Niñez

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Suena la alarma de todos los días a las cuatro de la mañana, el frio es muy abrazable y el silencio de la calle se impone ante cualquier cosa. Debo ir con mi padre a trabajar antes de ir a la primaria, aun curso el cuarto año. Mi padre reparte periódicos en la ciudad, no es el trabajo más glamuroso o el mejor pagado, pero nos ayuda en casa. Medio adormilado me visto con mi uniforme, busco una chamarra gruesa y sigo a mi padre hasta la puerta, mi madre nos da un beso y regresa a la cocina, ella trabaja con una familia haciendo los deberes. Sentado en la parte trasera de la bicicleta de papá, el frio me pica en el rostro como agujas que me hacen despertar de lleno.

Han pasado cuatro horas y media desde que salimos de casa y me dirijo caminando hacia mi escuela. Huele a pan recién hecho, las calles lucen húmedas, las señoras caminan con sus hijos también a las escuelas y el sol comienza con la tarea de calentar.

Nunca me ha gustado la escuela, no sé por qué tengo que venir si en la vida solo triunfan las personas ricas o con algún conocido importante. Yo sé que siempre seguiré siendo pobre y que no tengo otro camino más que el trabajo, lo bueno es que me gusta trabajar. En fin, pero soy un niño y claro que sueño con ganar la lotería, encontrar oro o ser rico de alguna manera sencilla y que en las películas hace que la vida de las personas se vuelva mejor.

Me cuesta concentrarme en clase, tengo mucho sueño y pienso que serviría más si estuviera ahora trabajando con papá. La maestra Sandra sabe la situación de casa y es buena conmigo, así que no me regaña si duermo un poco o si no llevo el material que se necesita para ciertas actividades, de hecho, algunas veces ella lo lleva por mí.

El recreo es la peor parte, nadie juega conmigo y no hago otra cosa que sentarme en un rincón del patio, y ver a otros comer y jugar. Pero hoy, algo fuera de lo común paso, el chico nuevo del salón se acercó y pregunto si podía sentarse junto a mí. Yo solo asentí con la cabeza, nunca nadie había querido acercarse a mí. Saco la caja de su lonche y dio una mordida a su sándwich, yo voltee hacia el otro lado y miraba a los que jugaban fútbol.

- ¿No tienes hambre? - pregunto sin dejar de comer y ver su sándwich.

-Casi no. - respondí después de un par de segundos.

Entonces, hizo algo con lo que yo no estaba familiarizado. Saco otro sándwich de su caja y estiro la mano hacia mi - ¿Quieres uno? Mi mama me mando muchos, dijo que compartiera con mis amigos. - tenía una sonrisa gigantesca y muy natural.

-Claro, gracias. - Tome el sándwich y sonreí de vuelta - Nunca había tenido un amigo.

Me miro por unos segundos y continúo comiendo. Hablamos del fútbol, la lucha libre y las mejores caricaturas de la vida, se sentía realmente bien tener un amigo. Se escucho el timbre que indicaba el regreso a los salones. El tiempo es realmente corto cuando la pasas bien.

Llego a casa, mi padre me esperaba para irse a su otro trabajo y yo cuidara de mi hermano. Mi hermano Sebastián tiene cinco años, o sea seis menos que yo. Cuidarlo no es tan difícil, es un buen niño. Todos los días hacemos lo mismo, comemos, jugamos y vemos caricaturas hasta que llega mamá, tomamos café y dormimos. Al día siguiente todo es igual, excepto una cosa, ya tengo un amigo.

Me despierto, me visto, acompaño a mi padre y voy a la escuela. A comparación de los días pasados hoy sentía algo diferente, me gusto más estudiar hoy. Alexander se sentó junto a mí en clases y en el recreo comimos y platicamos juntos, creo que ahora es mi mejor amigo, bueno, es el único y nunca entenderé por que quiso serlo, pero me alegra. Mis otros compañeros no son tan buenos, me ponen apodos, me ofenden, me esconden mis cosas e incluso me han golpeado, pero desde que Alexander es mi amigo, las cosas van mucho mejor, digo, aun me molestan, pero me siento menos solo.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora