O. LA CARTA

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Respiraba con dificultad intentando ocultar el nerviosismo que emanaba de todo su cuerpo, se desconocía así mismo de aquella forma.
La última vez que se había sentido así parecía tan lejano, cuando las alargadas y tentadoras piernas de Mary Thompson habían robado su atención en los pasillos.

Y ahora mismo eran unas piernas para nada femeninas las que causaban estragos en su interior, ni siquiera podía admitirlo mentalmente porque eso solo sería su perdición. Caer en la negación era todo lo que podía hacer.

Negarse.
Y seguir haciéndolo hasta que esos enormes ojos de venado se plantaran frente a él y lo hicieran olvidarse de todo, incluso de sus propias convicciones.

Se regañaba mentalmente, incluso llegaba a creer que aquello que sentía no estaba mal. Pero en cualquier lugar al que fuera solo podía escuchar lo maldito enfermos que eran. Un error.
Y de pronto sintió las palabras de su padre haciendo eco en su memoria, un hombre tan cavernícola como él jamás perdonaría que su hijo fuera un marica, el simple pensamiento lo hizo estremecer mientras cerraba con fuerza la puerta de su auto.

Buscó refugio en los cálidos pasillos de la enorme biblioteca, irónicamente era su lugar seguro y donde Tommy o cualquiera de su estúpido grupo jamás podría encontrarlo.
Nadie salvo él, Steve Harrington.

Sentado frente al mismo escritorio del fondo completamente hundido en la incómoda silla y con un bolígrafo negro en la mano. Y una enorme idea rondando en su cabeza, Billy se cercioró que nadie estuviera cerca, en cuanto así fue no pudo contenerse de comenzar a trazar con torpeza palabras al aire que esperaba tuvieran sentido al final.

Suspiraba de vez en cuando dejando notar una sonrisa de chiquillo enamorado mientras escribía letra tras letra dejando que su corazón hablara por él por primera vez desde que todo ese ridículo juego había comenzado.

Cerró los ojos recordando absolutamente todo lo sucedido.

Su mirada suplicante.
El chasquido de su lengua mientras se burlaba de él.
Y la pelea que terminó en un beso.

Volvió a estremecerse recordándole y no pudo evitar sonrojarse como colegiala que era descubierta pensando en el hombre de sus sueños.

Miró el papel que antes estaba completamente en blanco y que ahora retenía una carta de amor llena de confesiones que nunca sería entregada a su verdadero dueño.

Sonrió ladino ante su propia letra incapaz de ser leída sin buscar un maldito diccionario, sabía que era gracias a sus nervios pero incluso estando tranquilo no era capaz de escribir algo sin arrepentirse.

«Estás clavado en mi memoria con fuerza, no hay un maldito segundo que pase sin pensar en ti y aunque lo intentara, sé que no conseguiría sacarme de la mente tu estúpida risa ni el sabor de tus labios.
Hoy se cumplen tres meses desde que todo comenzó, se siente tan ridículo pensar que después de todo no somos tan diferentes

Había comenzado con aquellas palabras que nunca había dicho en voz alta por cobarde, porque Steve era quien lo hundía y sacaba a flote con tan solo sostenerlo entre sus brazos.

Completamente asustado de sus propias emociones, Billy guardó aquella carta y en su lugar escribió una nueva que estaba lejos de ser romántica.

«Nos divertimos lo suficiente, solo eso.
Ya deja de seguirme como un maldito perro por todos lados, yo no soy como tú.»

Tachó la palabra maricón porque le dolía el estómago de solo pensarlo.

«Dejé que esto se alargara demasiado desde la fiesta en la casa de Tommy, lo lamento.»

-¿Por qué mierda lo voy a lamentar? Fue su problema seguir aquí.

Se preguntó y respondió al mismo tiempo, sin embargo no borró aquello.

«Vuelves a ser el puto perdedor de la escuela, de eso claramente no tienes salvación. Y por favor no llores o tendré que romperte la cara como tanto te gusta.

Billy

Finalizó aquello orgulloso pero con un peculiar temblor en el labio inferior, típico de un niño que está por llorar.
No quería decirle aquello.
Pero no tenía otra alternativa.
Nadie podía enterarse que todas las tardes después de clases se fugaba en su auto con el niño listo hijo de una familia rica y se perdía en el bosque junto a él.

A veces para hacer nada más que reír y fumar.
Otras veces para comerle la boca hasta que sus labios dolieran.
Y otras solo para hacerlo gritar.

Se levantó de su asiento sin muchos ánimos, las clases ya habían comenzado y él no tenía nada mejor que hacer que evadir al muchacho y sin mucho éxito.

-Al fin te encuentro, ¿estás bien?

La voz preocupada del contrario lo hizo temblar, sostenía en su mano la carta y sin mirarlo la entregó, pasando a su lado sin decir nada más.

Pudo escuchar el azote del casillero y unos pasos rápidos detrás suyos.
Pero Billy fue más rápido y se perdió en la comodidad de su auto en cuanto pudo, escapando de ahí.
Dejando a Steve solo y con el corazón destrozado.
Justo como él se sentía.

Seven [Harringrove]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora