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Encontramos a mamá tirada en el suelo rodeada de platos quebrados, cubierta en las sobras que habíamos dejado atrás hacia apenas unos minutos

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Encontramos a mamá tirada en el suelo rodeada de platos quebrados, cubierta en las sobras que habíamos dejado atrás hacia apenas unos minutos. Me adelanté para ayudarla, pero Pyx fue más rápida y me tomó por el pijama, impidiendo que entrase de todo en la cocina.

—Quieto —dijo sujetándome con firmeza.

Tomó su colgante y lo encendió tocándolo con las yemas de sus dedos. El tipo de luz que quería producir funcionaba mejor con los anillos, pero no los traía y cualquier catalizador era mejor que irradiarla directamente desde su mano. La habitación se iluminó de tal forma que tuve que cerrar los ojos. Pyx, sin embargo, no tenía problemas con el nivel de brillo requerido para ver a través de las paredes y los objetos sólidos, sin embargo, no encontró nada ni a nadie escondiéndose dentro de los muebles- Esperé impaciente a que la luminosidad desapareciera y apenas mi hermana me soltó salí corriendo a buscar un pulso que por dentro sabía que no sería capaz de encontrar. Pyx, que debía suponer lo mismo, se agachó junto a mí y me permitió sentir su cuello y luego su muñeca por más tiempo del que realmente era necesario. No estoy seguro de en qué momento dejé de sujetarla entre mis brazos para pasar a ser sujetado en los brazos de Pyx, pero pronto todo eran lágrimas y sollozos, hipidos y palabras ahogadas que no podían salir. Mi hermana le cerró los ojos, para que mamá no tuviera que vernos sufrir y luego se dejó caer sobre los vidrios rotos. Hice lo propio y nos quedamos allí un buen rato, unos minutos, unas horas, la noche entera. Llorábamos, nos abrazábamos y luego guardábamos silencio. En algún momento nos quedamos dormidos sobre el desastre, junto a mamá que se ponía cada vez más helada y rígida, cada vez más muerta.

Pyx me despertó al incorporarse. Por un segundo tuve la suerte de no recordar lo que había ocurrido la noche anterior, pero luego volví a ver a mi madre en el suelo, todavía tirada sobre las tazas rotas, el té derramado y las migajas de tarta. Se me apretó el pecho, pero no fui capaz de soltar una sola lágrima; se me habían acabado durante el transcurso de la madrugada. La puerta se abrió con la pesadez de siempre; la madera hinchada por la humedad haciendo sonar las bisagras, el olor del rocío matutino sobre el césped, el trino de las aves. Todo seguía igual que siempre, pero ya nada volvería a ser lo mismo.

La sombra de papá apareció antes que él, imponente a pesar de su baja estatura. Cuando dobló a la esquina y nos vio, su rostro se descompuso. Pyx se levantó y me ofreció la mano, pero yo no podía moverme. Había algo en él que me alertó. No es que yo fuese particularmente talentoso con la magia empática, pero sin duda algo raro ocurría. Mi hermana me asió por el brazo hasta que me puse de pie, y el movimiento fue suficiente para espabilarme. No le solté la mano y ella tampoco lo hizo. De pronto me sentía muy, muy pequeño.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó con una calma que no entendía cómo era capaz de mantener.

Siempre era del mismo modo con él. Nada le afectaba, nada lo hacía salirse de sus cabales. Ni siquiera la vista de su esposa en el suelo. Nuestros corazones rotos estaban expuestos frente a él y ni siquiera pestañaba.

La Casa de VolantisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora