XI.- EL DIARIO DE LUCY WESTENRA

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12 de septiembre. ¡Qué buenos son todos conmigo! Casi siento que quiero a ese adorable doctor van Helsing. Me pregunto por qué estaba tan ansioso acerca de estas flores. Realmente me asustó. ¡Parecía tan serio! Sin embargo, debe haber tenido razón, pues ya siento el alivio que me llega de ellas. Por algún motivo, no temo estar sola esta noche, y puedo acostarme a dormir sin temor. No me importará el aleteo fuera de la ventana. ¡Oh, la terrible lucha que he tenido contra el sueño tan a menudo últimamente!

¡El dolor del insomnio o el dolor del miedo a dormirme, y con los desconocidos horrores que tiene para mí! ¡Qué bendición tienen esas personas cuyas vidas no tienen temores, ni amenazas; para quienes el dormir es una dicha que llega cada noche, y no les lleva sino dulces sueños! Bien, aquí estoy hoy, esperando dormir, y haciendo como Ofelia en el drama: con virgin crants and maiden strewments. ¡Nunca me gustó el ajo antes de hoy, pero ahora lo siento admirable! Hay una gran paz en su olor; siento que ya viene el sueño. Buenas noches, todo el mundo.

Del diario del doctor Seward

13 de septiembre. Pasé por el Berkeley y encontré a van Helsing, como de costumbre, ya preparado para salir. El coche ordenado por el hotel estaba esperando. El profesor tomó su maletín, que ahora siempre lleva consigo.

Lo anotaré todo detalladamente. Van Helsing y yo llegamos a Hillingham a las ocho en punto. Era una mañana agradable; la brillante luz del sol y todo el fresco ambiente de la entrada del otoño parecían ser la culminación del trabajo anual de la naturaleza. Las hojas se estaban volviendo de todos los bellos colores, pero todavía no habían comenzado a caer de los árboles. Cuando entramos encontramos a la señora Westenra saliendo del recibidor. Ella siempre se levanta temprano. Nos saludó cordialmente, y dijo:

—Se alegrarán ustedes de saber que Lucy está mejor. La pequeñuela todavía duerme. Miré en su cuarto y la vi, pero no entré, para no perturbarla.

El profesor sonrió, y su mirada era alegre. Se frotó las manos, y dijo:

—¡Ajá! Pensé que había diagnosticado bien el caso. Mi tratamiento está dando buenos resultados.

A lo cual ella respondió:

—No debe usted llevarse todas las palmas solo, doctor. El buen estado de Lucy esta mañana se debe en parte a mi labor.

—¿Qué quiere usted decir con eso, señora? —preguntó el profesor.

—Bueno, estaba tan ansiosa acerca de la pobre criatura por la noche, que fui a su cuarto. Dormía profundamente; tan profundamente, que ni mi llegada la despertó. Pero el aire del cuarto estaba terriblemente viciado. Por todos lados había montones de esas flores horribles, malolientes, e incluso ella tenía un montón alrededor del cuello. Temí que el pesado olor fuese demasiado para mi querida criatura en su débil estado, por lo que me las llevé y abrí un poquito la ventana para dejar entrar aire fresco. Estoy segura de que la encontrarán mejor.

Se despidió de nosotros y se dirigió a su recámara donde generalmente se desayunaba temprano. Mientras hablaba, observé la cara del profesor y vi que se volvía gris como la ceniza. Fue capaz de retenerse por autodominio mientras la pobre dama estaba presente. Pues conocía su estado y el mal que le produciría una impresión; de hecho, llegó hasta a sonreírse y le sostuvo la puerta abierta para que ella entrara en su cuarto. Pero en el instante en que ella desapareció me dio un tirón repentino y fuerte, llevándome al comedor y cerrando la puerta tras él.

Allí, por primera vez en mi vida, vi a van Helsing abatido. Se llevó las manos a la cabeza en una especie de muda desesperación, y luego se dio puñetazos en las palmas de manera impotente; por último, se sentó en una silla, y cubriéndose el rostro con las manos comenzó a sollozar, con sollozos ruidosos, secos, que parecían salir de su mismo corazón roto. Luego alzó las manos otra vez, como si implorara a todo el universo.

DRÁCULA BRAM STOKER (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora