I. Mariposa roja. Quinta parte: Amor

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Dicen los expertos que el amor, más que un sentimiento, se trata de una decisión. Y si ha de ser así, la suya fue tomada desde incluso antes de tener uso de razón: primero con su alma, luego con cada fibra de su cuerpo y, al final, haciendo uso de hasta el más ínfimo pensamiento.

Porque desde el primer instante en que la cálida brisa de verano arrastró consigo aquel dulce aroma y pudo diferenciarlo entre una infinidad de fragancias, lo supo: debía encontrar el origen del mismo, costase lo que costase.

Se trataba de una ardua labor para alguien tan inexperta como lo era la joven cambiaformas, quien todavía bordeaba la etapa previa a la maduración, pero se hallaba determinada a dar con el paradero de la criatura capaz de arrobarle los sentidos de tal manera.

Un aullido a la luna llena advirtió a sus semejantes; significó una despedida sin mayores cavilaciones. Nunca se sintió parte de ellos, al menos no del todo —aunque todos se habían esforzado por hacerla sentir un miembro valioso—, pues no compartían su humanidad.

Y así, a la tierna edad de dieciséis años, la loba se aventuró hacia lo desconocido; emprendió un sinuoso camino donde el instinto y sus cinco sentidos se convirtieron en su única guía.

Pocas veces había cambiado a su forma humana, su manada no poseía aquella cualidad y ella no tenía el entrenamiento necesario; sin embargo, con el paso del tiempo, tuvo que valerse de sus habilidades ocultas para acercarse a su cometido.

Al principio le había costado en demasía; las costumbres humanas, en definitiva, no eran lo suyo. Procuraba hacer el menor contacto posible con las personas que se encontraba en medio del viaje, pasaba de quien quiera que se interesara demasiado en su presencia y aprendió a ser una mujer práctica, más de acciones y hechos que de palabras; la comunicación verbal distaba de ser su fuerte.

La vida que estuvo llevando no era ejemplo de moralidad. Aunque no justificaba las ilicitudes cometidas para manterse a salvo y subsistir, y pese a haberse manchado las manos de sangre, con certeza podría afirmar que nunca mató a ningún ser humano.

Se trataba de un espíritu indomable, naturalmente salvaje, mas no de una asesina.

Siempre se esforzó por pasar desapercibida, aunque su enigmático aspecto supusiera un percance. Después de todo, las cicatrices visibles —como la de su rostro— solían llamar la atención.

Las semanas se transformaron en meses y estos, poco a poco, se hicieron años. En más de una ocasión se le pasó por la cabeza rendirse; no obstante, la idea apenas rondaba sus pensamientos por fracciones de segundo, entonces se disipaba como espuma en el mar, y su convicción se fortalecía como nunca antes.

El destino la condujo por tierras desconocidas durante tanto tiempo, que dejó de sentirse como foránea al pisar nuevos territorios.

En una de esas ocasiones en las que la noche se adueñaba de cada rincón y solo la luna llena brillaba en el firmamento, el viento sopló gélido contra su tostada tez y el aroma que había estado buscando con tanto afán se coló por su sistema olfativo de forma voraz.

Estaba allí, detrás de esas cuatro paredes; tan cerca y, a la vez, tan lejos.

Adentrarse en el establecimiento fue la tarea más difícil a la que pudo haberse enfrentado; o al menos eso creyó: una vez dentro, el verdadero problema fue mantener la compostura ante lo que captaba su vista.

Zaphire, como descubrió que se llamaba su anhelo, era tratada como un objeto de exhibición. Decenas de personas se aglomeraban para ver a la jovencita de largos cabellos cobrizos, ojos azules y piel lozana. Y la mayoría clamaba por algo que la loba no podía entender con exactitud en ese momento.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2022 ⏰

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