Parte 3

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Rubí no supo nada de Maca hasta tres días después.

Había algo, una parte de su mente, que intentaba convencerla de que no era real o de que le mintió, de que fue una broma, cualquier cosa. Sentía que no quería volver a verla y, al mismo, se moría de ganas por escuchar su voz otra vez.

Entonces le habló a Josefa, su hermana. Ella le dio el número de Maca y antes de que se diera cuenta, estaba en la plaza frente a su edificio, esperando que la chica apareciera. Y lo hizo. En pantalón de mezclilla gris y un polerón negro, la vio caminando cabizbaja hacia la banca. Le sonrió apenas sus ojos se encontraron.

—¿A qué hora te fuiste? —le preguntó mirando a los niños jugar.

—A las cuatro, creo.

—¿Por qué no te quedaste?

Maca encogió los hombros.

—Caché que estaba el Miguel y no quise hacer problema. No es como que le caiga muy bien.

Se quedaron varios minutos solo observando los juegos y al grupo de pequeños corriendo. Rubí había pasado los últimos tres días haciéndose preguntas que, en realidad, debía hacerle a Maca, y ahora que estaba ahí, no parecía ocurrírsele nada. También estuvo decidiendo si la quería de vuelta en su vida y aunque nunca tomó una decisión, tiempo después asumió que el haberla contactado era la respuesta.

—¿Ya viste al Rafa?

Maca sonrió.

—Te acordai de su nombre —Rubí evitó una sonrisa. Por supuesto que lo recordaba—. Sí, mira.

Sacó su celular y luego de buscar, le mostró la foto de un bebé sonriente, con cabello claro y ojos grandes, café claro. Le pareció precioso, y no podía decir lo mismo de todas las guaguas.

—Se parece a ti —le dijo mirando con atención la pantalla.

—Que erí mentirosa —rio—. Tiene tres meses, no se parece a nadie.

La pilló. Supuso que eso era lo que normalmente se decía.

El resto del tiempo que estuvo con ella, hizo lo posible que escucharla reír de nuevo. Vieron más fotos de Rafa, caminaron por alrededor y se pusieron al día. Eso era lo que más le importaba, saber de ella. Y a pesar de que le alegró saber que se estaba esforzando por unir las piezas de su vida, quizá nunca debió preguntar por la oscuridad que la apagó antes de revivir. No porque Maca no quisiera contarle, sino porque Rubí no estaba lista para imaginarla calando tan hondo.

—¿Querís que vayamos a comer algo? Yo invito —le ofreció cuando iban de vuelta a la plaza y sintió que el tiempo se les estaba acabando. Maca miró la hora e hizo una mueca.

—No puedo, perdón. Ya me tengo que ir.

—Ah, sí, no hay atado.

—¿Segura?

—Sí po, Maca, si no te tengo de rehén.

Sonrieron. Lamentó que se le hiciera tan corto el tiempo, hasta que recordó que ella también tenía cosas que hacer.

Se fueron en silencio en el auto de Rubí, quizá el silencio más largo de toda la tarde. Pero no era raro, era tranquilo. Tenían aún mucho por decirse, solo que no lo necesitaban. No por el momento. Maca bajó la ventana y apoyó el codo en el espacio, dejando que el viento alborotara su cabello y, de vez en cuando, disimuladamente, Rubí la miraba y sonreía y le dolía el estómago y no dejaba de sonreír. Y se sentía feliz. Tan feliz.

—Oye, tengo un asunto el domingo— le dijo antes de que se bajara—. Es como una junta en la casa de la Esme, van a hacer un asado y todo eso... Por si querís venir. O sea, te estoy invitando, si querís venir.

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⏰ Última actualización: Jun 25, 2022 ⏰

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