I. Mariposa roja. Cuarta parte: Pasión

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Cuando una mariposa conoce a su verdadero objeto de deseo, no existe en este mundo criatura que pueda interponerse en su camino. Porque, más allá de los requerimientos de la carne, su significado radica en el ámbito espiritual; pues su corazón sigue siendo puro, pese a las circunstancias a las que ha sido sometido, y ansía más que nada hacerse uno con su par.

Sorpresa invadió las facciones de la pelinegra en aquel momento, sus manos quedaron suspendidas en el aire y los latidos de su corazón se tornaron violentos tan pronto como sus labios hicieron contacto. Demoró un par de segundos en dejar que sus pestañas ocultaran su ambarino iris y tardó un poco más en reaccionar ante lo que estaba ocurriendo.

Apenas fue consciente del modo en que los muslos de la pelirroja se aferraron con mayor fuerza a su cadera, cuando percibió los dedos de esta deslizándose tras su nuca y a las leves caricias al costado de su mejilla.

Entonces gruñó, muy bajo y de forma algo ronca, sin separarse de su boca. Porque no se hubiera imaginado nunca que fuese tan dulce y suave, aun a pesar del modo en que cada roce contra sus labios se volvía más demandante que el anterior.

A la morena se le escapó un suspiro en cuanto sus manos viajaron hasta la cintura de Zaphire; con las yemas de los dedos rozó la clara piel bajo la blusa, antes de asirse a la zona. La pelirroja jadeó casi al instante y atrapó entre sus dientes el labio inferior de la otra chica, mordisqueándolo con sutileza a continuación.

El sonido de sus aceleradas respiraciones era acompañado por el raudo palpitar de sus corazones. La atmósfera fría y lúgubre había sido trastocada por ese par de cuerpos cuyas temperaturas iban en aumento.

Predominaba el instinto en todo momento, así como las ansias y el irremediable deseo voraz.

Que una mariposa coincida con el motivo de su más grande y oculto anhelo, no es cuestión del azar; quiere decir que el destino se ha alineado para permitir lo inevitable.

Sus manos se perdían entre los dobladillos de las finas telas y los dedos repasaban cada centímetro de piel que se hallase a su alcance. Al principio, el mutuo recorrido era lento y carente de sentido; no obstante, el paso del tiempo lo tornó raudo y vicioso por ambas partes.

Y antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría, Zaphire dejó de reposar sobre la dura madera, cuando la pelinegra la tomó con firmeza por los muslos y la alzó en peso sin esfuerzo alguno.

Las blancas sábanas la recibieron de un instante a otro, así como su cuerpo le dio la bienvenida al de aquella completa desconocida.

Pronto, la ropa se fue tornando innecesaria, pues sus pieles ardían bajo el más ínfimo toque.

La experiencia de la mariposa se reducía a la nada misma y no tenía idea de si su compañera se encontraba igual que ella; sin embargo, tampoco se atrevía a preguntar al respecto.

Un ramalazo de vergüenza la invadió de lleno en presencia de tal pensamiento y el rubor en sus pecosas mejillas se incrementó de forma abrupta. Pese a ello, tan rápido como llegó, se esfumó, en medio de un agudo y sorpresivo gemido producido por el perezoso paso de los labios de la morena sobre su plano vientre.

Zaphire arqueó aún más la curva de su espalda y las plantas de sus pies se hundieron en el colchón de la cama, conforme los pequeños y delicados dedos se contraían entre las mantas. Sus ojos se cerraron y sus labios, en cambio, se entreabrieron para dejar escapar leves jadeos.

Mientras la consciencia de la mariposa iba y venía sin previo aviso, la pelinegra era un manojo de instintos e impulsos: hacía y deshacía a su antojo, sin siquiera saberlo; porque, a esas alturas, Zaphire se hallaba a su merced y el poder que tenía sobre ella era inigualable.

La piel reaccionaba a sus roces, los vellos se erizaban a causa de su cálido aliento, los músculos se tensaban y se relajaban justo después. Entretanto, la mujer de cabello corto se deleitaba con cada nuevo descubrimiento; aunque su favorito seguía siendo el modo en que los muslos de la pelirroja tiritaban ligeramente.

Con la punta de la nariz, acarició la tersa y delicada piel expuesta allí, donde el calor lo consumía todo; la temperatura parecía hacerse incluso mayor a medida que las manecillas del reloj seguían su curso.

Zaphire largó un gemido bajo y trémulo que fue sucedido por un par de pesadas exhalaciones. Entonces, tras un par de húmedos sonidos, todo su cuerpo se sacudió; un temblor constante se apoderó de sus torneadas piernas y otro gemido, más alto y agudo —así como también entrecortado— huyó de sus rosados labios.

La pelinegra no hizo más que disfrutar de las expresiones que pintaban el rostro de la mariposa; de la manera en la que su pecho subía y bajaba con premura, y su sonrosada piel brillaba, perlada, por las gotas de sudor.

Sin poder evitarlo, con apenas el ápice de su lengua, se bordeó el labio inferior.

El sabor de la pelirroja permanecía ahí.

De un momento a otro, su propio cuerpo subió para encontrarse de frente con el de Zaphire. Sus miradas hicieron contacto por breves segundos y sus respiraciones chocaron entre sí; la morena pudo ver una fina curva formarse en la boca de la otra chica antes de que sus labios se juntaran en un lento pero apasionado beso.

Sus brazos y piernas se enredaron, y una de las manos de la pelinegra se deslizó por el costado de Zaphire, atrayéndola hacia sí, mientras se recostaba de lado sobre la cama; con tenues caricias, bajó por el muslo y lo apretó con sus dedos, aferrándolo a su cadera.

—¿Cuál es tu nombre? —Entreabrió sus azulados ojos al pronunciar aquello, sin separarse por completo de su boca.

En vez de responder de inmediato, la pelinegra la miró fijo y fugaz; desvió la vista hacia su mentón y depositó allí un par de dulces besos.

—No tengo uno.

Zaphire frunció el entrecejo, mas tal expresión desapareció en cuanto un suspiro le fue arrebatado.

—¿C-cómo es posible? —Cuestionó, con los ojos cerrados, al sentir los suaves besos que iniciaban en su cuello.

La morena se encogió de hombros, restándole importancia al asunto, al mismo tiempo en que hundía el rostro en la curva entre el cuello y el hombro de Zaphire.

—Te estoy habland...

Dejó de hablar a causa de una ligera succión, a medida que la mano que descansaba en uno de sus muslos se colaba entre la cara interna de ambos.

Zaphire jadeó cuando un par de finos dedos se abrieron paso en medio de la cálida humedad y se vio en la necesidad de separar un poco más las piernas.

El celeste de sus iris quedó oculto tras sus párpados y gran parte de su consciencia la abandonó una vez más. Percibió cómo los incisivos raspaban su piel con sumo cuidado y no tuvo que pensarlo para ladear el cuello en la dirección contraria, dándole más espacio.

Se mordió el labio inferior en cuanto la fricción de los dedos de la morena se volvió más rápida; al instante, procuró seguirle el ritmo con el vaivén de su cadera.

La mujer de mirada ambarina apretó entre sus dientes una pequeña porción de piel y tiró de esta con sutileza; succionó con ayuda de sus labios y detuvo en seco cualquier movimiento, recibiendo ahogadas protestas en consecuencia.

—¿Por qué te...?

Estaba convirtiéndose en una costumbre para ella interrumpir a la pelirroja. Sonrío contra su cuello, retomando las acciones anteriores, pero con menor velocidad.

Zaphire emitió un vago ruido, con los labios sellados. La morena entreabrió los suyos y capturó entre dientes la piel que tenía a su alcance; esta vez fue el turno de los caninos para presionarse en aquella zona hasta perforar, parsimoniosamente.

Presa de la impresión, la pelirroja soltó un gemido alto y quebradizo, a medida que sus manos se asían con fuerza a la espalda y hombro de la otra chica; su cuerpo vibró con persistentes espasmos y su sangre bulló, agolpándose en sus pómulos.

—Mía...

Aquella palabra se escuchó como un susurro lejano, que de a poco se desvanecía en su oído. 

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