Desde pequeña, habían enseñado a Kaia que un día las cecaelias como ellas tendrían que devolver todo lo que el océano les ofrecía: el alimento, el oxígeno... la vida.
Ese día había llegado, y no pensaba dar lo que era suyo. Ni a su familia, ni a s...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Te estaba buscando. —dije la verdad, en parte.
—Creía que no querías verme. —Sonrió, pero no se me escapó la manera en la que presionaba mi espacio personal para que retrocediera hacia la salida del túnel.
Sus ojos estaban fijos en los míos, pero estaban muy lejos de verme. Por alguna razón, seguía avanzando hacia mí, pero no parecía tener la intención de tocarme, no con las manos apretadas en puños y la tensión de su cuello. Me di cuenta pronto de que él me quería tan lejos de este lugar como yo, así que me desvié hacia un lado para estar de espaldas a una de las paredes del túnel. Antes de quitar la vista del frente, me pareció ver un movimiento brusco por detrás de Murphy, pero su corpulencia se interpuso en un segundo.
—Si el no verte provocara que dejaras de existir en mi vida, me sacaría los ojos con mucho gusto. —Intenté ocultar la satisfacción cuando vi cómo su sonrisa se torcía. —¿Qué haces por los túneles?
—¿Ahora te importa lo que hago, Kaia? —cuestionó a la defensiva.
Negué con una expresión inocente. —Ni lo más mínimo. De hecho, podrías seguir recto por allí y desaparecer por, al menos, para siempre.
—Eso es lo que te gustaría. —dijo, mirándome de arriba abajo con diversión. Nada de lujuria, deseo o anhelo. Solo diversión.
Me despegué de la pared para señalarlo con el índice. —Lo que me gustaría es que acabaras con esta farsa de unión antes de que sea demasiado tarde.
Murphy se acercaba acechante, con una mirada depredadora y una sonrisa maliciosa. Por un momento, ese sentimiento de odio y repulsión hacia él se opacó por el miedo. Miedo a que decidiera dejar de ser un estúpido gracioso para ser el cilophyte que asesinaba sirenas a sangre fría porque era lo único que se le daba bien. No había tenido problema en enfrentarlo durante toda mi vida, pero era la primera vez que estábamos lo suficientemente lejos del nido como para que nadie se enterara si algo ocurría. Tragué con fuerza cuando sus manos se apretaron contra la fría roca de la pared, mis ojos volaron hacia sus tentáculos azules casi por inercia.
Si llegaba a rodearme con ellos, estaba muerta. Porque como si la vida hubiera sabido que Murphy sería un asesino, el océano decidió otorgarle con tentáculos venenosos.
Me obligué a seguir respirando.
No dejes que vea tu miedo.
—¿Tarde para qué, Kaia? ¿Es que has encontrado a un cilophyte con el que revolcarte? —Su mano enganchó mi mentón para alzarlo a su conveniencia. —¿Has dejado que alguien vea más allá de esta cara amargada?
Tuve que hacer fuerza para pronunciar con claridad debido a su agarre. —¿Si te dijera que sí, anularías la unión?
Su respuesta fue quedarse en silencio, observando mis pupilas estrechas y alargadas, clavadas en el recorrido de sus ojos oscuros que seguían bajando por las mejillas, los labios cerrados en una fina línea, su mano áspera sujetando ahora mi mandíbula. Sin decir nada, su mirada bajó incluso más. Me retorcí lejos de su agarre y aunque no conseguí moverlo ni un centímetro, su mirada voló de nuevo a la mano que tenía sobre mí, al poder que estaba ejerciendo sin que yo pudiera hacer nada para frenarlo. Algo muy oscuro empezó a crecer en sus ojos.