A ese pedacito de cielo

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Han pasado talibanes por cumbres salvajes.
Hemos viajado a los ojos de la luna negra.
Han nacido los ojos con tus ojos, y es la paz
la rima de tus manos.

Hemos viajado tan lento como despacio,
tan rápido como lento, tan cansado como ahogado.
Nos han atado las manos a los crucifijos
avocados a la madera de Jesús y hemos visto crecer la rabia de los ojos de los mudos.

Han aparecido las tinieblas en las palmas de las mareas negras, mientras nos amábamos en palmeras desérticas.
He querido tu rabia, tus celos y envidias mientras la mar aspiraba a ahogar a las estrellas.
He querido todo tu cuerpo y toda tu alma cuando los cangrejos se llevaron mis zapatos.

Han sido años de cielos en tinieblas, de luz en escarcha, de amor en lava y de dulzura en llamas.
Te he querido como la órbita amó a su luna, con la fe de no querer despegarse de la forma de sentirse en un espacio en el que los cuerpos mueren en el silencio, porque sabe que ella la echará de menos.

Quieren las luces apagarse cuando te marchas por la puerta de atrás, porque la jauría aulla fuerte en mi cabeza y no veo la luz, solo las tinieblas. Mientras aparecías en mis sollozos, la luz volvía a mis ojos, mientras los pedacitos de cielo de tus manos acariciaban mi rostro.

Lugar seguro, lugar semi-eterno, pero se deshizo tu voz en los lamentos. Corriste como quise huir de mi mente. Te fuiste para perderme, porque las tinieblas vaciaron mi alma en pena penita pena.

Los pedacitos de mi alma amanecían drogados en la pena de la muere. Mi cuerpo moría en vida y mis ojos ya habían muerto. Y cuándo desperté en mi tumba ya no había flores, ni pedacitos de cielo solo silencio.

Amar en tinieblas. ©Elena Díaz G.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora