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Derrotado, había terminado de darme el baño y vestido, pues no serviría de nada esperar envuelto en una toalla y cubierto en jabón seco que tan sólo me haría picar todo el cuerpo

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Derrotado, había terminado de darme el baño y vestido, pues no serviría de nada esperar envuelto en una toalla y cubierto en jabón seco que tan sólo me haría picar todo el cuerpo. Un rato más tarde Miel volvió por mí y, aunque la ahogué a preguntas, su expresión de calma jamás cambió y no respondió a ninguna. Estaba cansado de seguir órdenes sin explicación. Me molestaba no entender qué estaba pasando o a qué me estaba enfrentando; en general, me costaba leer a las personas, pero Miel, Vainilla y Canela eran particularmente difíciles. Cuando llegué a un segundo comedor, más grande que el anterior, las otras dos hermanas nos esperaban y las tres tenían la misma expresión afable en su rostro, sin embargo, nada en aquella situación me resultaba placentero y sospechaba que, de haberlo tenido permitido, habrían mostrado muecas en vez de sonrisas. Aunque no podía conocer sus verdaderos sentimientos o qué tan involucradas estaban, algo me había quedado claro: nada bueno podía provenir de aquella casa de chocolate.

Como si supiesen que mis pensamientos se estaban encaminando en una dirección indeseada, las mellizas me encaminaron al asiento que estaba a la derecha de la cabecera. La silla se parecía más a la principal que al resto, pues era algo más alta y acolchada que las demás, sumándole que tenía decoraciones que las otras no poseían. Me sentaron allí haciendo todavía oídos sordos a mis quejas, como si no les llegara el sonido de mi voz. Al cabo de un rato me callé definitivamente, pues no acostumbraba a hablar tanto y mi garganta ya se sentía rasposa. Intenté levantarme cuando salieron de la habitación, pero el asiento no me dejaba moverme. Un tipo de magnetismo mágico me mantenía atado a la silla y, a pesar de que me daba miedo saberlo, me concentré en el hechizo para saber de dónde provenía. Tragué saliva al sentirlo; como lo sospechaba, se trataba de la misma magia que sostenía la casona de pie.

Intenté soltarme moviendo el cuerpo, pero el asiento se volvía más pequeño mientras más lo hacía. La puerta se abrió y automáticamente me quedé quieto, como por instinto. Las luces se apagaron entonces y las velas en candelabros de azúcar imposiblemente altos se encendieron sobre mi cabeza. Tras Miel y Canela, entraron varias personas vestidas de manera elegante y llevando máscaras. Su porte delataba poder y su forma de andar, confianza. Se trataba de gente importante, que sin embargo en su mayoría no poseía magia. Podía percibir era que se trataba de humanos corrientes o brujos de pocas habilidades, con su magia diluida y poco cuidada. Al final entró Vainilla, quien se quedó junto a la puerta mientras sus hermanas abrían las sillas para los invitados.

Pyx tenía la costumbre de decirme que al menos el noventa por ciento de las veces en las que creía que alguien me estaba mirando, no era cierto. Una de las razones por las que salía poco de casa era porque me sentía incómodo siendo el centro de atención y a veces, los pensamientos ansiosos me hacían creer que todo el mundo se fijaba en mí. Condicionado como estaba a las palabras tranquilizadoras de mi hermana, me obligué en primer momento a convencerme de que ninguno de los invitados estaba mirándome de la manera en que lo hacían. Sí o sí tenían sus ojos fijos en mí, pero no tenía por qué ser algo malo... es decir, quizás se conocían entre todos y se estaban preguntando quien era. Podía ser simple curiosidad.

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