\\ Prólogo //

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\\Prólogo//

\\ Mentira lavanda //

\\ Kendall //

El sudor bajaba por mi frente, el chirrido de las zapatillas contra el suelo no era más que una manera de alentarme a seguir adelante para ganar aquella final que todos esperaban ver. La multitud coreaba nombres que no distinguí, solo sabía que había algunos de mis compañeros que se sintieran tan sumamente animados que fueron a por los seis siguientes puntos. Aplausos, muchos aplausos, demasiados aplausos. La gente vitoreaba aquellos lanzamientos a canastas con una gran voz, al unísono ignorando las voces del equipo contrincante.

Y yo era amante del ruido que hacían.

El silbato volvió a sonar para seguir con el juego, di una zancada para interponerme entre el número tres y quince de los jugadores de los Tigres Negros. Sonreí mientras arrebataba el balón de sus manos, eran unas manos muy preciosas he de admitir, a lo mejor después podía pedirle su número. Supe que gruñó por haber perdido el balón y siguió jugando. Di dos pasos para luego lanzarla a Montgomery que la atrapó al vuelo. Segundos más tarde de aquello encestó y todos los demás lo celebramos.

Alguien chocó contra mí haciendo que perdiera el equilibrio por unos momentos, cuando alcé la vista me encontré frente a unos ojos azules como el mar admirando mi reacción, había sido totalmente intencionado. Me giré para que quedáramos cara a cara el uno contra el otro, él se cruzó de brazos y me enseñó los dientes en un intento de intimidarme, lo que no sabía el muy estúpido era que yo también sabía jugar a aquel juego. Imité su acción ignorando a mis compañeros que me advertían de no atacar.

Se inclinó lo suficiente para que quedáramos cara a cara. Un pequeño olor a lavanda inundó mis fosas nasales, provenía de él. No me gustó que lo hiciera, ese olor era mi refugio y me negaba rotundamente a cedérselo a alguien como él. Sonrió ensanchando su sonrisa aún más, ¿cuánto media el imbécil? Yo llegaba al metro ochenta y nueve muy escasamente, ¿mediría dos metros? No me importaba, aquí el juego de la altura no servía de mucho si me lo llevaba por delante. Revolvió su pelo negro con un gesto de negación y luego me giré para observar cómo Louis decía que paráramos, así no servía el plan Abbey.

Él se acercó todavía más a mí con intención de seguir provocándome, yo señalé su pecho y comencé a hacerle retroceder un par de pasos mientras yo avanzaba unos pocos. Su sonrisa tembló por un segundo dando a entender que por un momento yo había ganado aquella discusión. Me agarró del codo provocando que una corriente eléctrica me atravesara todo el cuerpo y me obligó a bajarla hasta que solo quedáramos con nuestras miradas amenazantes.

Chocó nuestras frentes lo suficientemente fuerte para echarme hacia atrás pero no para dejarme un moretón por ello. ¿Así era como quería jugar? Porque yo estaría encantado de seguirle el juego. Lance un puñetazo a su estómago haciendo que se doblara sobre sí mismo y soltara un poco de aire por la boca. Cuando se recuperó me lanzó contra el suelo con fuerza cayendo encima de mí, colocó sus piernas apretujando las mías y alzó el puño con dirección a mi rostro. Fui más rápido y golpeé su nariz provocando que chorreara sangre antes de que el árbitro viniera a apartarnos de aquella pequeña pelea que se estaba iniciando.

Louis se colocó detrás de mi dejándome sentando en el suelo mientras se llevaban a ese individuo a la enfermería. Me acaricié la frente con suavidad sintiendo todavía el dolor de aquel golpe. Me preguntaron sobre mi estado para después lanzarme la maldita falta y echarme al banquillo por si acaso. No me iba a hacer el inocente, comprendía bastante bien las consecuencias de mis actos y lo que estas mimas conllevaban, sin embargo, iba a permitirme un poco el hacerme el enfadado para meterle más drama a un asunto que se olvidaría fácilmente dentro de unas pocas semanas.

Una vez sentado escuché las charlas del entrenador sobre el comportamiento dentro de la cancha, sobre que había actuado estúpidamente y algo sobre hacerme correr un par de vueltas infernales que todos odiaban a excepción de Geller, por alguna extraña razón que mi complejo cerebro se negaba a entender lo enamorado que estaba ese hombre de aquella vuelta.

Durante todo lo anterior mis ojos se dirigieron hacia una zona extremadamente particular.

Entre la multitud observé cómo aquel hombre con la nariz sangrando no paraba de mirar al sujeto lesionado de su equipo, pero él no le prestaba atención, solo tenía ojos para alguien que estaba a mi alrededor.

Sonreí cuando Monroe me ayudó a levantarme del banquillo extendiendo su mano en mi dirección, por un segundo hice contacto visual con él.

—Te acaban de expulsar, ¿por qué la sonrisa?—me preguntó ofreciéndome una botella de agua mientras escuchaba el pitido que reanudaba el partido.

—Porque acabo de descubrir algo muy interesante...

—¿De verdad?

—De verdad.

—¿Vas a terminar la frase o...?

—Y no sabes cuánto voy a disfrutarlo.

Entre mentiras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora