda! —masculló, mordiéndose el labio inferior.

No podía volver ahí sin Charles, eso le acarrearía severos problemas. 

«¿Qué hago?», se preguntó, angustiada. 

Incapaz de idear un plan viable, se dejó llevar por la adrenalina y, tras percatarse de que la carretera se hallase despejada, se dispuso a cruzar. 

Sin embargo, no contó con el hecho de que las irregularidades del asfalto la harían tropezar. 

Sucedió de un modo inesperado y abrupto: uno de sus pies se hundió en un hoyo y su esbelta figura cayó en picada. Apenas reaccionó estirando las manos para frenar el impacto con sus palmas, mas no consiguió evitar hacerse unos cuantos raspones. 

—¡Auch! —exclamó, cerrando con fuerza los ojos, y demoró un par de segundos en espabilar. 

El característico sonido de las llantas al derrapar la impulsó a alzar el rostro de inmediato; las brillantes luces laterales cegaron de lleno su visión y, de nuevo, su cuerpo se paralizó. 

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