Ayer me senté a cenar, sola, con la mirada puesta en las noticias silenciosas del televisor, estaban a un volumen tan bajo que apenas era audible el quejido de los presentadores, comentaban realidades burdas de los siguientes candidatos presidenciales. Absurdo. Todo lo que correspondía a una masa inocua de opiniones que según ellos realzaban la voz del pueblo al que nunca escuchan, cuentos de maquinarias y de hadas, recordé el sonido de "Los hermanos grimm" y me tranquilicé.
Agarré la cuchara, dí unas cuantas cucharadas de manera juguetona pensando si llevar el contenido a mi boca o, si aguantar hasta la mañana siguiente. El arroz que serví del caldero me sabía a tierra, a granos de arena, a jugadas de baldes infantiles y lo escupí de nuevo al plato. El noticiero ahora notificaba acerca de unos debates entre Rodolfo Rojas y Juancho Guerra, el cuál nos llevaría a la Venezuela de Chavez. Reí a mis adentros, Venezuela dicen.
Me levanté y dejé el plato mosqueandose, no tenía ganas de comer aunque igual el estómago no me aceptaba ni el agua, una gastritis que se producía a la misma hora nocturna y el retorcijón que me daba en la tripa era inaguantable. Agarré las llaves sobre el mesón de la cocina y procedí a salir a comprar al supermercado, tenía vetados ya aquellos con nombres de dioses del olímpo, números uno y justicia, prefería comprar en unos naranjas regados por toda la Barranquilla que ya no era de arena.
Entré a buscar los víveres, la canasta básica y empecé a calcular cuántos productos de ella corresponderían al presupuesto de un mínimo día de trabajo. ¿Leche? Caribe, alegre y tropical. ¿Huevos? No parecen salidos del gallinero. ¿Harina de amasar? Parecía una buena opción, podría desayunar, almorzar y comer, ¿Problema? El aceite doblaba mi día de trabajo. Opté por una ración de panes y algo de yogurt más barato que hubiese.
En la caja registradora observaba a las personas pagar delante de mí, compras que equivalían al 20% del mínimo no llegaban a siquiera desmantelar el hambre de 10 días. Reí en ironía a recordar al noticiero, no sé dónde recogerán la información que publican.
- No alcanzo ni a comprar la dignidad que perdí con esta compra- comentó el que estaba pagando.
Sonreí ante el comentario y procedí a pagar. El tendero tenía la cara de 10 horas de trabajo mal remunerado, pasaba los dos objetos rápidamente para doblegar la extensa fila que se opone a recortar, el precio sonaba en un bip que me obligaba a ver qué facturaba.
- Son veinte mil pesos.
Saqué el billete de mi vieja cartera entre un montón de papeles burocráticos, me cargaba la soledad de comer sola en mi mesa, pagué, me entregó la factura mientras empaqué los comestibles en una bolsa plástica del valor de la marca. Caminé con el mismo desdén de mirar a mis alrededores hasta que llegué a casa, abrí la puerta, me quité los zapatos y procedí a abrir la bolsa de panes duros. Suspiré, aquello parecía una lista extenuante de actividades que odio hacer. En un plato nuevo dejé el pan reposar y serví yogurt en un vaso de lata despampanante, con las mismas caminé a la mesa, subí el volumen a las noticias y me siento sola en mi mesa.
Ya pensaré cómo soluciono la mesa de mañana.
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Las historias que no te conté
Historia CortaColección de cuentos de mi alter ego fingiendo ser alguien más. (Esto no tiene fechas de actualización ya que escribo cuentos y variedades cuando me siento).