1

12 3 0
                                    

Los últimos días han sido como una especie de extraño letargo.

Regreso al bar de siempre, pido un café, enciendo un cigarrillo; luego pido un cortado y escribo otra carta.

Mi maldición sigue ahí, agazapada, esperando el momento ideal para embestir un recuerdo y llenarlo de miedo.

Y cuando viene el miedo, me es inevitable pensar en qué lugar nace un poeta. ¿Nace del miedo? ¿De la soledad?

¿En qué lugar nace un poeta?

Mientras tanto, mis manos divagan sin detenerse en escribir estas cartas sin nada en particular, más que un fuerte impulso por desbordarme.

Se enfrió el café.

Lo bebo de un sorbo.

Prendo el segundo cigarrillo. Estoy fumando mucho.

Disfruto por un momento una bocanada de tabaco con sabor amaderado entrando por mi garganta.

Miro por la ventana como buscando la huella de la musa que acaba de ausentarse y exhalo el humo de manera delicada, para disfrutar el picante que queda en los labios, luego de mezclar café y tabaco.

El pasado, el presente y lo que me gustaría que fuera el futuro se entremezclan en una composición de letras acordes al miedo que me da pensar en escribir. Porque es ahí donde muestro mi interior.

Donde quedo expuesto.

Vacío.

Pero sigo escribiendo.

Mi cuerpo hace tiempo actúa como en automático, sabe lo que tiene que hacer, sin que yo preste demasiada atención.

Lo único que puedo identificar es un cansancio tan profundo que podría afirmar que hasta mis huesos están cansados.

Mi mente y mi ser entero me gritan que necesitan descanso, que es momento de mandar todo al carajo.

Y sinceramente, creo que mi cuerpo tiene razón.

Pero mi mente me da órdenes y sigo escribiendo.

Miro al mozo que me mira.

Le hago un gesto, y lo entiende.

Quiero un whisky

Donde nace un poetaWhere stories live. Discover now