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Sus ojos continuaban siendo pura oscuridad. Hacía largos minutos que sus manos habían dejado de sujetar mis muñecas, ya no había nada que me retuviese sobre aquella azotea, sin embargo, era incapaz de ponerme en pie e irme.
Era como si sus ojos me hubieran hipnotizado hasta el punto de inmovilizarme, aunque el único culpable de mi incapacidad para moverme era el miedo.

Su sonrisa continuaba siendo igual de abierta, lo cual tan solo hacía que mi corazón continuase recibiendo punzadas puntiagudas y vuelcos espontáneos.

Y no sé cómo lo hice, realmente no sé cómo, pero logré alzar la voz, tan solo que esta salió en un débil y tembloroso susurro.

- ¿Qué eres?

Tenía miedo de escuchar su respuesta, pero al mismo tiempo necesitaba conocerla. Quizás también era la curiosidad la que me retenía en aquel lugar, puesto que sus ojos no eran capaces de decirme nada.

Pero su contestación fue tan enigmática como su personalidad:

- Eso depende de tu forma de pensar, Alice- por algún motivo, mi cuerpo sufrió una sacudida en cuanto mi nombre salió de su boca.

Durante aquellos exasperantes minutos, el silencio me estaba asfixiando, sentía que el oxígeno no era capaz de entrar del todo en mis pulmones. Necesitaba romperlo, y utilicé lo primero que se paseó ante mi mente para hacerlo.

- Dicen que los ojos son el espejo del alma.

No sé a qué vino ese comentario, esperé que Aedan lo dejase pasar por alto, pero no lo hizo.
Agarró aquel comentario con una sonrisa abierta, como si hubiéramos alcanzado un nuevo nivel en el juego en el que ambos estábamos jugando.
Un perverso juego de los que es muy difícil salir.

- ¿Eso crees?- preguntó con incredulidad y, a la vez, con intriga- ¿Entonces por qué aún no has salido corriendo tras ver los míos? ¿No te dicen estos que mi alma está corroída como ninguna otra?

No supe qué decir. ¿Acaso esa era una confesión de que, efectivamente, su alma estaba corroída hasta las trancas de maldad?

¿O acaso me estaba tratando de decir que era totalmente lo contrario?

Sus respuestas, incluso sus palabras, eran ambiguas. Nunca te aclaraban nada, al contrario, te nublaban aún más la mente e incluso el juicio.

- No lo sé.

Y aquello era verdad. No tenía ni la menor idea de por qué no había salido corriendo aún. Debería haberlo hecho, quizás aún estaba a tiempo de hacerlo, pero algo me retenía sobre el suelo de aquella azotea.
Tal vez era su mirada la que me tenía atrapada, la cual me generaba demasiada curiosidad.

"La curiosidad mató al gato".

Y aún conociendo a la perfección aquel refrán, me dejé llevar por ella.

- ¿Qué eres, Aedan?- inquirí, esta vez, en un tono más alto, sin embargo, aún era muy tembloroso.

El silencio continuaba asfixiándome, aunque sus palabras lo hacían más. Cuando pronuncié su nombre, vi un pequeño destello en la oscuridad de su mirada, lo cual tan solo provocó que el miedo me sacudiese con más fuerza.
Mi cuerpo, e incluso mis labios, temblaban sin control. Juraba que si me levantaba del suelo, ni siquiera sería capaz de mantenerme en pie por mi misma.

El arrepentimiento predominaba en mí, me arrepentía de haber sido tan ingenua, tan sumamente tonta.
Me arrepentía de haber acudido a su invitación y, no solo eso, sino que me arrepentía de continuar ahí, sentada, mirándolo fijamente, mientras el me miraba a mí.

Pero ya no había vuelta atrás, Aedan había fijado su atención sobre mí, y no descansaría hasta ganar en el retorcido juego que se había montado él solo en su cabeza.

- ¿Sabes?- soltó, mientras giraba su rostro hasta quedar observando directamente las estrellas. La forma en la que hablaba.. parecía fingir que nada ocurría, cuando en realidad ocurría de todo- Todos, en cuanto ven algo de luz, creen que tras ella se halla un ser bondadoso y ejemplar, mientras que, cuando ven un mínimo de oscuridad, se creen con el derecho de afirmar que tras ella se halla un villano.

Sus palabras, se quedaron estancadas en el aire, deambulando en mi mente una y otra vez. Parecía estar tratando de embelesarme, de que creyese en él, sin embargo, no podía hacerlo.
La oscuridad de su mirada era tan jodidamente densa y absoluta, que sus palabras no lograrían cambiar mi opinión, ni mucho menos extinguir el miedo que me mantenía alerta y desconfiada.

Sentía que si daba un solo paso en falso, acabaría muy mal parada, pero sí quería aclarar mis dudas y satisfacer mi curiosidad para poder huir de ahí lo antes posible, debía insistir.

- ¿Qué eres, Aedan?- no obtuve respuesta. La situación se estaba volviendo demasiado irritante-. Responde.

A pesar de que sus labios a penas se separaron, pude escuchar su risa amargando el ambiente, helando incluso mi sangre.

- Tengo entendido que nos llamáis demonios- en cuando vio mi rostro completamente aterrorizado, soltó otra de sus burlescas carcajadas, las cuales no dejaban de perturbarme-, aunque yo prefiero presentarme con mi nombre.

Sonrió. Sonrió y me demostró que su alma estaba tan envenenada de maldad como sus ojos indicaban.

Y entonces, me tendió su mano.

- Déjame demostrarte que la oscuridad no es tan mala como todos dicen que es.

Por un momento, creí que él pensaba que aceptaría su mano y que la estrecharía, sin embargo, no sé por qué, pero por la expresión de su rostro pude intuir que no era así.
Aedan sabía muy bien que no iba a querer siquiera rozar su piel, pero aún así me tendió su mano.
Deducí que era parte de su retorcido juego, y, haciendo por fin caso a los pinchazos de mi pecho, salí corriendo.

Corrí como nunca creí que lo haría jamás.

Miré una última vez hacia atrás, temiendo que me persiguiese, sin embargo, no lo hacía.

Aedan continuaba sentado al borde de la azotea, con sus ojos negros fijos sobre el cielo de la noche.
Aquella imagen quedó grabada en mi mente, al igual que los escalofríos y las terribles sensaciones que me generó.

***

Para los que vayáis a leer esta historia, decir que he decidido que los capítulos sean cortos, ya que probablemente la historia lo sea también.

Espero que disfrutéis de ella.

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⏰ Última actualización: Jul 02, 2022 ⏰

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