Capítulo 3

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Su cabeza daba vueltas

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Su cabeza daba vueltas.

Tantas como los giros que hacía al bailar ballet. La única diferencia es que ahí sus giros son controlados. No como lo que sentía en ese momento cuando al tratar de levantarse de la cama creyó que el mundo se iría al suelo o en su defecto, ella.

Un par de brazos la atrapó mucho antes que pudiera sentir el frío suelo. Se fijó en el pecho del hombre que yacía frente a ella mirándola con toda su atención y disposición. Alzó la vista tan solo para tratar de entender qué había sucedido con ella y hasta donde había llegado. Al notar el rostro preocupado de Diego quiso sentarse. Él la ayudó como pudo.

—Está bien. Estoy bien —dijo.

Él la soltó solo cuando la escuchó hablar.

Se llevaba las manos a la cabeza. Su cerebro dolía con tanta fuerza que hubiera preferido seguir durmiendo.

—Ten —Diego le entregó una pastilla—. Es un analgésico.

—Estás preparado.

—Sé lo que es tener una buena resaca —concluyó.

—¿Sí? Para mí es la primera vez. —comentó. Lanzó un bufido—. Nunca tomo hasta llegar a tener un ratón*.

Diego mostró una sonrisa leve que no llegó a nada, en cambio pasó su mirada por las facciones de Lily. Esperaba encontrar algo que le dijera que sabía lo que había ocurrido o que por lo menos tenía una idea clara. Sin embargo la mente de Lily estaba perdida en una nebulosa. Había un destello y luego oscuridad. Nada coherente a su forma de verlo.

—¿Dónde estoy? —preguntó luego de observar bien la habitación.

El color de las paredes blancas, la pulcritud y las sillas con un escritorio en acero inoxidable le decía que no había llegado a su casa. Su madre pasó a atormentarla en su mente y el dolor se intensificó.

—¡Debo volver a casa! —exclamó.

Se levantó apurada, pero solo le causó un terrible mareo que Diego tuvo que sostenerla.

—Estoy de acuerdo en que tienes que ir a casa, pero tómalo con calma —musitó—. Te llevaré tan pronto te vea con mejor cara.

—No, Diego, debe ser ahora. Mamá no puede esperar —dijo convencida.

La necesidad en sus ojos traspasó cada parte de ella. Diego lo comprendió, le extendió su brazo para que se apoyara en él.

—Ten cuidado —musitó.

Ella asintió, deseaba correr al auto, pero el dolor no la dejaba y aunque quisiera negarlo aún se sentía mareada. Vio las escaleras por las cuales bajaban, la figura en el centro del vestíbulo, las entradas laterales conocidas para ella. Estaban en la casa de Diego. Le extrañó no ver a Paty por ahí e hizo el ademán de registrar cada cuadro de las habitaciones, lo cual lo divirtió a él.

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