Había que ascender durante diez minutos para llegar a mi escondite personal. Pude concentrarme lo suficiente como para mirar dos veces atrás y comprobar que nadie tenía la atención puesta en mi huida, pero en cuanto entré en los túneles rocosos que separaban nuestro nido del resto del océano, eché a nadar con todas mis fuerzas.
Solo volver a pensar en que me uniría con Murphy en apenas unas semanas, me dejaba sin respiración. Ya no se trataba sobre tener crías en contra de tus deseos, que seguía sonando igual de horrible, sino que además debía hacerlo con el único cilophyte que odiaba tanto que sería capaz de ahogarme con mis propios tentáculos antes que compartir una burbuja de aire con él. Murphy era el típico que iniciaría una guerra porque se había levantado una hora antes de lo habitual, pero dejaría morir a todos sus aliados mientras volvía a dormirse. Y si no formabas parte de sus aliados...bueno, no creía que existiera alguien así.
Si algo tenía claro es que lucharía hasta el último segundo de tiempo para cancelar la unión. Se me venían varias ideas a la cabeza, desde crear una medicina natural que me hiciese ser infértil, hasta envenenar a Murphy durante la ceremonia; pero no podía pensar en nada que no implicase mi repudio.
Salí del entresijo de túneles mucho más tranquila que cuando entré. La tan rotunda falta de apoyo de mi abuela me había tomado por sorpresa, pero debía mentalizarme de ello y pronto, o cuando despertase de ese agujero de traición y lamento, sería demasiado tarde. El agua al otro lado de los túneles era de un tono más claro. Había muchas más algas y distintas hierbas que a veces me arriesgaba a recoger para los remedios de Nana, pero sobre todo había peces, de todos los colores y formas. Era un espectáculo para los que apenas veíamos colores. Incluso la temperatura era más cálida y cómoda para las escamas. Fue la primera vez en el día que realmente pude respirar con profundidad, cerrando los ojos al llenar los pulmones.
Esa tranquilidad fue, sin embargo, efímera.
—¡Sorpresa!
Reconocí la voz familiar de mi amiga, pero al volver a abrir los ojos de golpe me encontré con una cara no tan familiar que me hizo retroceder por instinto. Como decía, el corazón no tardó en entrar en situación de alerta y los tentáculos se tensaron de nuevo.
—¿Qué demonios Miley? —dije con la voz ahogada, repasándola con la mirada. Seguía siendo la misma: su larga melena rubia, ojos de un tono de azul más claro que las aguas que nos rodeaban, una piel un poco más morena que la mía y una larga cola de escamas verdosas de sirena. Pero si había algo que me descuadraba por completo, era el objeto extraño que llevaba en la cara, tapándole parte de los ojos.
Sonrió enseñando los dientes. —¿Te gusta?
—Ni siquiera sé lo que es.
—¡Es un antifaz, tonta! La nueva moda entre los humanos. —exclamó, girando la cabeza hacia los lados para apreciar ese "antifaz" lleno de brillantes verdes y blancos. —Creo que no me lo voy a quitar nunca, ahora se ha convertido en una parte de mí.
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Escamas y Sombras
FantasyDesde pequeña, habían enseñado a Kaia que un día las cecaelias como ellas tendrían que devolver todo lo que el océano les ofrecía: el alimento, el oxígeno... la vida. Ese día había llegado, y no pensaba dar lo que era suyo. Ni a su familia, ni a s...