Habían pasado tres días desde que Emma White había sido ingresada en el Jackson Memorial Hospital y no había periódico en el país que no lo hubiera anunciado.Mientras, la noticia de Amelia Roussel había sido un poco más reservada. El señor Roussel estaba moviendo cielo y tierra para que la noticia no se hiciera viral, pues no quería ver a su hija ser exhibida en los periódicos igual que un delfín sin una aleta es mostrado en un acuario.
Mientras los médicos observaban como se deterioraba la salud de la señora White, Melisa se pasaba el día completo al lado de su hija.
Sus hermanos habían ido a visitarla. Joshua le había dado un beso en la mejilla de despedida y había comenzado a hipar antes de marcharse.
—Cuando te despiertes —le había dicho en secreto a su hermana—. Te voy a comprar muchos helados. Solo para ti.
Benjamín, admirablemente, también se encontraba muy triste por la noticia y había dado un abrazo a su hermana antes de irse.
—Algunos pacientes duran de tres a cinco días. Otros, han durado hasta semanas o meses. Es algo impredecible. No podemos decirle cuando vaya a despertar. —Tony les contó sus mayores dudas sobre el coma en que se encontraba Amelia—. La alimentaremos mediante sueros los primeros días. Hicimos algunas pruebas y nos dimos cuenta que la niña se encuentra en un coma de primer grado. O sea, que tiene sensibilidad al dolor y sus parpados tienen algunos reflejos. Solo podemos orar porque salga de esta.
John observaba, con suma tristeza, como su esposa se transformaba en un fantasma e iba desapareciendo lentamente delante de sus ojos. Había bajado unas cinco libras y no tenia ánimos para otra cosa que no fuese contemplar a su hija.
—Melisa.
La mujer estaba sentada a los pies de Amelia, leyéndole por tercera vez el cuento de La Sirenita. Estaba tan sumida en la historia que no notó cuando su marido se acercó a ella y le colocó una mano en su hombro.
Esta se sobresaltó y dejó caer al suelo el libro.
—Lo lamento —se disculpó. Tomó el libro del suelo y lo colocó en la mesa—. No quería asustarte.
—Le estoy contando una historia. —Melisa sonrió melancólica en dirección a su hija—. Quiero que cuando despierte me vea a mí. Que sepa que nunca la dejé sola.
—Cariño... Debes de ir a casa. No has comida nada el día de hoy y me preocupa tu salud...
Melisa se levantó violentamente de la cama y se acercó a la ventana. Sus brazos estaban amarrados entre su pecho y su respiración estaba acelerada. John se acercó a ella y trató de sostenerla por las caderas. Melisa, nuevamente, se retiró violetamente y lo miró con una llamarada de furia en sus ojos. John nunca había visto esa mirada en su rostro y mucho menos dirigida hacia él.
—No iré a ninguna parte contigo —aseguró con voz estrangulada—. No dejare a mi hija sola. No lo hare porque gracias a que la dejaron sola ella está como está.
Estaba tratando con cada de célula de su cuerpo de comprender a su mujer. Pero que ella insinuara que él tenía la culpa de lo que le había ocurrido a Amelia era insólito. ¡Por Dios Santo, él era su padre! Él también estaba muy dolido por lo que había pasado.
—¿Qué estás diciendo, Melisa? ¿Sugieres que no presto la suficiente atención a mi hija y que por eso se encuentra en coma? Porque déjame recordarte que tú también eres su madre. Que tú también estabas en el barco y que tú también la perdiste de vista.
Cuando todas las palabras fueron expulsadas de su boca John quiso que hubiera forma de deshacerlo. Le había gritado hecho una furia a su esposa y ahora no tenia forma de eliminar lo que había hecho.
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Amos del universo ©
Ficción GeneralAmelia Roussel es una joven que llega desde Europa a manejar los negocios que con tanto esfuerzo se ha preparado para llevar. Mientras, James ve la oportunidad que siempre ha esperado para que su padre se enorgullezca de él. Amelia y James, ambos, s...