Quien controla la bruma del cementerio

39 10 6
                                    

Escribo estas líneas, para que quienes quieran escuchar la otra parte de la historia puedan hacerlo. Para dar a entender lo que me orilló a cometer un acto tan vil. Espero que me crean, pues ya no tengo ninguna razón para mentir; mañana moriré en la orca, y ya no hay razones para seguir escondiendo mi historia. Me crean o no, tengan en cuenta de que hay cosas desconocidas para el ser humano y, al menos una de ellas, he podido revelar.
Mi nombre es miguel, muchos piensan en mí como un demente o un paranoico, pero juro por Dios que esta es la verdad:
Era junio cuando me contrataron, lo recuerdo perfectamente porque había llegado el invierno y la temporada de lluvias, junto con la humedad y el clima cambiante, hacían que todas las mañanas, tardes o noches, en cualquier momento, se levantase una niebla densa y gruesa en todo el cementerio.
Los habitantes de las cercanías contaban historias: decían que el cementerio estaba maldito, pues había sido instalado sobre un antiguo cementerio indígena; que predominaban ahí las ánimas y que, entre sus tumbas y corredores, se escondían lúgubres y siniestros secretos. 
Mi trabajo era cuidarlo y ayudar con la preparación de los agujeros para enterrar a los difuntos, dicho de manera simple… cavar. Se me había facilitado una casa, pequeña pero confortable, que se ubicaba justo al lado del cementerio, en la cual podría vivir con mi familia: mi esposa, María, y mi madre, Magdalena.
Al principio pareció el trabajo ideal: no había gastos de arriendo, podía disponer del agua del cementerio y sólo debía correr con los gastos de la casa; prácticamente me pagarían por vivir ahí y cavar, lo que parecía fácil. El problema comenzó después, cuando la primera lluvia cayó entendí porque el otro cuidador había renunciado: la intensa humedad que se desataba provocaba una niebla terrible que me hacía perder toda la visión del cementerio, y me obligaba a salir de la casa y recorrer el cementerio, metro a metro, si quería mantener la vigilancia. Encima de todo, era un cementerio inmenso, lleno de pasadizos y corredores; más que un cementerio, parecía una ciudad de cadáveres y silencio. Lo que antes se reducía simplemente a mirar desde la ventana de mi casa; ahora, se transformaba en una larga vuelta, entre la humedad, el barro y las tumbas. Además de eso, debía seguir cavando todos los días hoyo tras hoyo, tumba tras tumba, sin cesar… en ese terreno maldito, duro y húmedo.
   Luego de un mes en ese ambiente, mi espalda estaba adolorida, mis brazos cansados y mis piernas flaqueaban en medio del recorrido nocturno; pero lo más agotador de todo resultó ser en mi mente y en mi ánimo: todos los días, sentía como una sombra de malestar comenzaba a crecer en mí, mi mente parecía atraer pensamientos oscuros, siniestros y lúgubres, mi carácter se trasformaba en algo irritable, tosco y hostil y muchas veces terminé discutiendo con mi familia por cosas mínimas.
Todo estalló un día, cuando mi esposa había preparado una indefensa sopa de pollo y nos sirvió. Había quedado tan deliciosa, tan apetitosa y en su justo hervor, que cuando fuimos a comer ya no pudimos parar. Mi madre, que le faltaban varios dientes y prefería todo molido, también la disfrutaba como nunca y llenaba de halagos a mi mujer. Cuando de pronto… comenzó a hacer movimientos estertóreos y compulsivos, su cara se puso roja y sus labios morados. Intenté de todo: golpeé su espalda, la abracé de atrás y apreté la boca de su estómago y finalmente, desesperado, intenté meterle los dedos en la boca e intentar alcanzar el objeto que le impedía respirar. Nada funcionó y, sin poder asimilarlo, pasamos de un momento totalmente feliz; a una tragedia…
  Fue un velorio muy triste, incluso mi jefe se presentó y me ofreció un pequeño terreno dentro del cementerio, sin paga. Sin darme cuenta, de pronto estaba cavando la tumba de mi madre en ese terreno. Jamás lo había asimilado así, pues en mi mente cavar solo era un trabajo… nunca pensé que ahí abajo iba a yacer un ser humano. De pronto la terrible realidad me golpeó, cada una de esas tumbas era para una persona como mi madre.
  La enterramos al día siguiente, sin grandes gastos y con una ceremonia sencilla. Su fallecimiento fue algo particularmente doloroso para mí; pareció que, en ese momento atroz en el que bajan el cajón al hoyo, cuando estaban cayendo los terrones sobre el ataúd de mi madre… algo se rompió en mi interior, como si una parte de mi alma hubiera muerto, junto con ella, y la parte que aún estaba viva se hubiera vuelto más oscura y sombría.
  Los días pasaban… y continuamente mi ánimo se volvía siniestro: mi mente deambulaba de un pensamiento lúgubre a otro, luego a otro y a otro, mientras hacía mis paseos entre la niebla blanca y espesa que surgía del piso enfangado del cementerio, mi mente navegaba en dantescas fantasías y sueños; o más bien dicho… pesadillas, en las que la bruma tomaba la forma de mi amada madre y me hablaba desde las sombras. Regularmente, me sorprendía pensando en el hecho de que mi madre, mi santa madre, estaba enterrada en esos terrenos y varias veces, al pasar cerca de la tumba, comenzaba a llorar tristemente su partida.
  Fue en ese contexto, cuando en una noche oscura en que la niebla estaba inusualmente espesa, tan espesa que la luz del farol no podía atravesarla, que al ir caminando entre las tumbas pude distinguir que había algo distinto; mi corazón sentía un temor constante y estaba inusualmente agitado, mis sentidos estaban tan alerta, tan en guardia y extrema atención, que podía oír hasta el más mínimo sonido en el ambiente: el crujir de los árboles, el viento sobre las flores, la pequeña llovizna cayendo sobre las tumbas. Era tanta mi exaltación interna, que incluso el débil sonido de un pétalo cayendo sobre la tierra hubiera sido un estruendo terrible a mis oídos.
  En ese momento, de especial temor y angustia, de pronto topé con una sombra que se movía adelante, entre la niebla…
— ¿Quién anda ahí? —Pregunté fingiendo firmeza; mientras por dentro, estaba lleno de temor.
— ¿No me reconoces? —Me respondió la voz de mi madre.
¿Cómo era posible? ¿Acaso mis sentidos me habían engañado haciéndome delirar hasta la locura? ¿Acaso la angustia de no tener a mi madre me había afectado tanto? ¿O será acaso que, en mi necesidad de apoyo y amor, mi madre, mi santa madre, había vuelto de entre los muertos en mi ayuda? Mi vista se empañó, lagrimas comenzaron a bajar por mis mejillas, sin control, y una angustia y una necesidad tan grande de su cariño se internó en mí, que no pude evitar gemir y llorar como un niño.
— ¿Eres tú… madre? —Le dije entre gimoteos. Intentando iluminar su figura, entre la bruma, con el farol.
  Pero en ese momento la figura desapareció, como si hubiera huido de mí. Corrí detrás de ella, presuroso, buscándola entre las tumbas; adelante, a la derecha, a la izquierda, mas no pude encontrarla por mucho que corrí y busqué. Entonces, me di cuenta que me había perdido. Miré a todos lados, entre el rocío y la niebla, sin poder reconocer las tumbas que estaban a mí alrededor; al correr y buscar, atolondradamente, no sólo había perdido el camino, sino que había perdido totalmente el sentido. Avancé con temor, apuntando con el farol hacia cualquier ruido que escuchase, pues dentro, junto con la intriga, también crecía un oscuro presentimiento.
—Por aquí… mi pequeño —Volvió a llamar la voz.
Entonces, sin poder controlarme, caminé detrás de la voz de mi madre, mi santa madre, rumbo a lo desconocido. Yo no podía ver nada, simplemente seguía la voz cuando la escuchaba, de manera intermitente y lejana, como llamando desde el más allá. Primero, me llevó por unos pasadizos entre tumbas y altares de aspecto dantesco, que yo nunca había visto; después, aparecí caminando entre tumbas, que parecían montículos de tierra adornados con flores blancas; luego, me pareció reconocer algo a mi alrededor, una tumba se me hacía familiar; finalmente, aparecí cerca del camino que siempre recorría, justo delante de la tumba de mi madre.
  En ese momento pude ubicarme, pues sabía perfectamente la ubicación de la tumba de mi madre en el cementerio. Tomé el lugar de referencia y pude dar con el camino que había seguido siempre en mi recorrido nocturno.
  ¿Qué fue aquella experiencia? ¿Acaso me hubiera perdido en la noche, sin retorno, de no ser por la protección de mi madre? ¿O fue ella quien hizo que me perdiera en primer lugar? En cualquier caso, decidí tomarlo como una señal de protección y de guía; pues eran las cosas que yo necesitaba en ese momento. Medité profundamente en el hecho durante varios días, sin poder encontrar explicación o significado. De pronto, vino a mi cabeza una idea: mi madre, mi santa madre, intentaba darme alguna señal… ¡eso es! Intenta advertirme de algo.
  Comencé a prestar atención en cada salida, en cada ronda, en cada paso. Cada sonido, cada ruido a mi alrededor era motivo de intriga. Comencé a obsesionarme con el hecho, quería que en todo momento hubiera un silencio dentro y fuera del cementerio, pues cada pequeño sonido podría hacer que me perdiese de la voz de mi madre. Quería que mi esposa mantuviera un profundo silencio todo el día, y durante la noche intentaba persuadirla de no hacer ningún ruido, pues había la posibilidad que, desde la casa, pudiera escuchar la voz de mi madre.
A la cuarta noche de espera, mientras me preparaba para salir a dar mi ronda, volví a escuchar su voz, su dulce voz, llamándome desde dentro del cementerio. Tomé el farol y corrí de nuevo tras ella, intentando encontrarla y averiguar qué era lo que tenía que decirme.
—Miguel… Miguel… —me decía, con una voz dulce y lejana como un eco en medio de la oscuridad y la neblina.
  Corrí detrás de aquel eco, buscando atientas entre las tumbas. — ¡madre! —Le gritaba— ¿Qué es lo que quieres?
—Miguel… —Me respondió— tu esposa…
— ¿Qué…? ¿Qué pasa con ella? —Le pregunté.
—Tu esposa me mató…
  En ese momento me quedé helado… ¿sería posible que mi madre hubiera vuelto del sueño eterno de la muerte, solo para decirme que su muerte no fue un accidente?
—Eso… eso fue un accidente —Le dije.
—No, miguel… veneno… —Dijo con una voz apagada, como perdiéndose.
¿Era eso posible? Aún pensaba que era extraño, pues al revisar su garganta con los dedos, no había encontrado señal del objeto con el que se atragantó. ¿Sería posible que el veneno fuera la respuesta? ¿Había sido el veneno lo que había cerrado su garganta hasta matarla? ¿Sería posible que mi madre, mi santa madre, me estuviera advirtiendo de alguna manera desde la ultratumba?
  Mi  desconfianza y mis pensamientos oscuros se incrementaron, pues mi mujer parecía una mujer muy devota; sin embargo ante la advertencia de mi madre, no tuve otra opción que prestar extrema atención a su conducta, a sus maneras y sobre todo a como cocinaba los alimentos. Varias veces, pensé haberla sorprendido echando extraños ingredientes en los alimentos, pero siempre tenía una excusa: que era la sal, la pimienta, el ajo molido y un sinfín de excusas que lo único que hacían era aumentar mi desconfianza. Revisaba cada ingrediente, cada aliño, cada verdura que había en la cocina.
  Un día, cuando llegaba de cavar una nueva tumba para un cliente, la encontré echando un extraño aliño sobre los alimentos… ¡mis alimentos!
  —Se me olvidó la sal —me dijo… y añadió una sonrisa nerviosa después de la frase.
  En ese momento lo supe: ¡Era ella! ¡Siempre había sido ella la generadora de mis desgracias! Entonces, tomé el hacha y, sin vacilar ni por medio segundo, se la hundí en el pecho.
  Ella no alcanzó a dar ni un quejido, ni un alarido… Pareciera que en su mente ni siquiera albergó la posibilidad de ser descubierta. Y en ese momento, cayó muerta a mis pies.
  Tomé el cadáver, lo envolví en una lona y lo llevé al sitio donde acababa de cavar la tumba. Sólo debía cavar un poco más… y podría dejar su cuerpo justo debajo del ataúd que llegaría por la tarde para su sepelio.
  Cuando entré en el cementerio con el cadáver sobre mi hombro, una bruma blanca, gruesa y densa se había levantado. Pensé que era el espíritu de mi madre, mi santa madre, que me ayudaba desde el más allá, pues la niebla escondía mis acciones de posibles testigos.
Avancé por entre las tumbas, buscando el hoyo, apoyándome en la pala que llevaba para cavar. Cuando de pronto, entre tanta neblina, extravié el camino. No sabía en dónde estaba, si iba o venía. Me había perdido entre las oscuras lápidas y los mausoleos de las tumbas. De pronto, de nuevo escuché la voz de mi madre llamándome.
—Miguel… Miguel… —me decía.
Pensé que me llevaría al lugar que yo deseaba, pues ahora tenía la seguridad de que ella intentaba ayudarme desde el otro lado del tártaro. Caminé siguiendo su voz, llevando el cadáver a cuestas. Cuando de pronto la vi… y no era mi madre: era una especie de gusano gigante, más parecido a una serpiente por el tamaño, era grueso, casi al punto de la obesidad, y por sus costados tenía un sinfín de ojos y bocas. Y lo más terrible, lo más horrible, es… ¡es que una de esas bocas se movía y hablaba con la voz de mi madre, mi santa madre!
  —Miguel… Miguel… —me decía.
  En ese momento, el miedo y el pánico me inundaron por completo y, como un demente, salí corriendo y gritando, dejando el cadáver tras de mí. Cuando volví a encontrar el camino de vuelta, ya había empezado la sepultura del difunto que debía ser enterrado en la tarde. Los testigos me hicieron muchas preguntas, a las cuales solo pude responder maquinalmente, apuntando al lugar donde había visto a la criatura… cerca de la tumba de mi madre.
  Por supuesto, quienes tomaron el camino indicado por mí solo pudieron encontrar el cadáver de mi esposa. Eso, sumado a que luego encontraron el hacha ensangrentada en la casa, fue prueba de mi culpabilidad. No lo supe hasta ahora pero… no fui yo quien planeó todas estas cosas, no fui yo quien saboreó la muerte al final… Fue esa criatura… ¡Lo planificó todo! ¡La criatura que controla la bruma del cementerio!

Quien controla la bruma del cementerio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora