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Habían pasado ya siete meses desde aquella noche en la que nos habíamos dicho “te amo” por primera vez

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Habían pasado ya siete meses desde aquella noche en la que nos habíamos dicho “te amo” por primera vez.

No podía creer que lleváramos diez meses juntos; era tan fácil estar con él. Habíamos visitado todos los cafés existentes en la ciudad, habíamos paseado por todo Londres a lo largo de esos siete meses y era increíblemente feliz.

Las discusiones nunca faltaban, pero nunca habíamos dejado que una pelea nos separara demasiado.

Ambos éramos celosos y ése había sido, principalmente, motivo de muchas discusiones, pero habíamos sabido manejarlo.

Nuestros encuentros y sesiones de besos eran constantes, sobre todo después de discutir por algo. Generalmente, discutíamos por su renuencia a seguir con su vida. Había insistido innumerables veces en convencerlo de volver a la universidad pero él se negaba rotundamente. Decía que no iba a exponerse a las burlas de la gente que no entendía que estar ciego no era lo mismo a ser inválido.

Estaba profundamente enamorada de Ruggero y, para mí, cada segundo a su lado era increíble.

Jamás habíamos llegado a algo más que caricias y besos a pesar de la sólida relación que teníamos. Cada que estaba a punto de suceder algo más, el miedo me asaltaba y nos deteníamos. Lo amaba por comprender que aún no estaba lista para algo tan grande como eso.

Ruggero y Agustín se llevaban cada día mejor, incluso, estaban planeando una salida a la playa con sus antiguos amigos. Algo así como una reunión de viejos amigos. Estaba feliz por él aunque me sentía nerviosa por alejarme de él todo el fin de semana.

—¿No beberás, cierto? —pregunte angustiada una noche antes de que salieran de la ciudad. Lo estaba ayudando a hacer su maleta.

—Por supuesto que no. No te angusties, sólo estaré con mis viejos amigos, nada más —dijo mientras depositaba un beso sobre mi frente.

—Tengo un mal presentimiento sobre esto —me quejé.

En realidad lo tenía.

No confiaba en una bola de chicos en la playa bebiendo hasta la inconsciencia y las imágenes sobre el accidente de Ruggero rondaban mi mente. Tenía una imaginación muy poderosa y no podía dejar de imaginarme aquel aparatoso accidente en el que Ruggero perdió la vista.

—Estaré bien. Me comportaré, lo prometo —dijo con una sonrisa tierna en los labios.

—Debes ser cuidadoso, amor —dije intentando alejar los horribles pensamientos de mi cabeza.

—Lo juro, princesa —dijo.

Al cabo de casi treinta minutos, Antonella se ofreció a llevarme a casa.

Yo estaba muy renuente a irme porque no vería a Ruggero hasta el Lunes por la tarde porque saldrían por la mañana del día siguiente y, tras unos largos minutos despidiéndonos, me llevaron a casa.

Though I Can't see youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora