Capítulo 1

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La rutina de hundirse en otra piel

Tom

Tiene el cuerpo arqueado delante mío a mi merced, empuja su ser hacía mi erección, la tela del sujetador de encaje negro no le es suficiente para cubrir la frialdad del vidrio de la ducha endureciendo sus pezones, me empuja el centro de su andar desnudo por encima de la tela del pantalón.

—¿Qué estas esperando? He esperado por ti mucho tiempo—me gime con las piernas llenas de deseo, sus manos intentan acariciar mi cabello cuando me hundo en en su cuello, pegando más mi cuerpo al suyo para que pueda sentir el crecimiento debajo de mi cintura.

Solo hay ciertas reglas que seguir para coger conmigo, pautas simples e incambiables que servirán para garantizar el placer de los dos implicados: 

—Sin manos. —le espetó, apartando sus manos en lo alto para ponerlas contra el cristal de la regadera, el espacio es reducido y entre cada meneo de sus caderas contra mi cuerpo tengo claro que su zona no es lo único estrecho que tiene para ofrecerme aquel cuarto de hotel. 

Regla numero uno: No me toques, si te esfuerzas en poner las manos sobre mí tomaré mis cosas y me iré. No se me volverá a ver. 

Sus piernas están temblando, su intimidad ya esta húmeda y lista para mí, el juego de torturarla se vuelve cruel cuando la tomo de la barbilla, pegando su rostro al mío como si pretendiera besarla, su aliento a vodka y el mío se mezclan, tiene unos profundos ojos verdes y la nariz iluminada por el maquillaje, puedo percibir en su respiración pausada lo mucho que me ha estado esperando, se derrite por sentirme, por primera y ultima vez. 

—Ábrete para mí—le susurro en el oído, mis palabras son ordenes para ella, se mueve abriendo las piernas, empujando el trasero hacía mí cuerpo, tiene la piel tostada erizada y el corazón al mil. 

Abro la pequeña bolsa del preservativo, parte del liquido que lo lubrica se queda en mis labios dejando un sabor de boca un tanto peculiar, cuando escupo el esqueleto de la misma a la baldosa blanca de la regadera, deslizo el preservativo sobre mi miembro a la vez que me hundo en ella sin previo aviso. Su interior es caliente, por un instante aprieta las piernas y las paredes de su intimidad se ciñen sobre mi pene.  De poder dar arañazos al cristal esta seguramente lo habría hecho.

—Por fin—exclama con la piel ardiente y la espalda cubierta de sudor, mi cuerpo se mueve asediando al suyo, lento torturantemente lento y profundo, sus gemidos resonan por las paredes del lugar en un eco—, más, más fuerte, más rápido. 

Los deseos del Conde [Tom Holland y tú] [HOT +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora