Lo que se oculta en la oscuridad

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Esta historia está participando en los premios gemas perdidas de la editorial PremiosGemasPerdidas

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La emoción más antigua y mas intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido, a lo que no podemos ver.

Yo conocía bien esa sensación, había vivido con ella durante doce años. Había aprendido que el verdadero miedo no se encontraba en lo que veías, sino en aquello que se ocultaba en la oscuridad, aquello que esperaba silencioso su momento para aparecer, para atraparte cuando estuvieras más vulnerable. Sí, yo lo conocía bien, sabía que una vez que la noche cayera sobre las cuatro paredes de mi habitación me convertiría en la presa, que lo que sea que me acechaba en las sombras cobraría forma a medida que la oscuridad se fuese extendiendo y entonces, sucumbiría nuevamente al terror.

¿Alguna vez le tuviste miedo a la oscuridad? ¿Veías cosas que no estaban ahí? ¿Oías sonidos que se acercaban hasta llegar a tu cama? Sé que tu respuesta es sí, todos en algún momento le temimos a la oscuridad, pero no es a ella a la que debemos temerle, es a lo que se esconde detrás de ese manto que lo cubre todo. Mi nombre es Emma, y yo he visto y he sentido aquello que acecha entre las sombras, he visto las manos alargadas buscando la carne para rasgar, he escuchado los gritos dentro de las paredes, el chirriar casi inaudible de mi puerta abriéndose a media noche, he visto los ojos acechándome ... ¿A ti también te dijeron que era solo un sueño?

No importa a donde vaya, aquella sensación nunca desaparece, el miedo es mi acompañante eterno. Uno, dos, tres... Cuento y respiro. Uno, dos, tres... Continúo porque es lo que me han enseñado. Unos, dos, tres... Repito mi mantra cada vez que el sol comienza a ocultarse. La piel de mis manos se rasga de nuevo porque sé lo que viene después de que los números dejen de hacer efecto. Cuento, pero la oscuridad ya ha llegado, ha envuelto mi habitación, está en cada esquina, acechando. Subo mi cobija hasta que cubre la mitad de mi rostro, pero sé que aquel escudo es en vano. El temor sube por mi cuerpo como un escalofrío abriéndose paso desde la punta de mis dedos, asciende dejando gotas de un sudor frio ahí por donde pasa. Mi corazón late desbocado en mi garganta impidiéndome respirar, mi cuerpo se estremece y no soy capaz de controlar el temblor en mis manos... Sé que esta ahí, que no falta mucho, veo pasar las horas frente a mí y la oscuridad no retrocede, parece que la noche no hace más que alargarse. Me pesan tanto los ojos... Continúo contando, tratando desesperadamente de mantenerme despierta.

—Uno, dos, tres... —repito en voz alta.

Trato de mantener a raya el sueño pero no puedo, mis ojos se cierran y escucho las uñas rasgando en la pared, la madera deslizándose sobre el piso, siento el aire frío envolviendo mi cama, el aliento fétido de la criatura que respira sobre mí.

—Eres mía... —susurra una voz que me hiela la sangre.

Mis ojos se abren de golpe, la oscuridad sigue ahí, la voz que me habla toma forma, su cuerpo oscuro me mantiene aferrada a la cama. Está sobre mí, hala de mis sábanas, de mi ropa... Y yo permanezco inmóvil, no soy capaz de cerrar mis ojos.

—Algún día no necesitaré la oscuridad para hacerte mía —murmura contra mi oído.

Quiero cerrar los ojos, quiero dejar de ver la oscuridad y lo que se encuentra en ella... Pero no puedo, el monstruo sostiene mis manos con fuerza, aunque no es necesario, de haberlas tenido libres aún no habría sido capaz de moverme ni un centímetro. Su aliento enfermizo recorre mi cuello y sus largas manos arañan bajo mi camisa, quiero gritar, pero sé que la voz no se atreverá a salir de mi garganta. Soy una presa de la oscuridad, lo he sido por años, soy la pequeña cosa en la cama que le tiene miedo a la noche y lo que llega con ella. Siento las garras tocar entre mis muslos y presiento lo peor.

—Uno, dos, tres... —repito a voz muda— No eres real —me digo a mí misma tratando de convencerme.

—Es solo un sueño—repite la profunda voz con su amargo aliento—. Duerme...

Y lo intento, intento que mis ojos se cierren pero no puedo, así que permanecen fijos en un punto sobre el techo donde un pequeño destello de luz brilla y me aferro a ella, me aferro con todas mis fuerzas e imagino que es la luz del sol, que son los rayos que pronto vendrán a despertarme. Siento el forcejeo sobre mi cuerpo, dientes clavados en mis brazos y mi pecho. Siento el vacío que se apodera de mi alma o lo que sea que queda de ella, porque aquella criatura se ha llevado retazos cada noche durante años.

Las lágrimas ya no bajan, mi cuerpo entumecido recobra su movilidad, el dolor que se apodera de él se siente real. Con un pequeño chirriar de madera y una tenue luz que se cuela por la puerta, mi monstruo desaparece y otra vez paso la noche en vela.

Mi madre siempre me decía que no debía temerle a la oscuridad, solía encender la luz de mi cuarto y señalaba cada objeto que en él se encontraba, luego apagaba la luz y ella iba señalando poco a poco las figuras que se formaban en las sombras, dandole el nombre correcto a cada una de ellas, revisaba bajo mi cama y dentro del armario.

—¿Ves? —preguntaba con una sonrisa— Los monstruos no existen, lo que ves en la oscuridad es lo mismo que ves en la luz del día. No hay nada a lo que tener miedo.

Y cuánta razón tenía, mi monstruo existía en la oscuridad porque también podía verlo a la luz del día. Mi monstruo tenía nombre y apellido, pero a mí me hacía llamarlo papá.

 Mi monstruo tenía nombre y apellido, pero a mí me hacía llamarlo papá

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Cuando se abre la puerta (#PGP2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora