#4

33 5 1
                                    

Realmente fue una tontería su forma de actuar. Desde el principio, los cables que mantenían firmes su cerebro y cuerdo sus pensamientos estaban hechos un lío.

Necesitaba que un pilar trazara su final con una katana en su cuello antes de trazarla él mismo, con sus manos en un cuerpo prohibido al que miraba con tanto anhelo.

Respiró hondo, para reaccionar, para pensar seriamente en lo que se estaba metiendo, para analizar la preciosa vista bajo su cuerpo. Talvez esa imagen más tarde sería su muerte.
Y sería bendecido.

De todas maneras, morir sería la única manera de purificar su alma y dejar atrás tantos pecados cometidos y por cometer si seguía con esa estupidez de querer arrebatar algo puro para ensuciarlo en sus manos sangrientas.

Una pequeña ráfaga de viento fue la razón para volver a la vida de ambos; suspirando cara a cara y sacudiendo sus cuerpos en un temblor tan satisfactorio. Liberando la tensión lentamente, relajando sus músculos adoloridos gracias a la contención de su libido en aumento, como si Obanai fuera el crío hormonal que nunca pudo ser y que ahora buscaba libertad a través de una joven pura con carácter fuerte pero roto.

Nuevamente suspiró, está vez para vaciar el oxígeno contenido en sus pulmones para volver a llenarlos con el dulce aroma de la vergüenza y la incertidumbre que emanaba de su compañera bajo sus brazos.

Su aroma era similar al de un ama de casa que hacía una comida deliciosa, un postre talvez sonaría mejor. Como si la canela se hubiera quedado impregnada en su piel y buscará a alguien que la oliera, para poderlo hacer estornudar, pero el haber disfrutado su olor valiera totalmente la pena.

Una mano en su cintura, la otra en su muslo regordete. Ahora entendía porque la zona en sus pechos parecía no tener carne, piel. Todo estaba en sus piernas, firmes, fuertes, tan llamativas que podrían enrollarse en su cintura, e Iguro moriría feliz con todos esos pecados encima. 

Sus ojos bicolores seguían en sus muslos, en la piel blanca que brillaba bajo su tacto y los vellos casi invisibles erizados ante su mirada. Su mano apretó su piel suavemente, apenas rozando los dedos; movió ligeramente su pierna, con un movimiento sutil para avisar sin decir palabra alguna.

Levantó su mirada, encontrando una pureza azul que lo observaba expectante, nerviosa; pero no estaba en sus ojos, su mirada tímida estaba en la cicatriz que cruzaba los labios de Obanai.

El pilar miro los dedos de la contraria, observando como se crispaban. Al parecer sus instintos como enfermera la tenían ansiosa por tocar la herida que con el paso del tiempo había cerrado y solo era una cicatriz horrible como recordatorio constante de su infancia.
Sus dedos picaban por observarla más de cerca, analizar y curarla. Ese era su papel y en ocasiones desligarse de el era complicado.

Obanai solo suspiro, su cuerpo se había tensado ante la insistente mirada azul que parecía decirle que fuera a la finca mariposa para poder tratarlo correctamente. No en las aguas termales donde uno estaba encima del otro, respirando cara a cara.

Pero era una historia pasada, por lo que, ignorando el entrecejo fruncido de ella, deslizo su mano suavemente de su muslo hasta el interior de su rodilla, acomodando al costado de su cadera.

– Dobla.

Ordenó, en un tono suave pero que no admitía discusión. Ella solo lo observo atentamente, el rubor en sus mejillas seguía presente y el temblor en su cuerpo era constante. Instintivamente, dobló la rodilla, rodeando su cadera lentamente.
Para suerte de Obanai, no hubo protestas, no hubo temblor de miedo, no hubo golpes, aunque lo ansiaba más que nada para poder despertar de la nube de lujuria que lo tenía cegado en esos momentos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 31 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

• 𝙄𝙣𝙨𝙩𝙞𝙣𝙩𝙤𝙨 •  [𝙆𝙣𝙮 / 𝙊𝙗𝙖𝙖𝙤𝙞]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora