El secreto de McFadden

26 2 0
                                    

Lo primero que vio el Mayor Archibald McFadden de Susan Bell fueron las brillantes ondas pelirrojas de su moderno peinado. La joven, de espaldas a la puerta de su salón, pulcramente vestida con traje de chaqueta azul ultramar, miraba atentamente las fotografías familiares que estaban colocadas en brillantes marcos de plata, encima del aparador.
Al viejo médico militar le temblaron las manos, pero entró en la sala carraspeando con fuerza para llamar la atención de sus visitantes.

Su fiel Rose le había advertido; la chica se había presentado a su cita con un acompañante, y tuvo un mal presentimiento al observar como ese joven desconocido, se levantó ante él con un ademán natural de cuadrarse.

Susan Bell se volvió enseguida, y sonriendo levemente, se acercó tendiendo su mano con solicitud.

—Es un honor conocerle por fin, Mayor McFadden.

Él la miró con detenimiento. Se disiparon todas sus reservas; esas que aún tenía desde que había recibido sus cartas y su llamada. De ojos grandes y ligeramente prominentes, azules y vivaces hasta el extremo de parecer sonreír por sí solos, la señorita Bell había heredado de su padre la mirada, y eso le hizo estremecer.

—Mayor—dijo el acompañante acercándose igualmente—. Permítame presentarme, soy Paul Smith, primo de la señorita Bell. Es un placer conocerle—. Su apretón de manos fue excesivamente firme—. Mi prima me pidió que la acompañase; estoy al tanto de toda su búsqueda, y una joven sola en Londres no es algo que la familia encontrase oportuno en estos tiempos.

—Mucho gusto, Señor Smith. Entiendo su preocupación, una hermosa joven sola, aquí, no es seguro ni en estos, ni en ningún otro tiempo.

Susan le agradeció el cumplido con una sonrisa, y él los invitó a tomar asiento, tratando también de sonreír, pero solo logró esbozar una mueca.

—Primeramente, y no lo consideren ofensivo, me gustaría ver algún documento o identificación que acredite que son quienes dicen ser.—pidió, mirando especialmente al joven.—Perdónenme por esta precaución, pero aunque hayan pasado más de treinta años, lo que pueda contarles sigue siendo información militar, y como usted ha dicho, son tiempos delicados... No voy a dejar que desaprensivos periodistas germanófilos, en busca de titulares retorcidos, perjudiquen a nuestro ejército y hagan favores a Hitler.

La pareja pareció inquietarse a pesar de sonreír. Susan se apresuró a sacar su cartilla de identidad de un bolso que previamente había dejado junto a un portafolio en el sofá. Paul se llevó las manos a los costados, y con risa nerviosa declaró que, debido a la emoción del encuentro, se había dejado la cartera en el hotel.

El viejo anfitrión lo miró con escepticismo. En ese momento, Susan, con decisión y firmeza le tendió su cartilla abierta al tiempo que decía;

—Mayor McFadden, le aseguro que soy quien digo ser; una sencilla muchacha de Edimburgo, internada en una escuela en Perth casi toda su vida, y que ahora dirige la sastrería de su madre. Estoy aquí con la única intención de averiguar que fue de mi padre. Y él es mi primo, hijo de mi tía Mary, casada con un comerciante de Kent.

La mirada hacia ella, por parte de Paul, esbozando una media sonrisa, no paso desapercibida para McFadden. Respiró hondo y llamó a Rose para ordenarle un té para sus invitados. Su eficiente sirvienta ya lo tenía preparado, y así, el trámite de servirlo y tomar un par de sorbos, apenas llevó unos minutos, tras los cuales, el anciano se levantó para avivar el fuego de la chimenea. Pero se quedó allí de pie, acariciando la guirnalda de acebo y lazos rojos que adornaba la repisa.

Su angustia se manifestó dando unos leves suspiros antes de poder hablar:

—Señorita Bell, ya le dije por teléfono que apenas tengo información sobre su padre; aquellos días pasaron muchas cosas, murieron demasiados..., en batalla, a causa de sus heridas o de enfermedad. David Graham fue uno de tantos, otro de aquellos desventurados que traté, durante mi servicio en el batallón. Estos últimos días he intentado recordar su rostro, pero apenas si recuerdo su nombre, y eso es por lo llamativo de su caso; no eran muy frecuentes entonces, los arrestados o encarcelados, acusados de desobediencia o deserción. Seguramente, su padre fue finalmente ejecutado.

Los Lobos del SommeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora