𝐄𝐥 𝐞𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨

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Muchos pensarían qué el gran labor de la clase alta era pavonearse cómo aves durante cierta temporada dónde el emparejarse con el sexo opuesto era lo único que importaba. Muchas veces olvidando los modales con los que fueron criados. Lanzándose cómo animales hacía su presa.
Nada de eso le importaba en lo absoluto al joven Kim.
Si bien le habían inculcado desde su nacimiento, y criado para ser "el duque ejemplar entre hombres y deseado entre mujeres" seguía sintiéndose insatisfecho cada que tocaban el tema.
Sus padres tuvieron el privilegio de tenerlo como único hijo y perfecto, con él bastaba, porque su belleza era inimaginable. Cualquiera que lo veía caía preso de su naturaleza cautivadora y de aquellos ojos color mar que su abuela le había heredado.
Al principio, que su abuelo se casara con una rubia Europea de ojos azules, fué una traición para el linaje puro de sangre coreana, pero cuando el joven Kim nació y todos vieron aquellos orbes azulados cayeron presos en ese mar que contenían. Cómo todo aquel que lo veía a los ojos. Era un regalo maravilloso, aunque su bisabuelo no estaba muy de acuerdo y siempre le decía "mucha lluvia" al verlo.
Pero el tener tanta belleza, riqueza, y ser codisiado por toda la alta sociedad, no le afectaba en nada.
No sentía nada cuándo en esas lujosas fiestas las mujeres le tiraban halagos, se sonrojaban bajo su mirada, se pavoneaban frente a él abanicandose y sonreían embelesadas.
Cómo ahora:

— su excelencia, ¿Pensó cuántos hijos desea tener? Estoy segura que su belleza se transmitirá a sus herederos.

Preguntó una joven pelirroja balanceando sus pestañas sutilmente mientras sus manos sostenían un abanico rojo, fingiendo tirarse algo de aire.

¿Hijos? Apenas había cumplido la mayoría de edad hace algunos días, ya estaban sus padres buscándole una mujer digna para que se comprometiera, ¿E inmediatamente debía pensar en hijos cómo parte del matrimonio? Ni siquiera había dado su primer beso.
Sentía el estómago anudarse de solo pensarlo.

— discúlpeme, necesito tomar algo de aire. —dijo el castaño.

Sin esperar a que la joven lo escuchara se alejó de ella y del salón de baile, caminando con prisa pero sin saber a dónde ir.
No conocía el lugar, era de un tal Park Jimin, perteneciente a la realeza. Lo habían invitado porque quería conocer al "chico del momento" Obviamente él.
Pero en lo que iba de la noche Park no se había presentado, vaya anfitrión.

Se sentía ahogado entre toda esa multitud bailando, hablando (chismeando más bien) cortejandose y fingiendo quererlo, mientras que solo buscaban una cosa: su estatus y riqueza.

Por eso, cuando llegó a un pasillo, lleno de cuadros frescos, con bordes de oro, ventanas y puertas inmensas, candelabros brillantes, pero sobre todo, desolado y vacío.
Suspiró sintiéndose en paz. Ya no estaba aturdido.

— si papá se entera como dejé a esa chica me matará... — murmuró el castaño caminando por el gran pasillo, parándose delante de un gigantesco cuatro.

Cuadro qué cuando sus ojos se posaron en el, y captó la imagen, sus mejillas inmediatamente se tornaron de carmín.

"Por Dios, un depravado vive aquí"
Pensó, sintiéndose apenado pero sin poder quitar su mirada de la pintura.
¿Cómo podía alguien tener una pintura de dos hombres sin tela alguna besándose de esa manera?
Era grotesco.

Hubiera seguido criticando el cuadro si no fuera por aquellos sonidos qué sus oídos captaron al instante. No tenía un oído muy agudo, pero todo ese pasillo vacío hacia eco.
Peor aún, cuándo lo que resonaba ahí eran... ¿Gemidos?
Gemidos de un hombre.

 ¿Gemidos? Gemidos de un hombre

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