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"Hay una leyenda japonesa del amor no correspondido, tan ardiente y vivaz que da miedo en pensar que fuera real. Pero ¿Qué tal si existiera en realidad?"
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Nuestro querido tricolor estaba sentando en su gran jardín, un jardín al que solo el podía entrar. Un jardín hermoso repleto de toda la vegetación que existe, era un lugar utópico.
Esa área era protegida antes por sus padres, considerado como un lugar sagrado, ahora el era el encargado de cuidarlo, pero nos estamos desviando del tema.
Se encontraba sentado recargando su débil y frágil cuerpo en un árbol, era de noche, había luna llena, por lo cual suaves rayos de luz blanca iluminaban su cara, las estrellas se veían hermosas esa noche.
México solo esperaba el momento, si se iría sería en este bello lugar y esperaba fusionarse con aquellas hermosas plantas. Se preguntaba si se reencontraria con sus padres, sin embargo, dichos pensamientos se vieron interrumpidos por una grave y fuerte tos, se ahogaba en sus propios fluidos, sentía como se le desgarraba la garganta, algo realmente afilado le imposibilitaba sacar lo que fuera que estuviera en su tráquea en ese momento, sentía pequeños picos filosos que se adherian a su piel y como por cada intento de expulsarlos desgarraban su músculo interno, provocándole un dolor indescriptible.
Con mucho trabajo y desesperacion pudo escupir lo que lo asfixiaba, una rosa blanca cubierta de sangre con un tallo lleno de filosas y finas espinas por dónde escurrían también gotas de sangre e incluso en algunas había pequeños pedazos de carne colgando.
Esa flor, o rayos esa maldita flor. Con este ser vivo sin capacidades de comunicarse empezó todo.
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