Monkey D. Luffy

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Nanika miró fijamente la hoja en blanco que estaba sobre su escritorio, la oscuridad que la rodeaba era tenuemente alejada por la pequeña lampara a su lado izquierdo.

Era una cálida noche de verano, no hacía demasiado calor como para no dormir, pero la albina no podía conciliar el sueño por lo que decidió ponerse a escribir o dibujar. Sin embargo, era como si su mente estuviera completamente en blanco y los pensamientos escaparan de su cabeza esfumándose en el aire.

En trance, observó la hoja que estaba frente suyo, tan blanca y prístina en contraste contra el duro y tosco negro absoluto de la tinta que se hallaba en la punta de su pluma.

Un pensamiento ligero se formó en su mente, no era mucho en realidad, solo fue como un dulce susurro traído por las olas del mar.

Envidiaba a sus compañeras al ser capaces de conciliar el sueño tan fácilmente en esta hermosa y pacífica noche.

Nanika soltó un ligero tarareo en reconocimiento a su efímero pensamiento antes de volver a prestar atención y, a la vez, dejar de pensar, al ver esa hoja pura sin imperfecciones.

Minutos de silencio rondaron la habitación antes de que ella se rindiera en la conseguir la suficiente fuerza como para mover su pluma y la tiró bruscamente al escritorio, dejando que unas gotas de tinta mancharan la mesa y la hoja blanca, ahora impura, corrompida por la negra tinta.

No podía pensar en nada, era como si su mente estuviera en un blanco sordo y ella no pudiera escuchar, pensar, ni hacer nada, así que se echó en la silla y miró el techo pensativamente.

Estirando su mano hacia el techo observó cómo sus dedos eran negros por la oscuridad, las leves sombras que se provocaban en sus manos por la débil luz de la lampara prendida en la oscuridad de la noche y mantuvo su mano extendida, observando con distracción sus largos y suaves dedos.

Sus dedos eran diferentes.... Sus manos eran pequeñas...

¿En comparación a quién?

Nanika temía la respuesta, sabía que todo este estado mental era provocado por un solo hombre, que era la manifestación de sus propios sentimientos caóticos intentando bloquear los miles y cientos de pensamientos para que pudiera tener un poco de paz...

Pero la paz nunca fue duradera o eterna, ¿cuándo fue la última vez que tuvo paz?

Cuando lo conociste a él.

Susurró una voz en el fondo de su mente.

¿Cuándo tuvo una mente tan tranquila, sin estática o bullicio?

Una paz sin precedentes, un lugar de calma, sin ruido.

Incluso si podía escuchar las tenues respiraciones de sus compañeras de cuarto, aun así, era extremadamente pacífico.

Antes de conocerlo a él todo era silencio, tranquilo.

Susurró la voz.

Antes de conocer a la tripulación tus días eran aburridos y blancos en la Isla del Silencio.

Continuó en su cabeza, las pequeñas antenitas que sobresalían de su cabello se movieron ligeramente.

Es cierto, la última vez que tuvo paz y silencio fue en su ciudad natal, un lugar en donde ni siquiera los árboles producirían sonido, en donde no había color o vida. En el pasado, había leído vagamente en los periódicos sobre una ciudad blanca, Flevance, si no se equivocaba. Mas, en su opinión, su ciudad natal debería llamarse ciudad blanca. Altos edificios blancos sin ápices de color o emoción, techo, paredes y todo en un absoluto blanco.

Incluso los árboles o los animales, incluso las personas muestran en sus pieles la más mínima y necesaria pigmentación, pero todo lo demás era blanco a excepción de sus ojos grises casi traslucidos.

Silencio total y completo, los niños no jugaban ni reían, sino que caminaban, todos bien portados y silenciosos, nadie hablaba en la ciudad, nadie emitía ruido, todo era un silencio absoluto.

Hasta que llegaron ellos.

Ruidosos, fuertes, creaban una disonancia en un mundo utópico de tranquilidad mostrándole la distopía que en realidad existía.

Y él...

Él, Monkey D. Luffy, el más ruidoso, luminoso, molesto, bullicioso y el hombre que con más pensamientos abrumada su cabeza hasta el punto de hacerla doler y, a su vez, llenarla de sentimientos que jamás creyó sentir.

Ese hombre que representaba la felicidad misma, la esperanza y la libertad.

Ese hombre que algún día se transformaría en el rey de los piratas.

Nanika, sintiendo como un dolor de cabeza se aproximaba, sabía que su rey estaba despierto... ¿En qué momento pasó toda la noche pensando en él?

Mirando al hombre pelear por comida, comió parte de la suya y luego le entregó lo sobrante, observando lo feliz que era él al recibir su comida y, sobre todo, sintiendo su mejilla presionada contra la grasosa y sucia mejilla embarrada de comida del hombre a la vez que sus fuertes, elásticos y gomosos brazos rodeaban la totalidad de su cuerpo agradeciéndole con la voz más feliz del mundo.

Entonces, Nanika, la representación del blanco puro y el silencio, sintió que sus mejillas se espolvoreaban tenuemente de rosa por el contacto estrecho con el hombre, haciendo su corazón latir más fuerte y llegó a una conclusión.

«Me asusta cuán profundos son mis sentimientos hacia él. Sé que están ahí, pero aún no estoy preparada para hacerles frente.»

Prefiriendo ser una cobarde, Nanika abrazó suavemente a Luffy antes de escabullirse de sus brazos a la vez que recibía una servilleta de parte de Robin para limpiar su rostro, ahora sucio con comida, mientras se escondía detrás del espadachín, el cual bufaba divertido.

¿Por qué le seguía dando comida a Luffy si sabía que iba a terminar siendo abrazada al borde de la muerte por su ruidoso capitán?

Mirando de reojo a Luffy, el espadachín dio un sorbo profundo a su bebida y cerró sus ojos, incluso para alguien selectivamente ciego como él, Zoro podía darse cuenta de que los sentimientos del azabache hacia la albina eran algo profundo y más allá de un simple nakama más.

Era algo más posesivo, más íntimo.

Incluso si ni el mismo propietario de los sentimientos se percataba, el espadachín sabía que estaban ahí.

Y tal vez no era el único que lo sabía.

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Efímero [C-EBW]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora