1984 -segunda carta-

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Buenos Aires, 15 de mayo de 1984

En los ojos del silencio, el destino siempre está encapsulado, encerrado. Hay un calabozo que invento a la espera de un corazón heroico y blanco de sangre.

Puro.

Pero mientras espero en el mismo bar donde me confieso inmortal, este parece darme alivio y cobijo.

Y a veces quiero que acabe este dolor de respirar las llamas de la maldición de los años.

Entiendo que no entiendas cómo me siento... Debes saber que me siento en los dominios de un reino de colmillos feroces... Que me lastiman.

Mientras escribo me doy cuenta de que a medida que pasa el tiempo dejo de ser un amante de tus labios y solo amo extrañar tus besos y los momentos.

Te extraño.

El odio nos afila en los labios, mi amor.

No quiero dar un insulto por la pérdida.

¿Ella recordará que la busco? ¿Que la amé?

Puro.

De un milagro similar a la imagen que da los ojos del amor, encuentro los profundos finales de este océano de veneno y naufrago nuevamente en la búsqueda de tu amor...

P.D.: Perdón. Hablo de amor como si de un paladín en la tormenta se tratara, y la leyenda de la piedra que alberga una espada sea el último latido que nos atormentó.

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